¡¿Quieres pelea?!.

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Abrí los ojos con lentitud, no quería despertarme, y menos ir a clases. El día estaba perfecto para quedarse en la cama. Lluvia por la madrugada y clima nublado, húmedo y fresco en pleno Verano.

Suspiré de mala gana quitando de enfrente de mis ojos el pequeño mechón de cabello erizado.

Me levanté de mi cama y quedé sentada.

Miré a mi alrededor y mi habitación estaba hecha un lio. Fuí a el baño, hice mis urgentes necesidades y comenzé a ordenar un poco.

Terminé y mi estómago empezó a gruñir, entonces tomé mis pantuflas, que por cierto provocaban un ruidito tierno, y me dirigí hacia la cafetería.

Había algunas personas en un pequeño rincón masticando quién sabe. Me acerqué a dónde se encontraba la cocinera, y la miré sonriente, ella copió mi acción.

- Buen día pequeña, ¿en qué puedo ayudarte?. - dijo mirándome con esos enormes ojos oscuros.

- Solo quiero una manzana, si es posible. - dije señalando desde el exterior de la vitrina la fruta.

- Claro.- tomó la manzana y me la extendió.

- Gracias...- ¿señora?.

Rió.

- Rachel, denada...- descansó su mano en su barbilla y actuó de forma pensativa.

Reí al verla así.

- Kate.

- Denada Kate.- sonrió y me di vuelta para marcharme. Subí las escaleras mientras comía de la fruta y de repente me tópo con alguien, mis ojos se abrieron como platos al posar mi vista allí.

- ¿Qué haces tú aquí?.- dije aún sorprendida.

- Estudio aquí nena, ¿y tú?.

- Vengo de excursión.- sonreí sarcástica.- y a tí que te parece.

El rió mostrando sus dientes de un millón de dólares.

Pasé por su lado y seguí mi paso pero me detuvo.

- Pensé que jamás volvería a verte.

- Yo también pensé que jamás volvería a ver al maniatico que casi me atropella. - sonreí.

- Te cruzaste. -excusó.

- El semáforo estaba en rojo.- me defendí, que vil mentiroso.

Sin dar mas vueltas seguí subiendo la escalera.

Rió a carcajadas, de seguro que estaba sonriendo aunque no lo pudiera ver.

- Tus pantuflas son épicas con ese torpe ruido que molesta.

Di la vuelta y me puse frente a él, llevé las manos hacia mi cintura y con una cara de pocos amigos comenzé a dar brincos repetídamente así el ruidito era más sonoro.

Su mirada era preocupante y al mismo tiempo desafiante.

De un momento a otro sentí que junto a mi trasero estaba tumbada en uno de los escalones. ¡Auch!.

Hice una mueca de dolor y él solo rió aún mas fuerte. Esto era incómodo.

Extendió su mano hacia mí e hizo fuerza para atrás jalando de mi brazo.

Cuando ya estaba de pie le sonreí.

- Gracias.- susurré, aún mi trasero dolía.

- Scott Hunter, un gusto muñeca.- guiño el ojo.

- Kate Mckenzie, y no me llames muñeca.

- Como tú digas, muñeca.- me tomó de la barbilla.- Nos vemos luego.- sonrió por última vez y se marchó.

Tenias que ser tu.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora