Paradojas del espacio tiempo

Capítulo 7: Perro doméstico

Sochitara/ Sesshomaru se levantó temprano y se sorprendió de ver el Arduino, que había programado con el profesor Agasa, con las luces encendidas. Lo había puesto debajo de su cama con el fin de no necesitar prender la luz en caso de cualquier eventualidad nocturna que pudiera acontecer; como humano, era más dependiente de su vista que de su olfato. Lo dejó estar, apagó las luces de aquel aparato y lo puso en su escritorio; para alistarse y así salir aquel sábado. Se puso aquellas prendas de fin de semana que le había recomendado Reloj Totosai cuando recientemente había llegado a esa época tan adelantada; desayunó con aquella mujer de cuarenta y tantos que en esa realidad era su madre y salió al encuentro de Kagome en la estación de trenes.

Levantó una ceja y puso una expresión agria al ver a Inuyasha, pero se reservó sus comentarios.

-¿Qué te pasa? – le espetó Inuyasha a modo de saludo en aquella aglomerada estación de trenes, llevaba puesto su atuendo usual, con colmillo de acero al cinto y una simpática gorra que ocultaba muy bien sus orejas de perro.

-No tengo que porqué dar explicaciones a sujetos como tú – le espetó fríamente Sesshomaru/ Sochitara a Inuyasha.

-Por favor, chicos, no se peleen – intervino azorada, Kagome – ¡Vengan! Ya llegó el tren – les dijo muy animada, tomando las manos de ambos, a lo que entraron al vagón siendo arrastrados por Kagome y la muchedumbre.

Llegaron rápidamente al parque de diversiones, Kagome distribuyó las tres entradas a cada uno y pasaron a través de una puerta mecánica; el ingreso al parque consistía en una fachada como sacada de un cuento fantástico combinada con la elegancia de un decorado de luces adecuado y una puesta de escena que hacía pensar que habían ido a otra realidad, el aspecto del parque con el juego fantasioso de tecnología y escenografía no podía dejar indiferente a nadie. Se mezclaba la música alegre y orquestada con las voces de la muchedumbre entusiasmada. Kagome sacó unos tickets rápidos de una máquina con los horarios de las atracciones principales, además de un mapa.

-¡Vamos a la montaña rusa, chicos! – les dijo muy animada y, nuevamente, ambos fueron arrastrados por el ímpetu de Kagome, sin poder refutarle nada.

Kagome pasó los tres tickets del pase rápido al dependiente de la atracción, por lo que pasaron de inmediato por el acceso, el cual tenía una escenografía como de ingreso a las altas cumbres del Himalaya con muchos motivos asociados al montañismo y a los monjes budistas de esa región; había una figura tamaño real de un Yeti en la entrada, pasaron el enroque de ingreso y se subieron a los asientos individuados del carro de aquella atracción, bajaron las bandas de seguridad de manera automática; y comenzó a andar: al principio lento, ingresando por un túnel oscuro, donde un juego de luces, hologramas y escenografías, en conjunto con efectos de sonido y una voz que narraba la historia del Yeti, los hacía vivir una experiencia como de montañistas extraviados en un paraje desconocido, frío y húmedo; pasado el efecto de humo, el carro se bamboleo y ante ellos apareció un terrible Yeti, rugiéndoles; Inuyasha estuvo a punto de sacar su colmillo de acero, pero no alcanzó producto de la veloz caída del carro por los rieles entre vezados de la montaña rusa, la mayoría gritaba, y Kagome estaba entre que gritaba y reía.

La salida de la atracción consistía en una tienda de recuerdos y souvenirs de lo más pintoresco; en el fondo de dicha tienda había unas pantallas de televisor ordenadamente arrumbadas (unas sobre otras) donde estaban sus fotos registradas en el momento justo en que el Yeti los abordó.

-¡Miren chicos, ahí estamos! – dijo con entusiasmo Kagome, quien no pudo evitar reír al ver a Inuyasha en plan de sacar a su Colmillo de Acero, a Sochitara/ Sesshomaru, mirando a Inuyasha con desdén y a ella misma con cara de sorpresa y diversión. Kagome compró la foto como recuerdo.