Milanesa y arroz blanco.
Es lo que mi olfato detecta mientras aún mantengo los ojos cerrados. La mantequilla para el arroz, suspendida en el aire como moléculas de un aroma delicioso me lo confirma.
Abro perezosamente los ojos, sintiéndolos pesados, hinchados y lagañosos. Parpadeo varias veces mientras me llevo la mano al celular sobre el mueble de cama a mi lado, aplastó el botón para iluminar la pantalla y la hora salta a mi vista: la una menos cinco. Vaya, es bastante tarde ya.
Suspiró mientras dejo donde antes el celular, estirando mi pesado cuerpo sobre el colchón, oyéndolo crujir más que la madera de una casa antigua y sintiendo poco a poco los nudos de tensión desaparecer.
El aroma a galletas de mi chico emanaba de la almohada, está casi completamente fría avisándome del largo periodo de su ausencia. Hundo la nariz en ella y aspiro su dulce aroma que tanto me fascina, y me quedo un rato ahí, sintiéndome de nuevo adormilado.
—Oye, kangaroo, es tiempo de desayunar.—La dulce melodía de su voz me trae de vuelta al mundo real, donde al alzar la vista él está de pie en el marco de la puerta.
Trae puesto un boxer negro que apenas se ve por llevar esa enorme sudadera que parece más suya que mía, con sus brazos frente a su cuerpo manteniendo la tela en su lugar, sus manos ocultas bajo esas enormes mangas, su cabello pelirrojo hecho una maraña adorable, esos gruesos labios rosados dedicándome una deliciosa sonrisa y sus ojos felinos mirándome de una forma profunda, arrebatándome el aire de golpe.
—Ya te he dicho que dejes de llamarme así, Lee.—Le respondo acomodándome en la cama, recargando mi espalda en la cabecera, dejando que la manta se deslice por mi torso, dejándolo al descubierto, desnudo en toda su gloria.
—Y yo te he dicho que no me llames por mi apellido. Pero aparentemente te importa una mierda lo que digo, así que a mí me también me importa una mierda lo que tú digas.—Dice con una sonrisa de bastardo en el rostro, y yo sonrió de igual forma.
Es cierto.
Pero así éramos nosotros. Siempre jodiéndole la existencia al otro, hasta terminar una guerra de cosquillas que siempre ganaba yo, y que acababa en una larga seción de besos.
Éramos una pareja extraña a opinión de las personas. Siempre estábamos molestándonos, gastándonos bromas y burlándonos del otro. Teníamos una relación pesada que siempre estaba bien equilibrada con todo el amor que podíamos ofrecernos.
—El hecho de que te importe una mierda mi opinión me lastima el corazón. ¿Sabés?—Digo dramáticamente. Llevando una mano a mi pecho fingiendo dolor.
El se fue y unas cosquillas se desatan en mi estómago.
Su risa es tan bonita. También lo es la forma en la que su naricita se frunce y sus ojos se cierran. Todo él es tan bonito.
—Bien, señor estimado, vamos a desayunar.
—No quiero. Mejor ven y acuéstate conmigo.—Le digo extendiendo la mano hacia él.
—No. Vamos a desayunar.
—Entonces ven y llévame a la cocina.
—¿Por qué los papeles se sienten tan invertidos de repente?—Ambos nos reímos, pues normalmente soy yo el que cocina y él el testarudo que se niega a salir de la cama. Se acerca negando con la cabeza.—Te ayudare a ponerte de pie, pero eso será todo.
—Seguro.—Sonrío de manera angelical.
Él toma mi mano y yo tiro de ella hacía mi, con un grito suyo su cuerpo cae sobre mi regazo.
—¡Chan!
—¡Felix!—grito imitando su tono de voz.
—Eres un idiota.
—Pero soy tu idiota, Lee.
Y lo beso. Antes de que pueda reprochar nada por cómo le he llamado.
Sus labios saben a menta del dentífrico, y sobran suaves y acolchados como todas y cada una de las veces que le he besado. Sus dedos recorren mi abdomen, acariciando con las yemas de sus dedos, y lo contraígo en placer, mordiendo levemente su labio inferior cuando sus pulgares me rozaron los pezones y luego las clavículas antes de asentar su ascenso en mi cuello.
Se separa de mí más pronto de lo que me hubiera gustado.
—Este es el primer y único beso que te doy sin que ambos tengamos cepillados los dientes. ¿Me he explicado, Christopher Bang?
Mierda, había olvidado que aún no cepillo mis dientes.
—Sí.—Asiento avergonzado y le dejo ir, pero él antes de levantarse de mi regazo me da un rápido pico y se marcha.
Me levanto y luego de ordenar las mantas, cepillar mis dientes y enjuagar mi rostro, llego a la cocina, donde tomó asiento en unos de los taburetes de la barra y veo a mi lindo novio ir de aquí para allá terminando de acamodar las porciones de cada uno en dos platos.
—¿Puedes servir zumo, por favor?—me pregunta.
Asiento y me bajo del taburete para ir a tomar dos vasos y llenarlos de zumo de naranja. Enseguida regreso a la barra y pongo los vasos en su lugar a la vez que él coloca los platos.
Ambos tomamos asiento uno frente al otro y comenzamos a comer en un cómodo silencio. No puedo apartar mi mirada de su rostro. Es tan hermoso, esculpido por las manos de los mismos dioses, con facciones tan varoniles y pequeños toques de tentación que me vuelven loco.
Labios gruesos y carnosos color rosado con un precioso arco de Cupido marcado, nariz pequeña y un poquito ancha en la base, mandíbula ovalada y ligeramente afilada, ojos felinos de mirada seductora.
Lee Felix era una perfecta combinación entre pureza y el pecado.
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ɴᴏ ʜᴀɢᴀꜱ ɴɪɴɢÚɴ ʀᴜɪᴅᴏ [c h a n l i x]
Mystery / ThrillerMantén la calma, respira profundo, seca las lágrimas de miedo, camina con cuidado. Y pase lo que pase, no hagas ningún ruido. •Esta historia no me pertenece, todos los créditos a DANUs_room •Tengo autorización de hacer esta adaptación •Contenido ho...