BRUNO
Salgo de casa como si me estuviera persiguiendo un asesino en serie.
Voy a llegar tarde. Me cago en todo. Y no quiero que piense que se me había olvidado o algo, porque, para ser sincero, es lo único en lo que he estado pensando desde que nos dieron las vacaciones.
Cruzo la calle y voy en dirección al supermercado. Entro en él y no tardo en llegar al pasillo de los dulces y buscar con la mirada el chocolate. Estoy unos segundos mirando y no me convence ninguno, hasta que de reojo veo el paquete lila de los chocolates Milka.
Sonrío un poco y alargo la mano para coger la barrita de Milka y Oreo.
Pago y salgo lo más rápido posible de ahí. Saco el móvil para ver la hora y me doy cuenta de que queda solo un minutos para las siete.
A lo lejos, veo la fuente apagada y el parque lleno de gente. Sin esperar más, cruzo el paso de cebra y llego a la entrada del pequeño parque. Busco con la mirada a Zamira, y la encuentro sentada en uno de los bancos cara a la fuente.
Mientras poco a poco me voy acercando, veo los mechones largos de su pelo caer por su espalda. Está cabizbaja, pero su cuerpo se mueve ligeramente.
¿Tendrá frío? ¿O simplemente está nerviosa?
Paso por al lado del banco y me pongo enfrente de ella. Parece no darse cuenta de mi presencia, hasta que le tiendo la barrita de chocolate y levanta la vista.
Mis ojos se encuentran con los suyos, y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
—¿He acertado con el regalo?
Idiota.
Soy idiota.
En vez de decirle algo como «te ves muy bien» o «estás muy guapa», voy y le suelto eso.
Que alguien me dé una hostia a ver si espabilo.