No sé si en verdad nadie se está enterando de que esto está siendo publicado o es que no interesa, pero la nula reacción que ha habido con respecto al primer capítulo ha sido un poco descorazonadora. Entre que estoy dejando esto como una historia secundaria a la que me dedico mientras escribo otro proyecto y que veo que se lee sin reaccionar. Si os gusta dejadme un poco de animo sobre esto, por favor, que duele ver que sube el número de lecturas y que nadie se molesta en dedicar un segundo en dar al like ni dejar un comentario.
Para ser inmortal y no darle valor al paso del tiempo Perséfone ahora empezaba a desear que empezase a correr un poco más lento. Le había parecido muy obvio la profecía de su nombre de ser la traedora de muerte si era la esposa del dios de la guerra, allá por donde fuese la guerra habría muerte, era una cuenta de aritmética sencilla. Parecía que por fin había resulto el misterio de la predicción que había estado haciéndola dudar de su poción toda su vida. Ares era guapo y siempre tenía ocurrencias que la divertían. Se había sentido muy contenta y dispuesta cuando le ofreció matrimonio, era como si se fuese a abrir el camino de la verdadera vida y dejar la infancia atrás. Había sido el tiempo más excitante de su vida y las escapadas en las que le había ido descubriendo el placer carnal más allá de sus juegos con ninfas habían sido de lo más interesantes. Pero a pesar de que todo era nuevo y lúbricamente divertido no podía evitar pensar que quizás... Se había precipitado a la hora de decir que sí.
No es que todo eso hubiese dejado de ser así, es que se había dado cuenta de que la melancolía y el anhelo tan grandes que sentía cada vez que recordaba visión eran mucho mayores que los sentimientos que él podía despertar en ella. Al conocer a su séquito no supo que le fallaba, pero desde luego se sentía fuera de lugar. Buscaba a su contrario, a su complemento y no estaba seguro de que la primavera se complementase mucho con la guerra más allá de ser el inicio de muchas campañas militares por el buen tiempo. Sería un elemento más de su dominio, más que una parte importante de un todo.
No sabía como había pasado tan rápido, pero estaba en la fiesta previa a la boda ya. ¿Como planteaba ahora con todo el mundo allí esperando sus dudas a su prometido? De momento no había sido otra cosa que amable con ella, pero lo había visto como destrozaba de un golpe seco a alguien por llevarle la contraria. No es que tuviese miedo de que la fuese a agredir físicamente, pero sabía que tenía un carácter bastante peor de lo que inicialmente mostraba, sabía que parte de las leyendas sobre su mal humor eran verdaderos.
Encima al principio parecía que su madre iba a oponerse, pero no sabía que había ocurrido que parecía hasta un poco ilusionada con la boda, no tanto con su matrimonio como por la ceremonia. No parecía que aceptase más la idea de que se casase que antes ni que le hubiera abierto las puertas de su corazón a Ares, pero en algún momento notó un cambio evidente. La había visto planificar el vestuario completo nuevo y arreglarse más que antes. Llevaba mucho tiempo sin hacer reuniones formales con otros dioses y quizás tenía muchas ganas de socializar, se alegraba de que al menos ella estuviera contenta con la situación. Deméter llevaba mucho tiempo centrada en Sicilia en gran parte por ella, osea que estaba bien que volviese a recuperar su vida.
Tenía ganas de salir corriendo a cualquier otro lugar y la emoción de Ares mientras recibían a otros dioses la hacía sentirse aun peor consigo misma. Ya había recibido a casi todo el Olimpo, pero su madre parecía ansiosa y expectante, seguramente aun quedaba gente por aparecer. La tierra comenzó a temblar ligeramente y todos miraron a Poseidón que estaban tranquilamente masticando lo primero comestible que había encontrado, no era él, al mirar de refilón a su madre la vio brillar de la emoción.
Hubo una explosión y todo se lleno de brillo, humo y un ligero sonido cristalino de piezas chocando. Con delicadeza dos dioses bajaron de lo que parecía un estallido de diamantes y otras piedras preciosas. Ambos eran altos y de cabello moreno, pero mientras la diosa era bronceada él era pálido, también tenían en común ser extremadamante atractivos.
-Pedazo de... -Perséfone no alcanzó a escuchar lo que decía su madre, pero supuso que no era nada bueno, el tono que había usado lo reservaba para las excusas ocasiones en las que se encontraba enfadada al extremo.
-Afrodita -dijo Ares con voz entrecortada como si hubiese recibido un mazazo.
-El dios de la riqueza y el Rey Hades del Inframundo con su acompañante, la diosa del amor y la belleza, la dama Afrodita -anunció un heraldo a toda prisa, ya que nadie sabía que iban a asistir juntos, un poco más por cumplir su obligación que por necesidad real.
La pareja era brillante más allá del hecho de que aun llovían diamantes al alrededor de ellos por su espectacular entrada. Perséfone había visto a unas cuantas parejas divinas, de hecho ese mismo día la mayoría se encontraban allí y solían ser radiantes, pero esta era diferente. Se esperaba que la diosa del amor, la belleza y el sexo rezumase ese carisma, Ares había hablado tímidamente sobre ella no queriendo hablar de su antigua amante y lo cierto es que era mucho más intimidante de lo que Perséfone se esperaba, pensaba que era la manera de recordar a su más antigua amante más desde su corazón que desde sus ojos, pero ahora comprobaba que no. Desde luego si la diosa hacía un mínimo esfuerzo para ganarse de nuevo a su futuro esposo lo iba a tener más que complicado. Aunque en ese momento no se encontraba en condiciones de mirar la reacción de Ares.
Nunca había visto al tercer rey del Cosmos. Para ella el Rey del Inframundo era algo así como su reino, algo que sabía que existía de oídas pero de lo que tenía no una constancia directa. Su madre sí que se había dedicado a bajar alguna que otra vez para arreglar o mejorar algo del reino, pues al parecer tenía una parte parecida a su Sicilia para los mortales que habían llevado una vida justa, pero a ella nunca se le había permitido mirarla y dado a que no se hablaba demasiado de su reino, tampoco es que hubiese desarrollado ningún tipo de curiosidad.
La curiosidad que en toda su larga para un humano pero breve para un dios vida no había tenido se manifestó ante la mera visión del rey. Suponía que debía decir bastante estar al lado de Afrodita y ser capaz de robar la atención de alguien. De ella lo había conseguido hasta el límite de no estar siendo capaz de escuchar lo que su madre decía colérica y escucharlo todo como en un segundo plano.
La pareja se acercó hasta donde estaban ellos y se dispuso a presentar sus respetos a los futuros novios con todo el protocolo, no había nada que hicieran que se les pudiera reprochar, habían sido en todo caso incluso corrector de más para dos dioses de su rango. Y sin embargo todo pareció de lo más irrespetuoso, tanto en sus tonos como en su manera de moverse, como si estuvieran representando una parodia dentro de una broma privada. Y aun así nada la podía preparar para la sensación de él centrando por primera vez su atención en ella.
Lo miró a los ojos directamente, él estaba haciéndolo con ella y no se iba a dejar intimidar, era como si algo se rebelase a achantarse ante él, se acercó su mano a los labios y, con infinito cuidado, firmó con sus labios el dorso de la mano en un supuesto gesto de respeto que incendió la piel que había rozado. Su beso, su tacto, sus ojos y hicieron que Perséfone confirmase lo que ya su mera aparición habían iniciado en ella. El reconocimiento a pesar de no haber estado nunca antes juntos y una sensación de posesión como nunca había sentido antes la dejaron sonrojada y sin aliento. Todas las zonas erógenas de su cuerpo despertaron como no lo habían hecho antes con los juegos de intimidad que había tenido con su prometido. Prometido del que se había olvidado, como de todo el mundo que no fuese él en ese mismo instante. La sonrisa que bailaba en sus ojos se pasó a los de ella, como si ambos conociesen una broma que no estaba al alcance de nadie, ni siquiera de sus parejas.
Deseó estirar la mano hacia su rostro y tomarlo, atraer de nuevo sus labios hasta su piel, tenía sed de él y curiosamente ella quería ser bebida. Y supo que con gusto la devoraría.
¿Qué podía hacer ella, la primavera, contra el señor del reino de la muerte? Y como un rayo de Zeus le impactó una certeza. Dadora de muerte. El Señor de la muerte.
Desde luego se había precipitado, sí.
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Mi gran y divina boda griega
خيال (فانتازيا)Nadie sabe como, pero Ares se coló en el reino de Deméter lo suficiente como para cortejar a su hija. Koré, obsesionada con la profecía de la que viene su nombre más que por el dios, acepta el matrimonio. Deméter no está nada conforme, pero sabiendo...