Quisiera esta tarde divina
de Diciembre
pasear por la orilla
lejana del mar;
que la arena de oro,
y las aguas verdes,
y los cielos puros me
vieran pasar.
Perder la mirada,
distraídamente,
perderla y que nunca la
vuelva a encontrar:
y, figura erguida,
entre cielo y playa,
sentirme el olvido
permanente del mar.