Pese a todo lo que uno podría pensar por sus dominios Ares no era un tipo rencoroso y sabía reconocer sus errores. Como para no hacerlo teniendo en cuenta que a Atenea le gustaba hacer largas listas con ellos y leérselos en cada oportunidad que tenía. Acostarse con la mujer de su hermano, contra lo que la gente pudiera pensar, no había sido un error. El error había sido desde un principio ese matrimonio. Su fallo único fue hacerlo en su propia casa.
No podía enfadarse del todo por la ira y la trampa de su hermano, se habían dejado caer en ella, ¿qué clase de dios de la guerra era aquel que se dejaba caer en una trampa con esa facilidad? Un dios cegado por la pasión. Eso ya no le pasaría más, Perséfone era una buena chica con la que no solamente se divertiría, sino que encima podría tener una vida tranquila. ¿Acaso ese no era el último deseo de cualquier hombre en su madurez?
Claro, la preciosa Koré era todo lo que necesitaría. Afrodita y él ya eran una historia pasada y superada. Se alegraba de que lo hubiese sustituido tan rápido como él la había sustituido a ella, dos de los antiguos juntos. Un rey encima. Un dios que cagaba diamantes, ni más ni menos. Realmente no sabía si su tío cagaba diamantes, pero como si lo hiciese, los producía sin esfuerzo. Un dios con el respeto de inmortales y que causaba tal pavor entre los mortales que no se atrevían a pronunciar su nombre. Por supuesto, eran una pareja estupenda. Ambos antiguos, cabellos morenos, altos y con una enorme belleza. Se mesó sus propios cabellos dorados, iguales a los de su madre, tirando de ellos con un poco más de fuerza de la necesaria mientras se repetía a si mismo que se alegraba por ella.
Le habían dicho que Hefesto lo buscaba, lo buscaba por primera vez desde que le atrapó en la red, aunque tampoco es que lo hubiese buscado mucho antes, le había robado a su gran amor por la espalda y a traición y lo que era aun peor, por la fuerza. No es que nunca hubiesen tenido una gran relación de hermanos de todas formas, no se habían criado juntos y no habían mostrado nunca interés el uno por el otro a pesar de compartir a ambos padres a diferencia del resto de sus hermanos, salvo Hebe e Ilitia con las que su relación era radicalmente distinta, las quería mucho a ambas y ellas a él. A veces creía que Hefesto le había culpado también por no ir a buscarlo, como si hubiese sabido de su existencia hasta que a su padre le fue útil. ¿Por qué no recibirlo? Dionisio le había dicho que en su estado actual no era una buena idea beber -Dionisio, ni más ni menos- y se aburría.
Seguramente estaba muerto de miedo. Hades era capaz de pedirle a su madre un divorcio y ella a dárselo sin poner ningún impedimento. Su padre tampoco diría nada salvo desearles suerte, le debía demasiado a su hermano mayor, ¿qué podía hacer Hefesto ante eso? El hijo favorito de nadie seguramente sería ofrecido como sacrificio antes de importunar al Rey del Inframundo. Al final todas las tretas que hizo contra él para asegurarse tener a Afrodita a su lado no le servirían nada contra un dios más poderoso. Quizás no se alegraba sinceramente de que Afrodita estuviera con Hades, pero al menos sí que lo hacía de que estuviera con alguien de su elección.
Se volvió a repetir que estaba más que feliz por Afrodita y que él lo sería con Perséfone un par de veces más, como un mantra, antes de salir al encuentro de Hefesto.
A veces se le olvidaba lo poco agraciado que era Hefesto con respecto a los demás dioses y buena parte de los humanos. Aun así la mirada de interés que puso al verlo fue mucho más desagradable que su aspecto.
-Saludos hermano.
Le devolvió el saludo con un gesto con la cabeza. No lo había llamado nunca hermano, estaba seguro de que Hefesto pensaba que era verdaderamente estúpido. Le pidió que hablasen en privado y no tuvo ningún impedimento
-Me temo que tengo malas noticias que darte, a pesar de lo que puedas creer no me gusta ser portador de las mismas -fingió un tono afectado, pero era un mal actor y desde luego su hermano era menos estúpido de lo que pensaba para darse cuenta- Tu futuro matrimonio está siendo boicoteado por ni más ni menos que nuestra poco amante madre y mi esposa.
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Mi gran y divina boda griega
FantasyNadie sabe como, pero Ares se coló en el reino de Deméter lo suficiente como para cortejar a su hija. Koré, obsesionada con la profecía de la que viene su nombre más que por el dios, acepta el matrimonio. Deméter no está nada conforme, pero sabiendo...