Fantasy au

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La repentina muerte del anterior rey hizo que el príncipe Kageyama ascendiera al trono siendo muy joven, demasiado en la opinión de algunos. Ese tipo de ideas fueron las que dieron lugar a la catástrofe a la que se enfrentaban actualmente: una maldición. Su nuevo rey despertó la mañana después de la coronación sin poder usar ninguno de sus cinco sentidos; era incapaz hasta de sentir las sábanas en las que se acurrucaba. El susto fue enorme, pero estaba claro que existía gente a la que esto beneficiaba. Hinata, su principal sirviente desde que Tobio era un pequeño niño, tenía la determinación necesaria como para incluso convertirse en soldado si hacía falta. Tuvo que pasar un eterno mes hasta obtener la mínima pista que los pudiera sacar de su situación. El castillo había movido todos los hilos posibles con desesperación hasta conseguir la identidad del mago que le había arrojado aquella maldición al rey. Por los pasillos corría el supuesto nombre del mago, que era más una especie de apodo con el que le llamaban las gentes de los pueblos. Hinata caminaba decidido. Con ese nombre podría llegar a la localización del mago e, incluso si la sangre se metía de por medio, liberar al rey que había prometido proteger. Sabiendo que nadie le daría importancia a sus planes por solo ser dos años mayor que el rey, optó por marcharse solo, llevando consigo comida, su espada y su caballo.

Las personas del pueblo y su confianza en ellos se habían convertido en su brújula. Muchos le advertían sobre los peligros de aquel hechicero, pero se sabía también que nadie podía echar abajo el deseo de justicia que había en su cabeza. En búsqueda de explicaciones y una solución, acabó rodeando un bosque y topándose con una escondida cabaña en medio de la nada. El aspecto de la casa daba a entender que no la habían cuidado en mucho tiempo, casi como si estuviera abandonada. A unos metros de allí, bajó del caballo y se acercó a pie. Las ventanas no dejaban ver bien el interior, por lo que apenas pudo curiosear de antemano. En esa plena tarde, con las mejores intenciones posibles, tocó en la puerta dos veces. Un minuto de silencio. Volvió a tocar, y su enfado por todo lo ocurrido comenzó a salir a la luz cuando lo ignoraron una vez más. Repitió la acción, con mucha más fuerza esta vez, casi como si no pudiera controlarse, y pudo oír algo en el interior de manera inmediata. Algo había caído y un "mierda" fue pronunciado —seguro que inconscientemente— justo después. En vez de gritar e irrumpir con la paz del bosque, Shōyo no lo dudó dos veces y abrió la puerta de una patada.

—¡Soy Shōyo Hinata y vengo en nombre del rey! —exclamó, asegurándose de que la funda de su espada era visible.

El interior era aún más caótico que el exterior. Más limpio, pero a la vez más desordenado. Sus ojos se perdieron entre las pilas de libros que ocupaban hasta el piso y las velas que habían manchado casi todo con su cera. Entonces, como si hasta el momento hubiera estado actuando como un niño fascinado por su nueva casa, cayó en la realidad. No había ni una persona en su campo de visión. Temiendo que el mago hubiera huido, corrió por las estrechas habitaciones hasta que escuchó unos apresurados pasos en el piso de arriba. Volvió a la entrada principal, desde donde se podía ver una de las habitaciones del piso superior, pero ninguna escalera para subirla. Alejándose un poco de su objetivo, comenzó a correr e hizo gala de sus habilidades en el salto. El sonido que provocó su peso contra la madera al aterrizar alertó al mago, quien se escondía en la habitación continua, preparado para atacar con magia si hacía falta.

—¡Sé que estás aquí! —volvió a hablar Hinata en voz alta, queriendo dar a conocer la razón de su intrusión— ¡He venido por la maldición del rey! ¡Es necesario que lo liberes! ¡¿No quieres el bien de tu reino y tu gente?!

Las palabras que el joven soldado sacaba por su boca no hacían más que molestar al mago. ¿Qué sabría él? ¿Qué le hacía estar convencido de que hablaba con la persona correcta? ¿Por qué.. había tenido que terminar todo así?

Un imprevisto sollozo guió a Hinata hasta la habitación más cercana. Sin saber si debía empuñar su espada o no, sus dedos temblaban, dudosos, mientras caminaba con lentitud. La puerta era estrecha y no tardó en abrirla en cuanto pudo alcanzarla. Era un baño. El baño más pequeño que había visto en su vida, para ser honestos. En el poco espacio que había entre el inodoro y la pared se encontraba un chico rubio, abrazando sus rodillas. Acababa de levantar la cabeza por la entrada del soldado, y los cristales de sus gafas se veían empapados. Hinata olvidó por un momento que podría tener delante de sus narices al mago más poderoso del reino y se apresuró a acercarse a él, agachándose para estar ambos a la misma altura y también por lo bajo que era el techo. El chico rubio puso una mueca de asco y empujó su cuerpo para poner distancia, pero el tamaño del baño no lo permitía. Shōyo, sin saber qué más decir, sujetó el rostro del contrario con ambas manos antes de volver a dirigirle la palabra:

—¿Eres el mago Estrella Maldita? 

Las lágrimas seguían cayendo por el rostro del hechicero, cosa que al propio mago parecía no gustarle. Cerró los ojos con fuerza por unos segundos y negó con la cabeza. Recuerdos aparecieron en su mente, como si fueran recordatorios de que nadie creería sus palabras. El chico del pelo naranja soltó sus mejillas, limpió sus lágrimas y le sonrió. El joven de la capa estaba teniendo el día más raro de su vida.

—¿Entonces quién eres? ¿No vive aquí Estrella Maldita? 

La calma con la que hacía las preguntas le incomodaba. Era como si esperara el mínimo desliz para aprovecharse y tomar su vida. ¿No era haberlo pillado llorando de la nada suficiente?

—¿Tan difícil es clavarme tu espada?

—Quiero salvar la vida del rey, no fastidiar la de otros inocentes.

Suspiró fuertemente apoyando la frente en sus brazos. Sin mostrarle la cara, continuó hablando con Hinata desde esa posición.

—Estrella Maldita no está. Desapareció hace años —se tomó su tiempo para continuar—. Lo único que quedan son el daño que ha hecho y yo, su inútil hijo.

Hinata trató de acercar una mano a su hombro en señal de apoyo, pero el rubio levantó la cabeza repentinamente.

—¡Él estaba planeando esa maldición desde hace a saber cuánto! ¡Y por mucho que busque, lea o investigue, no he podido aprender casi nada al respecto! ¡¿Es esta información suficiente para la corte?!

Shōyo se desplomó en el suelo. El desastre que había podido ver en toda la casa no hacía más que cobrar sentido. Sujetó la mano del chico por un momento, pero el mago se negó rápidamente con un veloz movimiento. Sus intentos de dirigirse a él parecían ir de mal en peor, pero se negaba a rendirse.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó al habitante de aquella cabaña repleta de libros, sorprendiéndolo por su interés.

—Kei —decidió responder, todavía sin confiar por completo—. Kei Tsukishima.

—Genial, ¿crees que los libros de la biblioteca del castillo podrían serte útiles? También traeremos a expertos del tema con los que podrás hablar de lo que has descubierto —le ofreció una mano—. ¿Vienes conmigo y buscamos la solución juntos?

Tras mirarle a los ojos, se levantó por sí mismo. Hinata podría jurar que su mirada había cambiado y, por alguna razón, eso le hizo confiar más en él. Supo que en unos días estarían de vuelta en la capital, percatándose de lo innecesarias que eran las espadas y que la gente lo había juzgado mal.

Muchos años más tarde, todavía se contarían las historias de un mago que no se llevaba bien con los caballos, su novio soldado al que llamaba "la cura de su maldición" y cómo fueron capaces de mover medio mundo para redimir al rey y cualquier necesitado.

Tsukihina Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora