La humedad que se respiraba en el callejón era cargante. Jean olía el hedor a orina de gato y a basura de un contenedor apoyado contra una de las paredes de ladrillo del amplio callejón en el que se encontraba esperando vestido de chándal, con la cara al descubierto y el móvil en las manos. Su hermano le había dejado bastante claro que era "de buena educación" no meter las manos en los bolsillos en esta clase de intercambios para que no hubiese "malentendidos". A lo mejor simplemente estaba siendo exagerado, sobre todo teniendo en cuenta que le había prometido que él y Víctor estarían esperándole en coche un par de calles más arriba, pero por si acaso, Jean le había escuchado. Arrugó la nariz y se la sorbió cuando el viento le trajo de nuevo esa peste a basura del contenedor y se movió del lugar en el que estaba para evitarlo, hasta que pudo ver cómo un coche se paraba en uno de los extremos del callejón. El chico tomó la bolsa de la compra a reventar de bolsas más pequeñas, como las que ponen en las charcuterías, rellenas de lo que había venido a entregar a cambio del dinero, y se puso en mitad del callejón.
Del asiento del copiloto salió un chico ataviado con una chaqueta vaquera mal cuidada y un gorro de lana color azul. Su mejilla izquierda era surcada por una cicatriz de muchos años de antigüedad que ahora apenas era una mera hendidura en la piel lisa y sin barba de sus mejillas. Jean calculó que debía sacarle tres o cuatro años al chaval. Frunció el ceño, entre extrañado y lastimado por la visión, con el móvil en una mano y la bolsa de la compra en la otra.
— ¿Vienes a por esto? — Le preguntó al crío, esperando que la respuesta fuese negativa.
— No, vengo aquí a jugar a las canicas con tu puta madre.
Jean frunció el ceño, molesto esta vez. Encima de enano, malhablado. Acababa de empezar el trato, y ya le estaban dando cincuenta razones para mandarlo todo al garete antes siquiera de negociar nada.
— Eres un chaval. No pienso darle droga a un crío. — Jean levantó el móvil, marcando el número de su hermano para llamarle y preguntarle que por qué nadie le había avisado de esto. Al niño no pareció gustarle esto.
— Oye, ¿a quién llamas? Dame la bolsa y pírate, que el dinero lo tengo aquí.
El pequeño se metió la mano en la chaqueta vaquera para sacar un sobre cerrado con un claro bulto de forma rectangular en su interior. Jean no le hizo caso y se llevó el móvil al oído, mientras sonaba el comunicador y su hermano lo cogía a los pocos pitidos. Se ve que estaba preparado.
"No hemos escuchado hostias todavía, ¿todo bien allí?"
— ¿Por qué nadie me avisó que habría críos metidos en esto? Porque a mí no me da la gana.
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Jean se fijó de reojo en el niño, que parecía estar perdiendo la paciencia, con los brazos cruzados. Sabe lo que se siente que le traten como el pito del sereno, pero es lo que toca cuando tienes diez años y estás negociando con esas pintas.
"Jean, no jodas."
— Que no me da la gana. Que Víctor hable con el comprador y le diga que venga o paso.
"Jean, tío, no es para tanto, que es su hermano pequeño, dásela y ya le diremos algo cuando ya esté todo hecho."
— ¡Ah, que encima es su hermano pequeño!
El chico le gritaría al auricular una sarta de maldiciones e insultos, creciendo en volumen e intensidad. No podía entenderlo. Adrien sabía perfectamente cómo se ponía con estas cosas, y aun así le había dicho de venir. Y ahora estaba al borde de la paciencia con su hermano, muy al borde. Tan al borde que la próxima vez que lo viera lo más seguro es que le soltara una trompada. Enmedio de todo esto, el niño se acercó a Jean, serio.
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CODE LYOKO - El lamento de la máquina
FanfictionHan pasado muchos años después de que Él dejara de existir. La IA diseñada para el control mundial fue eliminada, bit a bit, por un virus contramedida gracias a la labor de cinco estudiantes de trece años en la academia Kadic. Borrada como si fuera...