El sol empezaba a amanecer y así a iluminar los rascacielos de Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Sin embargo, en los hospitales distribuidos en la ciudad había mucha gente que se iba a dormir para siempre en medio del caos de los autos y el ruido de la gente apresurada. Entre uno de esos hospitales se encontraba un japonés, llamado Eiji, que miraba las diferentes arquitecturas presentadas en los edificios de esta ciudad americana que lo había cambiado para siempre. Su pelo estaba blanco como la nieve que caía en las calles durante el invierno y sus arrugas del cuerpo contaban momentos y sentimientos de una larga vida de 85 años. Se encontraba luchando contra un cáncer que se le había aparecido en el páncreas hace unos meses atrás, pero sentía que era una batalla que tenía un final anunciado y que era nada más que su muerte.
Eiji podía estar leyendo una novela o estar mirando la televisión para ignorar lo que le sucedía, pero no podía dejar de mirar a través de sus anteojos a esta ciudad cambiante. Los edificios podían cambiar o los barrios se podían poner de moda pero quería recordar aquellas personas que conoció en su primer viaje fuera de su país. Se empezó a recordar de Shorter, de Alex, de Kong y de Bones, pero siempre aparecía en su mente Ash. Él nunca se fue de su cabeza, Eiji pensaba en él constantemente. Gracias a él, fue su motivo por el cual se mudo a Estados Unidos hace varios años atrás, pero ya no se acordaba el año que abandonó a su familia y su cultura por esta ciudad.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el aviso de la enfermera por unas visitas. Dos personas casadas entraron a la habitación y Eiji los reconoció inmediatamente. Eran Sing con su esposa Akira. Eran los únicos amigos que les quedaban a Eiji en esta vida, siempre se aguantaron tanto en las buenas y en las malas. Eiji tuvo la oportunidad de ser el padrino de Sing pero fue más suertudo a ser la persona que llevó a Akira al atar en su día de casamiento. Hoy Sing siempre tuvo 5 años más joven que Eiji aunque se le podía divisar arrugas, nada al pibe de 14 años que peleaba al lado de Ash y Eiji. Mientras que Akira era una mujer que entraba a los 70 años y recién empezaba aparecer canas en su pelo lacio.
- Hola mi querido Eiji, ¿cómo te está tratando el hospital?- Sing fue el primero en hablar.
- La verdad que el personal siempre me han tratado bien desde que entré acá...pero- La voz de Eiji se fue apagando mientras hablaba.
- No me digas que...- Empezó a hablar Akira cuando Eiji lo interrumpió.
- Sí- Con una triste vos. - No sé cuánto tiempo más pueda durar pero siento que mis minutos finales en este mundo se acerca.
Lágrimas rozaban los cachetes de Akira por querer negar lo que sus ojos estaban viendo. Ella decidió acercarse a la cama y se abalanzó encima de Eiji. Los brazos de él la rodearon para darle un abrazo cálido, mientras le decía unas palabras cariñosas.
- Akira, por favor, no llores delante de mí. Yo también estoy triste por perderlos a ustedes, pero...- Eiji se tomó unos segundos para recuperar la voz.- te diré unas palabras que una vez le escribí a una persona especial.- Los tres sabían a cuál persona se referían. - Una parte de mi alma siempre será tuya.
- Gracias, gracias, gracias por aquellas palabras y por todos los momentos que pasamos juntos. Eres la persona más buena de este mundo, ojalá que todos fueran iguales a vos.
- Ey seré más viejo que vos pero todavía te puedo escuchar.- Le respondía Sing con un tono sarcástico.
- Jajaja los años pasan para todos mi amor.- Lo miraba con una sonrisa graciosa, ahora volteo su cabeza para mirar a Eiji.- Espero que te puedas reunir con Ash pronto.
- ¡Muchísimas gracias Akira! Nunca pierdas tu gentileza. Ey Sign, ¿vos querés agregar algo a esta conversación?
- No mucho porque mi esposa dijo la mayoría que tenía en mente, pero tengo un favor que pedirte.
- Dime.
- Quiero que le mandes saludos a Shorter de mi parte cuando llegues al cielo.- Lo miraba con una calma sonrisa.
- Lo haré con mucho gusto mi amigo.
Los minutos de la visita habían finalizado, por lo tanto Akira y Sing se despidieron de Eiji.
- Eiji, - Akira fue la primera en despedirse.- nunca te olvidaremos.
- Ni yo a ustedes.- Eiji le devolvía el saludo a ella.- Ey acuérdate: "No desaparece quien deja huella".
- Lo haré mi querido Eiji- Salió de la habitación con lágrimas.
Era el turno de despedida de Sing.
- No pensé que desde la primera vez que te vi nuestras vidas iban a cambiar para siempre. Sin embargo, tengo que admitir que has sido una gran persona por tu valentía en aquellos tiempos de balas y pistolas como de la amistad que forjamos. No sé si nos volveremos a ver en este mundo o en el más allá, pero de algo estoy seguro...pero nunca dejaremos de ser amigos. - A Sing recién se le empezaba a caer lagrimas en sus mejillas
- Has sido uno de los amigos más fieles que he tenido en esta vida, espero tener la oportunidad de volver a verte pronto.- Eran sinceras las palabras de Eiji.
Mientras Sing y Akira se perdían en el laberinto de cemento, la noche ascendía en la ciudad y con eso las luces empezaban a ser prendidas para iluminar las calles y edificios. Eiji miraba la ciudad que nunca duerme como si fuera la primera vez que la visitaba. El cansancio empezó a adueñarse de su cuerpo y entonces decidió irse a dormir, aunque en su mente pensaba que su muerte llegaría en cualquier momento de ese sueño profundo. Durante las horas de la madrugada, Eiji sintió la llegada de ese ser tan pocas veces visto pero que todas las personas la conocían. Eiji no le tenía miedo, es más estaba preparado para su visita especial. Sabía que la hora de su partida de este mundo había llegado...