Envidia

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Akaza recordaba haber pasado situaciones complejas que lo habían llevado al límite de sus nervios durante su camino como demonio primero, luego como luna demoníaca superior; incluso tenía la vaga intuición de que había vivido momentos insoportables durante su vida humana, aunque no alcanzaba a recordarlo bien. No recordaba nada, de hecho; lo único que aún lo ataba a aquel pasado débil y miserable eran los estigmas de su cuerpo, imborrables incluso ahora que seguía ganando más y más poder.

Sin embargo, había una constante en su existencia: mientras la luz del sol debía de ser el enemigo más temido, el único al que realmente no podía vencer y del que debía cuidarse noche tras noche, había otro peligro latente mayor, más tangible y sobrecogedor que la idea de ser carbonizado vivo hasta reducirse en cenizas sin posibilidad alguna de salvación. Pero esa amenaza la había elegido él mismo bajo su propia voluntad, y no sólo eso: continuaba allí como una constante en su vida cada vez más firme, más presente y más inquietante que nunca. ¿Era un desafío para Akaza? Probablemente en un principio lo era, ahora ya no lo veía así. Año tras año había comprendido en carne propia que Muzan no era un contrincante poderoso al que podría derrotar si alcanzaba el poder suficiente, sino más bien una criatura inalcanzable y perfecta, la mano que le había tendido ayuda y que esperaba ésta fuera retribuida.

¿Le costó demasiado tiempo darse cuenta de aquello? No, bastaron sólo algunos encontronazos desafortunados para que Akaza comprendiera finalmente su lugar, lo interiorizase y se hiciera a la idea de que aquello era un hecho irrefutable. Ni siquiera se había tomado el trabajo de indignarse; Akaza disfrutaba la oportunidad de poder batirse con adversarios fuertes, anhelaba la adrenalina de un combate difícil y atesoraba las victorias, una tras otra. Sin embargo, se consideraba a sí mismo un sujeto agradecido: se le había dado la posibilidad de perfeccionarse en su arte y no iba a darle la espalda a quien se lo había permitido.

Aunque aquello hubiese sido admitir que alguna vez había tenido la chance de hacerlo. Mientras más alto había escalado, más difícil habría sido arrepentirse de su propia convicción. Por eso, se había jurado a sí mismo que retribuiría aquello que se le había dado, gratificaría a Muzan en todo lo que pudiera servirle y no miraría hacia atrás, ni siquiera una sola vez.

O eso estaba repitiéndose como un mantra violento dentro de su cabeza mientras aguardaba pacientemente en el jardín de una enorme mansión. Aquella noche en particular hacía frío, probablemente caería una helada antes del amanecer. Sus ojos se deslizaron entre los arbustos bien recortados, el estanque en medio de ellos, la luna reflejada en el agua tranquila; echó un vistazo a las puertas cerradas del patio, las luces interiores encendidas, tenues. Se aproximó hacia el estanque y se agachó, intentando distinguir el movimiento de los peces en la oscuridad reinante.

Se le había dado una orden y sólo estaba cumpliéndola, maldito fuera. ¿Por qué carajo estaba tan nervioso por eso? Mientras un pez asomaba en la superficie captando su atención, presionó el paquete liviano que llevaba entre las manos, sujeto con tanta delicadeza como si su vida dependiera de ello. En realidad, si se ponía a pensar seriamente en todo aquello, era una estupidez, primero y principal porque no había sido una orden directa, segundo porque él solo se había embaucado en aquel extraño pedido y tercero porque sí, de hecho, el jueguito podía llegar a salirle muy mal.

Hacía un par de meses que Muzan había soltado aquello casi al pasar y Akaza no había podido olvidar sus palabras; casi, porque sabía que su señor no elegía sus palabras a la ligera e intuía que aquello, por muy superficial y banal que fuera, debía ser cumplido. Y una tarea en apariencia sencilla y sin mayores contratiempos le había llevado tanto tiempo y esfuerzo mental que parecía incluso irrisorio. Pero Akaza no sólo era perfeccionista en lo que hacía sino que aquel maldito paquete era pura y exclusivamente para Muzan.

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