UNO

323 33 70
                                    


El hastío comenzaba a invadir su trabajo. Nela había decidido dar un cambio en su rutina. La mudanza al nuevo barrio se había convertido en una aventura para ella. Como una gata curiosa, espiaba a los vecinos e intentaba socializar.

Aún faltaba descubrir al joven misterioso que asomaba fugazmente por la ventana de la casa vecina.

El cuarto de la mujer estaba con su gran ventana daba en vista al  ventanal de la habitación del vecino.  Allí, podía ver —cuando la ausencia de las cortinas así lo permitían— a un hombre joven que recorría el espacio envuelto en una toalla, de torso espartano al descubierto y brazos tenaces. Sólo entonces ella imploraba en un rezo agónico:

        —Diosito... soy yo de nuevo. Por favor... retira esa toalla.

Con el pasar de los días Nela reconoció la rutina del muchacho. Por la mañana ella trabajaba en su escritorio en la sala de la casa, animando los diseños de su próxima historieta para jóvenes. Entonces aproximadamente a las 16:00 hrs, subía para la planta superior y desde su cuarto esperaba la llegada del joven.

Pasados unos minutos comenzaba el ritual, llegaba vestido elegantemente lo cual suponía un trabajo importante, bajaba su mochila en la cama y las paredes azules del cuarto reproducían la rutina como una filmina antigua. Luego desabrochaba su camisa, se sacaba los pantalones, y desaparecía de la escena, dejando ansiosa a Nela que a esa hora, taza en mano, tomaba un té para calmar la ansiedad de la espera.

El joven jamás miraba hacia la venta por lo tanto no se percataba de su vecina curiosa. Mientras Nela seguía implorando la caída de la toalla y Dios continuaba negándose, él parecía asegurar cada vez más el nudo que escondía el objeto del deseo.


______________________________________________

El despertador la arrebató de sus sueños, Nela le dio un manotazo y lo arrojó al piso. Un cúmulo de tornillos y vidrios se dispersaron.

         —¡Mierda! Otra vez un despertador nuevo— dijo molesta, sentada en la cama con los cabellos enmarañados.

Se dirigió al baño arrastrando sus pies, mientras la cabeza explotaba por la resaca.

Se miró al espejo y sus ojos oscuros estaban enmarcados de unas ojeras profundas.

Su aspecto no era el mejor,  aún tenía el vestido de la noche anterior, uno escotado por detrás, de color blanco, marcaba sus curvas de mujer adulta, con esa incipiente entrada a la madurez...

De golpe se abre la puerta del baño y en tromba hasta el inodoro, cae arrodillada Lina, con los cabellos coloridos, vomitando.

Con cara asqueada, Nela le reprocha:

          —¡Por Jebus, Lina! ¿ Podrías respetar mi baño?

Lina pareció no escucharla y solo consiguió limpiarse el rostro con una toalla que encontró cerca.

— Deberías habilitar el baño de abajo para estas situaciones... casi mancho la escalera —le dijo sonriendo.

Se levanto tambaleándose y acomodando su vestido corto de raso negro. Sus cabellos coloridos estaban en batalla.

Nela comenzó a reír:

— Pareces un unicornio atropellado por una estampida de bisontes salvajes...

Terminaron de arreglarse, se ducharon y ya recuperadas se sentaron al borde de la cama, hipnotizadas en los laberintos de una resaca que se negaba a desaparecer.

En el jardín del vecino la hierba crece mejor IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora