Capítulo 13

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La primera vez que Beck Neumann tuvo un carro propio fue en su cumpleaños número doce. El señor Neumann le entregó las llaves en plena fiesta y recuerdo haber sentido que me desplomaba en ese mismo lugar.

El monstruo con un auto, solamente significaba una cosa: iba a ser atropellada en cualquiera de los siguientes días.

Como lo había predicho, una semana después, aquel niñito estúpido amenazó con perseguirme en su auto si no le hacía toda la tarea del mes.

¿Cómo terminó la cosa? Bueno, pues durante una hora, fue tras de mí en el campo de golf de nuestro club deportivo. La única razón por la que había salido viva era que, gracias al cielo, encontré un carrito de golf y me monté en él para escapar.

Desde aquel carro, el monstruo había desarrollado una obsesión con coleccionar autos. A tal grado, que varias editoriales le habían pedido entrevistas para que se los mostrara. Claro que la única razón por la que yo había llegado a leer esas entrevistas era que mis padres recibían copia mensual de las revistas.

Sin embargo, había una cosa que en todas repetía: nadie se subía a sus autos personales.

Y ahora, estando dentro de uno de sus carros deportivos, me preguntaba si había mentido.

Mentir para hacer sentir especiales a las chicas con las que se metía sonaba exactamente como algo que él haría. Estaba más que segura que si lo que había dicho fuera cierto, no hubiera dejado que yo me subiera.

El aire dentro del carro se sentía fresco, no como recién limpiado, sino como la frescura de cuando estás en la playa de vacaciones y te acercas a la ventana para ver el mar. Ese sentimiento mezclado con la colonia de Beck, creaba un aroma que me hacía sentir de alguna manera más relajada, casi embriagada.

Okay, quizás Baby tenía razón con lo de llevarme al neurólogo.

Beck me dedicó una rápida ojeada de reojo, asegurándose de que no me arrepintiera de ir con él. Lo más probable era que quisiera evitar que saltara del carro a medio camino.

Cómo si yo fuera capaz.

Al ver que no me quejaba, arrancó.

Inquieta por el silencio, paseé mi mirada por su auto, intentando descubrir con qué podía molestarlo.

—¿Qué es esto? —pregunté curiosa tomando un termo que se encontraba en medio de los dos. Vio el termo y puso una cara rara.

—No es nada —respondió cortante, con la vista fija en el camino.

—¿Esto es tu desayuno?

Levanté el envase a la altura de mi cara para examinarlo mejor.

—No toques mis cosas.

Pero si ayer querías que te tocara todo.

—Ni siquiera le tomaste nada, ¿estás planeando causarte una embolia? —entrecerré los ojos.

—¿Estás preocupada por mí, estrellita?

Una sonrisa engreída se escapó de sus labios, mostrándome sus hoyuelos.

—Más bien indignada. Me hubieras dicho de tus planes y así dejaba de gastar mi energía tratando de deshacerme de ti.

Aprovechó un alto, para mostrarme que mis palabras le causaban gracia. De repente, una mueca se formó en su cara, como si estuviera reflexionando algo que se encontraba apunto de hacer.

—Si quieres puedes tomártelo —ofreció, en un susurro que me hizo pensar que quizás no deseaba que lo escuchara. Alcé una ceja.

—Se que te mueres por mezclar tu saliva con la mía de nuevo pero no soy fan de tomar cosas de otras personas.

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