Indigno de ser humano
Vi tres fotografías de aquel hombre. La primera podría decirse que era de su infancia, tendría unos diez años. Estaba rodeado de un gran número de mujeres —imagino que serían sus hermanas y primas—, de pie, a la orilla de un estanque de jardín, vestido con un hakama[1] de rayas ralas. Tenía la cabeza inclinada hacia la izquierda unos treinta grados y mostraba una desagradable sonrisa. ¿Desagradable? Tal vez las personas poco sensibles a los asuntos de belleza comentarían con indiferencia: «¡Qué niño tan gracioso!».Aunque, de hecho, era suficientemente «gracioso» como para que este vago cumplido dirigido al rostro del niño no pareciera fuera de lugar, alguien con sólo un poco de sentido estético exclamaría: «¡Qué niño tan horrible!» a la primera mirada y quizá apartaría de un manotazo la fotografía con repugnancia, como quien ahuyenta una oruga.
Desde luego, cuanto más se mirase el rostro sonriente del niño, más producía una indescriptible impresión siniestra. En realidad, no era un rostro sonriente. El niño no sonreía en absoluto. Una prueba era que tenía los puños apretados. Nadie puede sonreír con los puños cerrados con fuerza. Era un mono. El rostro sonriente de un mono, todo arrugado. Era un rostro tan raro que daban ganas de exclamar: «¡Qué chiquillo tan arrugado!»; tan repugnante que revolvía el estómago. Jamás he visto a un niño con una expresión tan extraña.
El rostro en la segunda fotografía era tan diferente que causaba sorpresa. Era de la época de estudiante. No se podía apreciar si de secundaria o ya estaba en la universidad, pero era un muchacho extraordinariamente apuesto. Mas, de nuevo, acontecía algo extraño: no daba la impresión de tratarse de un ser vivo. Iba vestido con un uniforme, de cuyo bolsillo delantero asomaba un pañuelo blanco, y estaba sentado en un sillón de mimbre con las piernas cruzadas.
También sonreía, pero esta vez no era el rostro arrugado de un mono sino que mostraba una sonrisa inteligente. Sin embargo, era distinta a la sonrisa de un ser humano. ¿Cómo decirlo? Le faltaba el peso de la sangre, la aspereza de la vida. No producía el efecto de tener sustancia; no tenía ni el peso de un pájaro, apenas el de una pluma. Era una simple hoja de papel blanco con una sonrisa por completo artificial. Utilizar los adjetivos pedante, frívolo, falso, sería poco. Y, por supuesto, tampoco servía el término dandismo. No obstante, mirándolo bien, este guapo estudiante producía una sensación horripilante, de mal agüero. Nunca he visto a un muchacho tan bien parecido con un aspecto tan peculiar.La última fotografía era la más horrible de todas. No se podía adivinar su edad, aunque parecía tener algunas canas. Estaba en una habitación muy deteriorada; se veía con claridad que la pared se estaba desmoronando en tres lugares. Esta vez no sonreía, ni tampoco tenía expresión alguna. Sentado en una esquina, se calentaba las manos en un pequeño brasero. La fotografía producía la impresión lúgubre de que estaba muriendo. Era espeluznante. Y no sólo esto. El tamaño del rostro en la imagen me permitió observar sus facciones con detalle; la frente era normal y sus arrugas también, así como las cejas, los ojos, la nariz y la barbilla. Aaah…, no era sólo que el rostro no tuviera expresión; tampoco producía ningún tipo de impresión. No poseía características propias. Al cerrar los ojos después de ver la fotografía, el rostro desaparecía de mi memoria. Podía recordar la pared y el pequeño brasero; pero la impresión del rostro se había borrado y no había manera de recordarla. Nunca podría pintarse un retrato de él. Tampoco hacerse una caricatura. Ni siquiera existiría la satisfacción de, al abrir los ojos, poder exclamar: «¡Ah, era así el rostro!». Para expresarlo de la forma más extrema, al abrir los ojos y observarlo de nuevo, tampoco conseguía reconocerlo. Me resultaba fastidioso, irritante hasta el punto de hacerme apartar la mirada.
Incluso una máscara de muerte sería más expresiva y causa ría más impresión. Me pregunté si el colocar la cabeza de un caballo de carga sobre un cuerpo humano produciría una sensación tal. En fin, mirarlo me provocaba un escalofrío de repugnancia. Nunca hasta entonces había visto un rostro humano tan extraño.
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Indigno de ser humano
Teen FictionOsamu Dazai Indigno de ser humano Título original: 人間失格 (Ningen shikkaku) Osamu Dazai, 1948 Esta es la traducción de la obra indigno de ser humano Aviso que la traducción no me pertenece. La comparto por qué me gusta mucho este libro y me gustaría...