SÉPTIMO

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Lina se acercó con pasos sigilosos al salón.

Cubierta sólo por una toalla, observaba la danza que se alternaba entre los dos.

Nela se acomodó suavemente sobre el objeto del deseo y en un ritmo lento y prodigioso comenzó a mover las caderas. Un suspiro de placer asomó desde las entrañas de la mujer. Daniel lanzó la cabeza para atrás, abriendo la boca en una señal de deleite inmenso. Cerró los ojos y posando sus manos en la cintura de su amante, se relajó.

Nela bailaba en una especie de danza serpenteante, sus ojos incendiados, observan complacidos el fuerte cuello del hombre, inflamado en venas, cómo se agitaba con la entrada y salida de aire.

Tu es la gloire de tous les péchés, femme*— susurró roncamente Daniel, mirando a Nela mientras la sujetaba del cuello, dominante. (* Tu eres la gloria de todos los pecados, mujer).

La mujer dejó escapar un gemido. Cegó los ojos y aumentó la velocidad circular de los movimientos. Pasaba sus uñas suavemente por el pecho del hombre, sonriendo pícaramente. Daniel en un movimiento hábil, sujeta sus dedos con fuerza, mientras con la otra mano le propina un golpe certero en las caderas.

Tomó los dedos de la mujer y  arrastrando  las uñas sobre su piel, una marca furiosa se delata.

Finalmente Nela consiguió lo que deseaba, sentir en la profundidad de sus entrañas el deseo exorbitante de ese hombre haciéndose carne. Daniel parecía indomable ante la belleza de Nela, la observa mientras baila para él y todos los músculos de su cuerpo se tensan.

Las curvas de la mujer dibujan líneas de colores en el aire, como si todo lo mágico estuviera controlado por ella. Daniel sentía perder el control, entonces, ella bajaba la velocidad y él se relajaba por un instante. Con un gesto sereno ella acomodaba su ondas oscuras y eso parecía impulsar al amante a volver a su cometido. Continuaban compenetrados, ardidos en deseo.

Ella, bailarina experta, movía su cintura, vibrando las caderas.

Lina los observaba serena, sonriendo. Siente la libertad de su compañera y parece disfrutarlo aunque no sea partícipe. La regla siempre fue clara: libertades para Nela, fidelidad para Lina. El amor desbordado de Lina para con su amiga era inexplicable. Pasaba por encima del idealismo social y hasta físico. Sólo Nela estuvo presente cuando en aquel accidente de auto casi la muerte la arrebata. Nela cuidó de sus heridas, de sus múltiples fracturas, estuvo en todo cuando su familia rechazó su homosexualidad.

Era la historia repetida de tantas familias encerradas en costumbres. Ambas sabían que las personas no se pueden poseer, ni adoctrinar. Son lo que son. Son lo que pueden ser. Sólo resta amarlas, en cuerpo y en alma; combinando ambas.

La sumisa apoyó su pecho agitado contra el torso de su amante. Continuó moviéndose agitadamente, mientras el joven acariciaba su espalda. Los gemidos de ambos se fusionaron rítmicamente. Nela comenzaba a aumentar la intensidad, mientras Daniel sujetaba fuerte las caderas de la mujer.

Apretandola contra sí, exhaló un suspiro furioso desde su pecho lanzando su cabeza hacia atrás, sobre el respaldo del sillón. Deseaba traspasarla y poder sentirla parte suya. Nela cayó rendida, entre jadeos y gemidos, sobre el pecho del hombre, con sus cabellos cubriendo su rostro en un mar de cansancio.

El baile había acabado y Lina como directora musical, se acercó a Daniel para propinarle un beso en los labios, ayudándolo a recuperar el aliento.

La tarde había pasado sin mayores preámbulos entre risas y debates. Daniel se sentía más cómodo y relajado. Las mujeres eran las anfitrionas perfectas, aun así, él no se dejó intimidar.

En el jardín del vecino la hierba crece mejor IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora