Soulmates

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Todas las personas pertenecen a algún grupo desde que nacen. Algunas no podían ver la luz del Sol, mientras que otras eran incapaces de perderse en la oscuridad nocturna. Para las personas de ese primer grupo, como lo era Tsukishima, los días eran rutinas bajo un cielo gris que se oscurecía con el paso de las horas. Para las personas del segundo grupo, al cual Hinata pertenecía, dormir podía ser una pesadilla por la brillante luz que siempre se colaba entre las cortinas. Nadie podía elegir si vivir en un día o una noche eternos, pero se decía que comenzabas a experimentar ambos al encontrarte con tu alma gemela. Tsukishima pensaba en los millones de personas que había en el mundo y sentía cómo se alejaba cada vez más la esperanza de cruzar miradas con la persona que le pudiera mostrar todas las tonalidades que el cielo ocultaba más allá del negro. Hinata temía no ser suficiente y jamás poder apreciar lo que otras personas llamaban estrellas y constelaciones. Ambos comenzaron el nuevo curso abandonando esos pensamientos en el fondo de sus cabezas, como esperando a que alguien se los llevara y les quitara el peso de encima. Sin embargo, no pudo durar mucho.

Tsukishima faltó el primer día de clase. No era realmente porque así lo hubiese querido, sino que la oscuridad que lo acompañaba desde su nacimiento había comenzado a dejar marca en él. Pasó la mañana en la revisión del médico y comprando un nuevo par de gafas. Decidió saltarse las últimas horas porque no encontró razón para ir. Su vuelta a clases no comenzó hasta el día siguiente, descubriendo su clase y profesorado por su cuenta. Al llegar un poco más temprano de lo habitual para conocer lo que se había perdido, no se esperó chocarse con alguien en la entrada del aula. El chico, bastante más bajo que él, le miró con curiosidad tras disculparse. Cargaba un balón de voleibol y se dirigía hacia fuera, aunque se paró unos segundos de más al ver el desconocido rostro.

—¿Eres Tsukishima, el que faltó ayer? —cuestionó, aún sujetando el balón con fuerza.

El rubio asintió sin quitarle los ojos de encima. ¿Es que no podía llegar hasta su asiento sin tener que socializar?

—Soy Hinata, estamos en la misma clase —sonrió, como si ese dato no fuera obvio—. El tutor nos pidió ayer nuestros números de teléfono para algunas tareas y demás, así que lo tienes que escribir en el papel que está en su cajón.

Tsukishima desvió la mirada del chico hacia el escritorio del profesor. Escuchó a Hinata despedirse de fondo y, al ritmo de sus pasos alejándose, una expresión de incredulidad creció en su rostro. De la nada, en un simple parpadeo, el cielo se había tornado de un naranja fusionándose con azul. Cerró los ojos, contó unos segundos y volvió a observar. Se quitó las nuevas gafas, pensando que tal vez los cristales serían capaces de producir semejante alucinación, pero todo parecía no ser una locura. ¿Sería posible pasar de ver solo la noche a ver solo el día? ¿O era aquel chico...?

Con cierto pánico en el cuerpo ahora, se dirigió con prisa hacia la mesa del profesor. Levantó la hoja de papel y buscó el nombre de Hinata con rapidez. No tardó es guardarse el número en su teléfono y apuntar el suyo en aquel papel. Cuando volvió a su asiento, se desplomó en él, absorto en su pantalla. ¿Cuántas posibilidades había de que le pasara justo eso el primer día de clase? Su vergüenza creció al percatarse de que Hinata era, además de tonto, un chico.

Kei actuó por el resto del día como si nada hubiera pasado. Habló con Hinata de vez en cuando, pues resultó ser que estaban sentados cerca, pero ni siquiera le comentó a él sobre el tema. Era tanto la primera como la última persona que quería que lo descubriera. Esa misma tarde, su tutor creó un grupo con todos los números de teléfono, lo cual benefició a Tsukishima, pues no le haría parecer un psicópata obsesionado con el pequeño sol de la clase por haber conseguido su número de la nada. Pero no fue hasta la noche que intercambiaron mensajes en privado.

Shōyo sufría de insomnio, algo un tanto común entre las personas que solo veían la luz del día. La idea de tener que dormir su cuerpo y su mente le aterraba y costaba demasiado desde hacía unos años ya.  Sin embargo, cuando vio el cielo transformándose para dar la bienvenida a la noche, el estupor le abrumó y pensó que podría llorar. Pasó un buen rato pegado a la ventana de su habitación, cuestionando cosas que todavía no cobraban sentido en su cabeza. No fue hasta que volvió a su cama y encendió el móvil que apareció en su mente la última pieza del puzle: Tsukishima.

Entró en su chat privado pero, justo después de eso, su mente quedó en blanco. No sabía con qué excusa empezar la conversación ni si el chico le dejaría de hablar si le preguntaba directamente sobre el tema. El "en línea" de Kei apareció por sorpresa, impulsándole a escribirle.

"Tsukishima! Qué te parece tu clase este año?"

Evadió sus pensamientos intrusivos para no sentirse idiota. Estaba esforzándose.

"Puede ser interesante"

Y ese parecía ser el final de la conversación. ¿Qué otra cosa podía esperar? Lo conocía desde hoy y lo único que sabía, a parte de su nombre, era que tenía muchas gomas de colores que su hermano le regalaba. Mientras pensaba en salir del chat y cuestionarse qué hacer en un futuro con todo eso, Tsukishima le envió otro mensaje:

"El cielo está bonito hoy"

La confianza del contrario le sorprendió un poco. Acababa de aparecer una buena oportunidad delante de sus narices, así que se lanzó antes de pensarlo dos veces.

"Es... diferente"

"Sí, creo que nunca lo había visto con tantos colores"

Shōyo nunca confirmó qué tipo de persona era Kei pero, guiándose por su nombre, que viera muchos colores en el cielo no podría significar más de una cosa. Con los nervios a flor de piel y el móvil tambaleándose en sus manos, llamó al rubio que recién había conocido casi en un acto reflejo. Tsukishima pensó que algo así llegaría tarde o temprano, pero aquel acto tan imprevisible también le puso un poco nervioso. Aceptó la llamada y respondió en un tono calmado. Hinata no tardó en hablar, casi como si necesitara soltar muchísima energía de golpe:

—Creo que eres mi alma gemela.

Se golpeó a sí mismo mentalmente. Bueno, ya lo había hecho. Si Kei no quería volver a verle, que así fuera. Total, solo habían hablado durante un día sobre las clases y comida. Tsukishima, por el otro lado de la línea, estaba conteniendo una pequeña risa y sonrojándose a la vez.

—El naranja del cielo me recuerda a ti —respondió finalmente, mientras observaba a través de su ventana.

—Apenas te he visto durante una mañana, lo mucho que me recuerda a ti son las jirafas por tu estatura.

Antes de darse cuenta, ambos acabaron riendo. Fueron unas horas memorables; Hinata ya no le temía a la noche inalcanzable, ni Tsukishima al futuro incierto que parecía escaparse entre sus dedos.

Tsukihina Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora