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GOLPES AL ORGULLO

Mi madre contaba historias de princesas encerradas en torres y príncipes luchando contra dragones para salvarlas, eran cuentos de hadas comunes en su día a día antes de que se enamorara de mi padre, pero a pesar de ver la realidad y los monstruos que habitan en ella, creo que nunca perdió esa pizca de humanidad. Hoy he recordado uno de esos cuentos, solo porque he visto a Ayla dormir cómodamente en mi cama cuando he vuelto del entrenamiento.

En los días que hemos entrenado codo a codo con los Cambia Formas y Whitewar, ella se ha quedado en casa para sanar mis heridas desde la distancia, al menos eso es lo que ella me ha dicho. Sin embargo, Eco, quien se ha vuelto ahora una habladora hormonal, me ha comentado que los celos son una cosa demasiado peligrosa en cualquier especie. No creo que Ayla sea de esa forma, pero no quiero preguntarle tampoco.

Eco demostró ser una verdadera hembra territorial, peleó con toda fémina que se acercó a mi hermano, no le importó si iban por una consulta o algo semejante, solo se lanzaba al cuello de ellas con el fin de demostrarles quien era la compañera de Egbert. Es ridículo, mi hermano al final no se juntara con ella. Al menos eso es lo que dice, no puedo asegurar nada.

Dejo la pesada armadura a un lado de la entrada de la habitación, no puedo creer que con esto mi abuelo entrenaba día y noche a mi padre y tío, pero teniendo en cuenta que era un maldito loco, todo es creíble. Evito hacer cualquier ruido y doy media vuelta, dirigiéndome a la cocina. Levanto la tapa del almacenamiento de comida y solo tomo dos pedazos de carne de venado envuelto en hojas condimentadas, las cuales mantienen la carne fresca y evita que se eche a perder tan rápido.

Cierro la rendija, me levanto y camino al horno de piedra, en donde prendo el fuego sin problema, para después poner las carnes sobre una piedra lisa sobre el llameante carbón.

Inmediatamente el aroma llena mi casa, suspiro y me acerco a la cesta de frutas, en donde yacen manzanas, naranjas, duraznos, nueces y almendras. Ayla no me perdonaría si le llegará a despertar el olor a carne, menos si su comida no está lista. Me recuerda mucho a un hámster, los cuales son molestos y de temperamento horrible, pero tiernos a la vista. Sin embargo, ella sigue siendo una rata para mí.

El sonido de la puerta abrirse me hace alzar la mirada, dejando a medio partir un durazno. Edwina me observa desde el recibidor, frunce el ceño y dirige su mirada hacia mi habitación, mostrando una expresión de desagrado.

— ¿Qué sucede? —pregunto, volviendo mi atención a las frutas— ¿Necesitas algo?

— Los entrenamientos han ido de maravilla, tanto los Whitewar y Cambia Formas han logrado establecer cierta paz entre ellos para podernos llevar a la victoria, incluso varios de los nuestros comienzan a llevarse bien con ambos grupos —su voz suena más cerca, es probable que ya haya tomado lugar cerca de mí. Sin embargo, a pesar de dar un buen mensaje, el tono de voz que usa deja en claro que no le gusta del todo lo que dice—. No he notado hostilidad y quienes hacemos guardia no hemos detectado señales de ningún montañés.

— Bien —coloco la fruta picada en un molde hondo, la dejo de lado y me giro para seguir con mis alimentos—, ¿eso es todo?

— No, ¿acaso no escuchaste lo que dije?

— Sí, lo he hecho y me parece bien que las cosas marchen bien —volteo los trozos de carne, el sonido que sea que hace la carne todavía fresca contra lo caliente de la piedra llena el lugar—. Es mejor estar unidos.

— Solo los que entrenamos, los que estamos haciendo verdaderamente algo nos hemos vuelto unidos —miro sobre mi hombro hacia ella, luce verdaderamente enfadada y, espera ¿dónde está el chupa sangre?—. La bruja que agarraste como pareja no entra en el término "unidos".

La Protegida de AlphasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora