A lo largo del partido, fueron pasando diferentes cosas que me hicieron dudar si debería seguir estando en este equipo, cambiarme a otro, o hasta abandonar el juego. Pero al final de todo, siempre llego a la misma conclusión. Esta es la forma en la que quiero jugar el juego el resto de mi vida.
La hinchada muchas veces me hizo dudar, es mucho más molesta que en los juegos anteriores en los que había estado. Muchos creen que Jesús jamás hizo ese viaje por su equipo. Piensan que todo fue un invento de ellos para ganar más fama. Pero ese no es el problema con la hinchada, porque ellos pueden pensar lo que quieran respecto a mi entrenador, aunque hay pruebas documentadas y fuertemente confiables de que su viaje fue real. Y por más que yo pueda contarles lo real y bueno que él es, jamás me creerían. El problema se genera cuando la hinchada lo grita, y llegan las burlas, las críticas, el odio.
En otros juegos no había vivido algo así, la hinchada es súper molesta en cualquier cancha, pero cuando mi entrenador empezó a ser Jesús, la hinchada se potenció a odiarme, porque lo odian a él. Pero entendí (mi maestro me enseñó), que fijarme en la hinchada sería desconcentrarme del partido, y junto a eso, perderlo. Acepté que jugar el partido para agradarles a quienes lo miraban desde afuera, sería un fracaso para mí mismo. Así que una vez más, le hice caso a quien conoce mejor el juego.
También se me presentaron oportunidades que a simple vista parecían ser mejores para mi juego. Pero después de pensarlo bien, y en ocasiones hasta dejar de jugar y tener que volver, me di cuenta que pueden existir muchos directores técnicos que puedan guiar mi juego de una muy buena forma, pero que ninguno de ellos hizo algo tan grande por mí como lo que hizo Jesús. Ninguno de los entrenadores con quienes estuve hablando, había visitado al creador del básquet, ni tenía las mejores estrategias como mi maestro las tiene.
Y aunque a veces parece ser tentador abandonar este equipo por las cosas que me ofrecen otros, entendí que aquí no solo se ganan trofeos, sino que se hace con amor y pasión. Me he metido en juegos donde la hinchada cree ver una realidad que no existe. Y yo caí en esos juegos antes de llegar a mi actual equipo. Estaba en la cancha, jugaba súper bien pero por dentro me sentía totalmente vacío. Sentía que esos trofeos solo se juntarían para algún día llenarse de polvo. En cambio los trofeos que llevamos ganando con Jesús, son aún más valiosos porque fueron ganados con alegría, diversión, libertad y mucho amor.
En ocasiones creí que jugar con Jesús sería jugar sin problemas, pero no fue así. "En la cancha tendrán problemas, pero quédense tranquilos, yo ya los vencí", dijo el entrenador en una ocasión.
Y me caí en un partido, muchas cosas no me salían aunque lo intentaba, pero el director técnico siempre estuvo ahí. ¿Me va a expulsar? Pensaba yo, cada vez que fallaba en algo. Pero no, su respuesta no era esa. Jesús me perfeccionaba, cada vez que yo cometía errores, se los contaba y él me ayudaba a corregirlos. Con paciencia, con amor, con ternura, y un poco de exigencia como cualquier entrenador que quiere lograr algo grande en su aprendiz.
Sin duda, desde que acepté jugar mi vida con Jesús como director técnico, todo fue diferente. Diferente para bien. La cancha cambió de color, mi interior cambió de color, de gris a un arcoíris lleno de posibilidades y estrategias que el creador tenía para ofrecerme. Si se arruinaba el partido, era porque yo quería, era porque yo en la cancha tomaba decisiones por mí mismo. Creo que por eso mismo muchos desconfían de mi entrenador, porque a veces en el equipo actuamos como si el creador del juego no nos hubiese dado las respuestas y estrategias que necesitábamos.
¿Por qué? No lo sé, supongo que somos humanos un tanto caprichosos, orgullosos o a veces simplemente nos negamos a que el juego sea manejado por alguien más. Por eso mismo, muchos no entran al juego. Ven al equipo fracasar por sus malas decisiones y creen que ese libro de estrategias nunca funcionó. Cuando en realidad, nosotros somos quienes no nos dejamos guiar por el entrenador y decidimos hacer todo con nuestro esfuerzo.
Agarré la pelota otra vez, y metí el punto. Esta vez fue de una, sin tantas vueltas. Y cada día entiendo más, que no necesito entender su estrategia, sino que solo necesito seguirla. Escucho la voz del creador, y así es como todo funciona. No hay ecuaciones definidas. A veces doy mil vueltas a la cancha, parece que todo el partido está perdido y que mi entrenador está en mi contra, o que se fue a tomar un café y nos dejó solos. Pero al final de cada partido puedo seguir creyendo que no fue así. Simplemente no puedo entender cómo funciona, pero puedo entender que funciona.
Por eso escucho a mi entrenador, confío en él, recuerdo lo tanto que me ama y meto el punto. Desde que entré a este juego diferente, siempre fue así. Y sé que así seguirá siendo. Sin importar lo que me esté pasando, Jesús está ahí mirando cómo juego y confiando en que puedo hacerlo. Está ahí para ayudarme en lo que necesite y sobre todo, para siempre recordarme que las marcas en sus manos, demuestran que me amó no solo con palabras como muchos lo hacen, sino que con hechos, como nadie más lo hizo por mí.
![](https://img.wattpad.com/cover/240635479-288-k870689.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El juego de la vida.
SpiritualeJeremías es un adolescente de dieciocho años, quien describe en este relato, la forma en la que juega el "juego de la vida" desde que tomó una importante decisión que lo cambió todo.