3 Seungmin y Jeongin

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En la mañana de un bello día del mes de junio, y en el salón de la quinta de Yang Se-Jong, dos jóvenes de peregrina belleza, muellemente reclinadas en un rico sofá, se entretenían en oír el dulce y triste canto de los enjaulados pajaritos, enfermos de nostalgia, y en platicar alegremente.

Estos dos jóvenes eran Jeongin y Seungmin.

¡Quien sin conocerlas las hubiera visto en un jardín, en una clara noche de luna, las habría tomado por la personificación de una de esas de imágenes de dioses vaporosos, intangibles, ideales, que la poética fantasía se forja en esas horas gratas de amoroso ensueño, tal era la maravillosa belleza de los dos jóvenes!.

Seungmin era moreno, pero de ese bello color moreno limpio y diáfano; lo sonrosado de sus mejillas contribuía a darle más brillo a sus ojos grandes, negros y aterciopelados, cuya expresión habitual denotaba un carácter alegre; pero un hábil observador hubiera notado, desde luego, que bajo aquel aspecto alegre se ocultaba un corazón impresionable, una voluntad enérgica y una alma esencialmente melancólica; su cuerpo, aunque no alto, era delgado y esbelto, teniendo cierta gracias sumamente elegante; tenia la boca fresca, tersa, sonrosada y un tanto desdeñosa, y el cabello obscuro, undoso y apenas rizado. En fin, Seungmin era inteligente, bueno, hermoso, simpático y agradable.

Jeongin era blanco, pálido, con cabellos de un rubio envidiable y ojos azules de expresión dulcísima y soñadora; su nariz era recta, su boca finísima y su carácter, aunque un tanto reservado, no por eso dejaba de ser amable y bondadoso.

-Oh, que dulce es la vida a los veinte años!...dijo Jeongin después de un rato de silencio.

-Para unos muy dulce, contestó Seungmin- pero para otros!...

-Para ti, por ejemplo. Para mi no tiene ningún atractivo.

-Me alegro de saberlo, pues eso es decir que yo soy nada para ti, y que no te puedo hacer agradable la vida.

-Perdóname Jeongin; pero sin padres, sin hermanos, y casi sin parientes, ¿cómo quieres que mi vida sea agradable?

-Mi padre y yo procuramos complacerte, Seungmin.

-Es cierto eso; y yo fuera muy feliz si no echara de menos el calor de mi hogar perdido.

-Ya formaras otro, tal vez más grato que el perdido- murmuró Jeongin, riéndose.

-Eso nunca será -dijo.

-Quien sabe! de poco tiempo a esta parte nos visitan varios jóvenes que, aunque tu lo niegues, se que están enamorados de ti.

-No lo niego; pero yo no pienso en ellos, sólo me ocupo en saber de mis parientes.

-¿Tus buenos parientes?

-No se si son buenos o malos; pero deseo saber mucho de mi tío Jae y de su hijo, mi primo Wonpil, que están en parís.

-¿En parís? murmuró Jeongin, pensativo.- Ahora que me acuerdo, Seungmin, se me había olvidado decirte que mañana llegará a esta quinta mi primo Hyunjin.

-¿Por qué me lo dices hasta ahora?

-Porque nosotros lo acabamos de saber, Hyunjin escribió una carta, hace como dos meses, anunciando su venida a Corea, y hasta hoy la recibimos, juntamente con el aviso de que mañana vendrá a esta hacienda.

-¿Y donde ha estado Hyunjin? - preguntó Seungmin.

-En parís.

-¿Estudiando acaso?

-Si; estudiando.

-¿¿Y que estudiaba?

-Matemáticas.

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