Parte 11

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La costa de Sutton-on-Sea es plana y recta, muy diferente a los fluctuantes acantilados de la costa de Cornish. Los botes se deslizan sobre el agua como cometas brillantes, con sus elegantes velas que atrapan el brisa del océano. Las playas son terrenos amplios, suaves y muy cercanos al camino principal, endureciéndose cual azúcar morena en lo que se acercan al agua.

Harry y Draco se sientan en el muro de defensa del mar a observar los veleros. Hay un montón de madera que se asoma entre agua y arena como dientes afilados, y Harry sugiere que es un naufragio. Draco, menos inclinado a las imaginaciones alegres, dice que son los restos de un muelle. Una pequeña discusión sale del tema, pero pronto se disuelve cuando desvían su atención a dos nadadores que desafían el mar, vadeando entre las olas.

–Deben estar congelándose –observa Harry. Incluso durante el verano, el mar lleva consigo un frío muy incomodo.

El sol se esconde lentamente en el cielo, dibujando largas sombras sobre la tierra. Muy pronto el cielo se convierte en un profundo azul naval, trayendo a los yates de vuelta a la orilla. Los nadadores también regresan, deteniéndose en la arena para secarse con las toallas y caminar rápidamente hacia el estacionamiento.

Draco y Harry vuelven al auto y Harry se pregunta si Draco le pedirá que escoja otro lugar. Tal vez sigan viajando hasta que la primavera pase a ser verano. Un verano muy cálido, piensa, con un cielo azul propano y campos de oro.

Pero Draco se sienta en el auto del pasajero y abre el atlas, así que Harry entiende el mensaje y se sienta tras el volante. Ajusta los espejos y da marcha atrás, preguntándose si Draco se quejará de sus habilidades para conducir. Harry se ha dado cuenta durante el transcurso de este viaje, que Draco es de hecho un excelente conductor.

Pero Draco sólo le dice que gire hacia la calle Sutton; no le toma mucho tiempo a Harry darse cuenta de que van camino a casa otra vez.

Mientras los últimos rayos del sol mueren en el cielo y la noche se asienta lentamente, Harry se pregunta su pasarán junto a algún río. Le gustaría ver las estrellas reflejadas sobre el agua, cayendo sobre ellos en medio de la oscuridad.

En algún lugar pasando Huntindon, Draco se duerme.

***

Londres aparece como una débil mancha anaranjada sobre el horizonte, una masa de luces brillando entre la polución que ahoga la ciudad. Las estructuras se acercan poco a poco, como una marea que los inunda. Las filas de viviendas pronto se hacen ver, subiendo y bajando entre edificios de apartamentos y de oficinas, hasta que Harry nota que ya van a llegar a casa.

Llegan al apartamento a las 9 en punto. Harry se da cuenta de que no ha comido nada en todo el día, y que Draco tampoco ha probado bocado; detesta tener que molestarlo por su falta de apetito, pero aun así se dedica a preparar té y un buen número de tostadas, demasiado cansado para intentar algo más elaborado. Draco parece estar de acuerdo, se come la tostada sin hacer comentarios y desaparece en la habitación de huéspedes sin una palabra más. Debe estar agotado, necesitado de un buen sueño, piensa Harry. Empezó el día con facilidad, pero para el momento en el que llegaron al apartamento, se hizo obvio que el cansancio se había apoderado de él, dejándolo absolutamente exhausto.

Marcharse es fácil. Volver a casa es difícil.

Hermione le advirtió de esto, recuerda. Le mencionó específicamente los efectos segundarios, aunque no había entrado en detalle. Draco probablemente necesita un tratamiento médico apropiado, gente que en realidad sepa de causas y síntomas y todas esas cosas. En un lugar que pueda proveerle los medicamentos necesarios. O al menos la mansión, en donde estaría rodeado de cosas familiares, —habitaciones lujosas, no una diminuta habitación en el piso de Harry— con la atención de su madre, que lo conoce mejor que nadie, y la de los elfos.

Corriendo en el aire Donde viven las historias. Descúbrelo ahora