Prólogo

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Se veía hermosa cuando corría y dejaba su cabello suelto para que se ondease con la brisa de la costa. Aden reconocía eso, ella simplemente se veía hermosa en cualquier cosa que hiciera. No podía recordar un solo segundo en que no fuera así.

Era hermosa, nada en ella era ordinario, desde su larga melena castaña, hasta sus pequeños pies blancos. Anhice Voharen era una belleza, un angel caído del cielo para ser su eterno amor, para ser la mujer que le diese alegría a su existencia.

Cuando la conoció por primera vez en ese museo no tenía ni idea de que fuese a convertirse en el centro de la existencia para él, pero no era capaz ahora de imaginar una vida sin ella, una vida sin los colores que ella le brindaba.

—¿En qué piensas? —le preguntó ella con una sonrisa, esa que hacía marcar sus hoyuelos y que a él le daban ganas de estrecharla fuerte entre sus brazos por la ternura que reflejaba.

—Estaba pensando en el día en que te conocí—él respondió la sonrisa, cómo podría negarse a responderla cuando ella simplemente parecía un ángel. Cuando ella estuvo lo suficientemente cerca de él, la tomó en brazos para luego besar su sien. Su aroma ligero a algodón de azúcar había hecho de él un adicto.

—No creo que sea un momento agradable de nuestra relación.

—Lo fue—contestó simplemente mirando hacia el frente, viendo el sol ponerse, dándole al atardecer un toque único, lleno de rojizas y moradas nubes.

—Aden—rió ella girando la cabeza para mirarlo a los ojos. Sus ojos azules estaban sonriendo, se dio cuenta él—choqué contra ti y derribamos una valiosa estatua de miles de euros.

—Hubiera derribado las obras de arte que fueran necesarias con tal de volver a toparme con tu mirada y sentirte en mis brazos por primera vez de nuevo. —le dijo sincero, mirándola a los ojos sin poder apartar la vista de ellos.

—Siempre que me pregunto cómo alguien tan mujeriego como lo eres tú pudo enamorarme, solo tengo que ver la forma en que tus ojos me miran y cualquier resto de duda desaparece.

—No lo era tanto, Icy—sabía que a ella le gustaba el apodo que él le había dado. "Nunca nadie antes me había dado un apodo" había dicho ella sonriendo, "siempre he sido solo Anhice". "No eres sólo Anhice para mí, eres todo y más, más de lo que un sentimiento pudiese expresar y explicar"—pero admito que me arrepiento de haber desperdiciado tantos años de mi vida creyendo que era eso lo mejor para mi, cuando, sin duda alguna, todos esos recuerdos los cambiaría por cinco minutos a tu lado.

—Nunca voy a ser más feliz en mi vida como lo soy en este momento, contigo.

No lo fue.

Aden podía sentir, aún después de tantos años, la calidez de su piel y la sensación que le embargaba siempre que estaba con ella. Ni siquiera en ese momento, estando en la cama con otra mujer, podía sacarse el sentimiento de hundimiento que la pérdida de Anhice le había dejado.

No sabía cómo hacer para seguir adelante, porque traerla de vuelta no podía. Hace mucho tiempo que Anhice se había ido, incluso mucho antes de que muriera.

El par de ojos ambarino que lo miraban ahora no se parecían en nada a los azules que él tanto añoraba y por los que su corazón lloraba en agonía desde hacía tres años.

—¿En qué piensas? —como si fuera un eco de su reciente sueño, pregunto la joven pelirroja.

—No es de tu incumbencia—dijo secamente mientras se levantaba de la enorme cama, no importándole su desnudez. 

La chica no tiene la culpa, se dijo, estás siendo demasiado duro con ella.

—Sé que dijiste desde el inicio que solo sería un asunto de algunas noches, pero realmente yo...

—Escucha, te seré demasiado claro ya que la primera vez pareces no haberme entendido, ¿de acuerdo? —tomó sus calzoncillos del suelo y se los puso para luego ponerse en pantalón y la camisa que había usado la noche anterior en la boda de su hermano. Hijo de perra egoísta y cabrón. Está ahí afuera jugando a la casita y al amor con una mujer a la que no ama y a la que va a arruinarle la vida a partir de ahora. —Eres atractiva y parece ser que eres lista también, Charnizde, así que escúchame bien—se acercó al lado de la cama en el que ella seguía acostada y se inclinó casi haciendo que sus rostros se tocasen—no hay un nosotros, ¿okay? Ni siquiera hay una relación amistosa, así que no trates de ver cosas donde no las hay.

La mirada ambarina de la chica se tornó de un brillo que él reconoció como decepción. ¿Qué era lo que quería esta mujer, hacerle creer que el amor es bueno y la vida te recompensa por haber sido terrible contigo en el pasado? Negó bufando, furioso con ella por hacerle pensar cosas que no quería, por no hacer que las pesadillas se fueran. Porque eso eran, pesadillas de una vida feliz, una vida que había tenido y que ahora ya no existía.

Lo último que Aden recordaba de ese día fue haberse ido de la habitación, olvidándose de su saco y dejando a la chica aferrándose a las sabanas.

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