III

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La Aldea del Lobo Aullante nos recibió con los brazos abiertos, me atendieron estupendamente bien, pero me dieron un diagnóstico escalofriante.

En palabras simples mis pulmones estaban rompiéndose, deshaciéndose como la carne en el ácido, debilitándose y acortándome la vida ante cada respiro.

Irónicamente, respirar me estaba matando.

Por supuesto, no ser capaz de meter oxígeno en mi cuerpo no era una cosa tan simple, todo mi organismo dependía del aire que mis pulmones repartían por mis arterias y sinceramente creía que cada día me sentía un poquito peor, a pesar de las drogas que me mantenían en pie.

De ese día en la aldea ubicada en lo alto de la montaña —donde descubrí que mi cuerpo había decidido empezar a morir por sus propios medios— ya habían pasado cuatro años. Cuatro largos y tortuosos años, en los que cada día era más difícil que el anterior, cada día que abría los ojos y me daba cuenta de que seguía vivo, me dolía.

Lo que más deseaba era que Sasuke ya fuese lo suficientemente fuerte, para así dejarme sucumbir ante él, para permitirle satisfacer su sed de venganza con mi muerte. Era egoísta, pero era lo único que quería, morir era la mejor opción, porque cada día que pasaba vivo, dolía y ya no eran tan solo los fantasmas del pasado los que bailaban en mi cabeza recordándome la miseria que había provocado en las vidas de tantas personas, incluyendo a mi pequeño hermano, al que fue la luz de mi vida; también era dolor y malestar físico, algo tan simple como respirar se convirtió en un suplicio y no sabía por cuanto más podría soportarlo.

Sasuke tenía que apresurarse o la enfermedad me mataría y no podría hacer nada para evitarlo.

——

Para mi desgracia, luego de ese día donde me sonrió en agradecimiento, nada había ocurrido.

Ni una sola interacción.

Ni siquiera mi pequeño discurso sobre mi añoranza por la aldea había conseguido acercarlo a mí y la verdad es que me sentía un poquito decepcionado.

Porque luego de tanto tiempo estando a su lado, me había enamorado.

Me había enamorado de la sombra del azabache filosófico.

Me había enamorado de sus ojos negros que nunca me dirigían la mirada.

Me había enamorado del aura que emanaba su espíritu, esa aura misteriosa que me invitaba a hundirme en el laberinto de su mente, pero lamentablemente todavía no encontraba la entrada.

Itachi estaba cerrado a cal y canto, ni una sola mirada intrusa podía observar su fortaleza y esa dificultad no hacía más que aumentar mi curiosidad.

Quería conocer cada cosa de él, cada pensamiento que cruzara por su cabeza, porque claramente Itachi no dejaba de pensar y de analizar las cosas, se le notaba en la cara que su existencia se reducía a pensar, quizás a recordar.

Aunque sabía por experiencia propia que vivir en los recuerdos no era la mejor idea, solía ser un camino peligroso, pero había ocasiones que mirar hacia el futuro era peor que mantenerse en el pasado y presentía que el pelinegro no podía mirar en ninguna de las dos direcciones sin perder la tranquilidad.

Mirar hacia asesinatos siempre era una mala idea e Itachi tenía asesinatos en su pasado, había masacrado a toda su familia y perteneciendo a Akatsuki tenía asesinatos en el futuro.

Itachi no tenía nada bonito que observar.

Yo no miraba ni mi pasado ni mi futuro.

Observaba mi presente.

Amaterasu | KisaItaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora