Ya había pasado un mes desde que había abierto aquella floristería justo bajo su casa. Tsukishima nunca se consideró un fanático de las plantas. Es más, su propio hermano había intentado llevarlo a la tienda como una excusa para salir a algún lugar cercano y él se había negado. Sin embargo, el chico de las gafas no pudo evitar llevarse una sorpresa al ver las luces encendidas tan temprano en la mañana. En un principio pensó que todo sería por puros preparativos, pesado papeleo por comenzar un nuevo negocio. No obstante, la rutina se repitió durante la semana siguiente también, provocando en él curiosidad por todo lo que podría estar arreglándose ahí dentro. La mañanas las pasaba en el trabajo y las ocupadas tardes en el piso, así que su atención a aquella sala llena de flores se limitaba a las primeras horas del día.
Una tarde, apoyado en el balcón, pudo escuchar unas voces despidiéndose. Bajó la mirada, pero no pudo ver más que algo naranja que no sabía si clasificar como pelo o como flor. Se dio la vuelta, dando la espalda a la calle, un tanto molesto consigo mismo. ¿No tenía ya toda su vida arreglada? ¿Por qué esa curiosidad por algo nuevo le hacía sentir como si el mundo que conocía fuese a quebrarse? Dejó de darle vueltas al vaso con zumo y flexionó sus rodillas, permitiéndole a su cabeza caerse hacia delante. ¿Por qué siquiera le daba tantas vueltas? Abrochó su chaqueta y bajó en silencio.
La diferencia del ambiente era casi cegadora. Era consciente de que su departamento no era el lugar más colorido del mundo, pero aquello no era solo color: era vida. Por poco se queda obstruyendo el paso, perplejo en la entrada. Pensó que había llegado en el momento perfecto para curiosear porque no había nadie cerca pero, en cuanto dio unos pocos pasos hacia el interior, una brillante silueta salió del almacén. A Tsukishima le asustó; no la persona que acababa de aparecer, sino la enorme planta que cargaba, la cual casi igualaba su estatura. Recibió un saludo que apenas pudo responder. Su mirada, con una mezcla de admiración y extrañeza, siguió al empleado hasta que colocó la maceta en un rincón y pudo verle el rostro. Entonces reconoció aquel pelo anaranjado.
—¡Hola! —se apresuró a decir el más bajo, con una sonrisa de oreja a oreja— Perdón por tardar un poco, ¿venías buscando algo?
—Eh, no, tan solo quería ver cómo era la tienda —sus palabras tardaron en salir más de lo que le hubiera gustado—. Vivo arriba pero no había podido venir por temas del trabajo.
—¡Se podría decir que somos vecinos! —anunció el contrario sin perder la sonrisa, ahora ofreciéndole una mano— Soy Hinata, el dependiente y único trabajador de esta floristería.
—Tsukishima —se limitó a responder, correspondiendo el apretón de manos—. Tu vecino de arriba que se pasa las mañanas en el trabajo.
—Oh, ¿entonces eres tú quien sale caminando por aquí casi en la madrugada? —Hinata había comenzado a moverse por la tienda, cambiando de sitio utensilios de jardinería con gran agilidad.
El rubio asintió. Aunque esa conversación no duró mucho más, desde entonces Tsukishima se encontraba la puerta de la tienda abierta en las mañanas. A veces veía al chico regando, otras sacando plantas e incluso, en algunas situaciones, desayunando algo e invitándolo. No solo habían interactuado más en esa segunda mitad del mes, sino que también habían aprendido cosas el uno del otro casi sin darse cuenta. Hinata pudo ver cómo el humor de Tsuki se reflejaba en su rostro e iba mejorando un poco cada día; que le incomodaba la responsabilidad de hacerse cargo de algo al cien por cien, por lo que bromeaba sobre tener un cactus; de que en realidad prefería el café con leche y las noches estrelladas. Algo que parecía ignorar, como si fuese invisible para él, era el impacto que estaba teniendo en el rubio. Sí, el chico que ya no podía beber zumo de naranja sin pensar en Hinata; quien lo encontraba resplandeciente como un sol, y cuyo corazón comenzó a latir más rápido desde que descubrió sobre su alergia a las flores. Era cierto: Hinata Shōyo, el amante de las plantas y las flores de colores, era alérgico a ellas.
Su débil y, según él, estúpida preocupación por el tema le carcomió la cabeza por días. Incluso las sonrisas y promesas del contrario afirmando que no era nada grave tardaron en calmarlo. Trató de explicarle más del tema y así convencerlo de una vez por todas, pero la idea de no poder rodear al chico con flores le fastidiaba. Deseó que le pagaran por cada vez que calificaba de estúpido cada uno de sus sentimientos.
La última noche del mes, le costó dormir como nunca. Quería callar de una vez todo lo que estaba naciendo dentro de él, pero de la nada apareció una idea merecedora de levantarse y salir de casa. Sin siquiera mirar la hora, llamó a su hermano para pedirle el nombre de alguna tienda y el mínimo de direcciones. Corrió en medio de la noche, percatándose de que esa era la primera vez que veía la tiendecita con las luces apagadas.
A la mañana siguiente, terminó de peinarse el flequillo mucho antes de lo normal. Permaneció de pie al lado de la puerta que ocultaba todas las plantas, con las mejillas sonrosadas probablemente del frío. La maleta que siempre llevaba al trabajo pesaba menos, por alguna razón. Pudo oír el interruptor de las luces y sus ojos se fijaron en la misma puerta de todos los días. Hinata bostezó antes de darse cuenta de que el otro chico ya lo había estado esperando.
—¡Ostras! —exclamó, aún con somnolientas facciones— ¿Me he dormido sin darme cuenta? —abrió más la puerta, como para dejarlo pasar. Tsukishima habló antes de que se disculpara.
—Fui yo, me desperté antes —dejó que el chico entrara y sacara lo típico del desayuno antes de volver a abrir la boca— Hoy se cumple un mes desde que abriste la tienda, ¿cierto?
Hinata abrió mucho los ojos al escuchar sus palabras. Observó su caótico calendario y le devolvió la mirada con una risa. Tsukishima no pudo evitar reírse de la situación. Unos segundos después, estando ya los dos sentados en la mesa, el rubio abrió su maleta para sacar algo de ella.
—Felicidades.
Ya era la tercera sorpresa que Hinata se llevaba en el apenas comenzado día. El chico le estaba ofreciendo un ramo de flores rojas y naranjas envuelto en papel con estampado de soles. Casi se levantó de la silla inconscientemente.
—No te preocupes, son flores falsas —aclaró Tsukishima con calma, sabiendo que su plan había sido exitoso.
Los ojos de Hinata no paraban de ir de las flores a los ojos de Tsukishima. Cuando la expresión de sorpresa cambió a una de las sonrisas que el más alto tan bien conocía, se lanzó a él para abrazarlo. Tsukishima tardó en reaccionar, pero el sonido de la cafetera fue suficiente para devolverlo a la realidad; una realidad en la que Shōyo sonreiría con flores rodeando su rostro, ahora también por él.
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Tsukihina Week 2020
FanfictionUn total de siete one-shots publicados del 21 al 27 de septiembre. Prompts de @tsukihinaweek en twitter