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Entró en el establecimiento, luego de esquivar a unos cuantos guardias de seguridad, extremadamente agitado y sin aliento, pero no se detuvo. Corrió hasta el ascensor, presionó con el codo el botón para que las puertas se abrieran, sintiendo como su nerviosismo aumentaba. Una vez dentro depositó a Donghyuck con cuidado en el suelo del elevador. El mencionado no mejoraba ni un poco, parecía empeorar a cada segundo que transcurría.

—Donghyuck, mírame. Tienes que respirar conmigo— habló con velocidad, arrastrando las palabras, demasiado alterado. Vio como el pequeño levantaba la mirada con las últimas fuerzas que tenía, en ese instante Mark quiso inhalar hondo y exhalar para que Donghyuck lo imitara, pero estaba tan agitado por todo lo que había corrido que ni siquiera podía respirar bien.

Maldición, maldición. Vamos, Mark, tienes que tranquilizarte. Relájate, respira hondo, puedes hacerlo.

Consiguió relajarse y respirar hondo, entonces, le pidió de nuevo al moreno que lo imitara. Los ojos azules del pelinegro estaban clavados en los ojos verdes de Donghyuck. Mark le suplicaba que respirara con él, inhalaban y exhalaban juntos, una y otra y otra vez. El mayor le generaba una tranquilidad innegable que provocaba que el procedimiento de la respiración diera efecto. De a poco la agitación que tenía Donghyuck fue cesando, sus pulmones comenzaron a recibir de nuevo el oxígeno que le hacía falta y con mucha paciencia pudo regresar a su estado de normalidad, lo cual Mark agradeció con toda su alma y estaba tan aliviado por ello que abrazó sin siquiera pensarlo, acto que al menor no le desagradó para nada.

—Ya está. Ya pasó, pequeño... Tranquilo— decía Mark mientras le acariciaba la espalda con delicadeza—. No dejaré que nada malo te suceda.

A Mark le resultaba extraño que el ascensor tardara tanto en llegar al segundo piso. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que entraron, pero aseguraba que estaba tardando demasiado. Pronto descubrió que ni siquiera había tocado el botón para que subiera al respectivo piso. Se hallaba tan preocupado por Donghyuck que se le había olvidado por completo ese pequeño detalle.

—Me duele— admitió el ojiverde despacio antes de echarse a llorar.

—¿Qué te duele, Donghyuck?— preguntó para luego separarse de él y mirarlo con atención.

Sus ojitos estaban rojos e hinchados de tantas lágrimas que habían expulsado. Sus mejillas teñidas de un suave rosita y sus labios formando un puchero enternecían demasiado al pelinegro.

—La rodilla— le informó entre un sollozo.

Le miró las piernas y se llevó la sorpresa de ver que en una de ellas su pantalón de pijama estaba roto en la parte de la rodilla y que su piel estaba raspada ocasionando que la sangre se asomara. Hizo una mueca de disgusto, no quiso tocarle, por lo tanto se puso de pie en el elevador, tomándolo en brazos otra vez. El pequeño se sujetó de sus hombros y entonces presionó el botón para así poder llevarlo a la enfermería de una vez por todas.

—No, no quiero, Mark— protestó Donghyuck, quien estaba sentado sobre una camilla, haciendo un nuevo puchero con sus labios, acción que al pelinegro le producía un inevitable cosquilleo en su estómago

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—No, no quiero, Mark— protestó Donghyuck, quien estaba sentado sobre una camilla, haciendo un nuevo puchero con sus labios, acción que al pelinegro le producía un inevitable cosquilleo en su estómago.

—Tengo que hacerlo, pequeño. Por tu bien— dijo entretanto acercaba con lentitud a su herida de la rodilla un trozo de algodón con desinfectante, pero cuando estuvo a punto de limpiar el raspón Donghyuck se movió disgustado—. Por favor, Donghyuck. Te prometo que será sólo un momento.

—Tengo sueño. Quiero dormir. No quiero eso.

La mirada de Donghyuck le suplicaba a gritos que no lo hiciera y que le sacara de ese lugar feo que olía a remedios para llevarlo de regreso a casa con sus papás, eso deseaba el pequeño. Pero él no sabía nada de todo lo que estaba ocurriendo y eso le oprimía el corazón a Mark. No sabía cómo el moreno se lo tomaría cuando le dijera que ya no regresaría, ni mucho menos cuando se enterara de que no volvería a ver a sus padres. Mark tragó en seco, haciendo todo lo posible por no quebrarse, pues esta situación lo ponía muy mal, pero su deber era mantenerse fuerte y eso era lo que haría.

—Mírame— le ordenó él con calma. Donghyuck obedeció instantáneamente y llevó su mirada hacia la del mayor—. Déjame limpiarte la herida y te llevaré a dormir, ¿sí? Buscaremos tu osito, la mantita, y si tienes hambre pasaremos por la cocina y te daré lo que quieras, pero antes déjame hacer esto, ¿de acuerdo?

Donghyuck asintió despacio, temeroso, y dejó que el pelinegro le sanara su herida. Se mordió con fuerza el labio inferior cuando sintió el algodón sobre su lastimada piel para luego dejar escapar un quejido. Mark terminó de limpiarle y se dispuso a colocarle una bandita que cubriese la zona lastimada.

Depositó con dulzura un pequeño beso sobre la dicha bandita, porque el ojiazul sabía que con amor las heridas sanan más rápido. Donghyuck se sonrojó, estremeciéndose, aunque sin duda le había gustado que el mayor hiciera aquello.

—Listo— dijo sonriendo y se levantó ya que estaba de cuclillas—. Déjame buscar el medicamento que necesitas y nos iremos.

Donghyuck observaba con precisión cada movimiento que el pelinegro efectuaba, sin entender muy bien lo que hacía, mas no le importaba, lo único que lo incentivaba a no dejar de mirarlo era lo bonito que se veía ese chico que le había salvado la vida ya dos veces. Podría estar horas observándolo y no se aburriría.

—Eres bonito— soltó Donghyuck sin querer. Éste, al darse cuenta de lo que había dicho, se cubrió la boca con una mano y se sonrojó con violencia, queriendo desaparecer de allí.

Mark lo miró y no hizo más que dibujar una genuina sonrisa en el rostro. Ver al pequeño de esa manera le producía tanta ternura que no sabía si su corazón podría aguantarlo. Donghyuck era demasiado adorable y no podía evitarlo. Ya se había encariñado con él.

peligro de extinción || markhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora