¡Adíós!

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Era Marzo 17, de 2002, mi padre y yo íbamos en el auto camino a la casa de mamá, no la veía desde mucho tiempo atrás, porque ella y papá se habían divorciado cuando yo tenía 5, ahora, no sabía que sentir, estaba asustada, pues ahora tenía 14 años de edad y me entristecía que nunca me llamó en esos 9 años. Papá iba callado, tampoco había música sonando, incluso cuando a él le gustaba mucho.
-Papá... Por... ¿Por qué vamos hacia la casa de mamá ahora?- tartamudee.
Volvió su mirada hacia mi, la mantuvo fijamente, pero no contestó. Su mirada se veía triste y sus ojos estaban hinchados, parecía que había llorado recientemente. Seguimos.
A los 30 minutos, vi a lo lejos la casa de verano que papá le había dejado a mamá en el juicio, era hermosa, color blanco. Recuerdo una inmensa piscina, un jardín verde y grande también, había unos columpios en los que solía balancearme todas las tardes. En mi mente, no sabía si llamarla "mamá" ó "Sarah".

Todo era muy confuso y finalmente, papá estacionó el auto frente a la casa, pero no abrió la puerta para dejarme salir, puso los seguros, me miró fijamente y dijo:
-Amor... Cielo... Lily, por favor... Sé fuerte, por favor... - sus ojos se llenaron de lagrimas.
-Pero papá...
-Sólo hazlo... Anda, baja ya. Ahora te alcanzo. Me ordenó.

Bajé del automóvil confundida, jamás había visto a papá llorar. Recordaba a mamá hermosa. Ella era castaña, de tez blanca, ojos verdes y unos labios color carmesí. Era alta y solía llevarme al parque todos los días. Cuando había noche de tormenta, iba a mi habitación y se acostaba a un lado mío acurrucándome contra sí. "Todo estará bien princesa"... "Todo estará bien"... Era la frase que me decía para calmar mis llantos nocturnos. Con temor toqué a la puerta para que me abrieran. Nadie lo hizo. Papá se acerco, traía una llave.

-Tendremos que entrar así, amor.- me susurró al oído.
Giró la perilla, entonces pude ver la casa por dentro, era tal cómo la recordaba, un piso de madera pulido, con muebles y sofás hermosos, en las paredes, fotografías de nosotros, una televisión muy grande y ventanas dónde se podía ver el patio. Realmente era una casa inmensa. Papá me indicó subir las escaleras en silencio, así lo hice. En la casa no había ni un solo ruido. Era como sí nadie viviese ahí. Subí todas las escaleras, hasta que me encontré con un pasillo muy largo y grande. Habían 9 puertas en total, cuatro de lado derecho, 4 de lado izquierdo y solo una a final de pasillo. Papá me dijo que me dirigiese ahí. Lentamente caminé a través del pasillo, contando cada uno de mis pasos, sigilosa y calladamente, hasta encontrarme frente a aquella puerta.
Giré la perilla y una sorpresa deslumbró mis ojos...

El secreto de la FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora