Capítulo 2. El Reencuentro.

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Tomó aire y se incorporó, quedando con las rodillas flexionadas debajo de sí. Observó el paisaje a su alrededor con tranquilidad antes de ponerse en pie, cuando de repende una voz masculina la sorprendió.
—¿Carolina, eres tú?-preguntó no muy convencido.
Esta se giró y se quedó petrificada observando el gran cambio que había dado aquel chico. Sus músculos habían sido trabajados, había crecido muchísimo y su pelo ahora estaba un poco más claro por las puntas.
—Daniel...-musitó a media voz.
Este extendió su mano para que ella pudiese ponerse en pie y estrecharla entre sus brazos.
—Pensé que no volvería a verte nunca más.-le susurró al oído.
—Te lo prometí.-le respondió.
—¿Cuándo has vuelto?
—Hace apenas una hora. Estaba harta de la ciudad.-comenzó a explicarle para romper el hielo.
Sabía que se sentiría extraña cuando volviese a verlo, pero estaba feliz de volver a verlo.
—Estás preciosa, no has cambiado en nada. -sonrió sin dejar de mirarla. —Más pija quizás...-dijo observándola de pies a cabeza y sorprendido al verla vestida con un vestido ceñido que marcaba sus bonitas y estilosas curvas y unos tacones no muy altos.
—¡Pija no!-se quejó ofendida, aunque sin borrar su sonrisa del rostro. —Aunque sí es cierto que la ciudad me ha cambiado un poco. No pensarás que iba a ir vestida con un peto vaquero y unas botas de montaña por medio de la ciudad, ¿no? Además tú también has cambiado.-rió. —¡Estás más viejo!-exclamó estallando en carcajadas.
—Vaya, tu sentido del humor sí que no ha cambiado.-bromeó llevandose las manos a sus bolsillos.

Pasaron un buen rato allí apoyados en la valla de madera que rodeaba la casa de Carolina, mientras él la ponía al día de las novedades del pueblo.
—Este sábado, Ramón hará una fiesta, ¿vendrás no?-preguntó el joven.
—¿Ramón el hijo de Luisa?-dudó ella.
—Sí, Ramón Hurtado, el pijo.
—No me ha invitado.
—¿Quién iba a saber que volverías? Pero no seas tonta, todo el pueblo está invitado. No es una fiesta privada.
—Está bien, iré. Aunque ahora quiero entrar en casa, aún no me he atrevido a entrar y tengo las maletas en el porche.
—¿Quieres que te ayude?
—Si no tienes nada mejor qué hacer que visitar una antigua casa llena de polvo y telerañas... Vale.
—Se me ocurren mejores planes, pero creo que antes es mejor que entres y te organices en casa.
Ambos se dispusieron a entrar en la villa y Daniel se encargó de cerrar de nuevo la valla, mientras Carolina lo observaba todo con nostalgia. El viejo columpio colgado del árbol, los arriates en los que antes siempre habían rosas, claveles, orquídeas y un sin fin de flores, aunque estas habían sido reemplazadas por matorrales y hierbajos secos. Había polvo por todas partes, el porche seguía como siempre, la mesa y las sillas del jardín necesitaban una buena limpieza, así que decidieron entrar directamente.
Un agudo chirrido de las bisagras de la puerta principal les produjo un escalofrío. La puerta se quedó un poco atrancada, por lo que Daniel le pidió que se apartara para poder abrirla de un buen empujón.
—Adelante, las señoritas primero.
—Tan cortés como siempre.-sonrió ella.
Los viejos muebles estaban tapados con sábanas amarillentas debido a la humedad y el polvo. Las escaleras crujían a su paso, pero necesitaba visitar su vieja habitación. A penas había una cama, el escritorio, una silla de madera, un armario y algunos peluches que dejó olvidado. En la pared había un corcho donde habían fotos con su madre, su hermana, incluso con Daniel y amigas de la infancia.
—¿Esa es Teresa?-preguntó el chico observando una de las fotos en las que salían varias chicas en la playa de entre seis y siete años, incluida Carolina. La chica a la que este señaló, llevaba un bañador que ocultaba algunos michelines, aunque no lo suficiente. Hacía exactamente once años de aquella foto. Teresa había adelgazado mucho, llevaba el pelo corto y era esbelta.
—Sí, ¿por qué?-preguntó Carolina absorta.
—Pues si la ves, no la conoces.-rió.
—¿Ha engordado más?-de pequeña le encantaba comer dulces a todas horas.
—No sé, deja llevar tu imaginación.-bromeó.
—¡No seas malo! Cuéntame, por favor. Necesito ponerme al día.-suplicó uniendo sus manos en forma de rezo.
—Está bien. Yo no la recordaba así. Ahora está súper delgada, se rumorea que tiene anorexia, pero no sé, desde luego está en los huesos.-exageró un poco.
—No te puedo creer.-se sorprendió. —Con todo lo que solía comer...
—En cinco años las personas cambian.
—¿Tanto?
—Más.-respondió poniendo sus ojos en blanco.
Carolina decidió esquivar el tema y siguió curioseando entre sus propias cosas. En el cajón del escritorio encontró dibujos y cartas de chicos del pueblo que intentaban conquistarla desde que eran bastante pequeños. Siempre había sido una niña llamativa y muy dulce.
—¡No! Esa carta... ¿Esa es mi carta?-se sorprendió él al reconocer su letra en uno de los sobres.
—Sí.-sonrió. —¿No las recuerdas?-dice sacando algunas más que él escribió.
—Claro que las recuerdo, pero no pensaba que las siguieras conservando aquí. Pensé que aquel día las tirarías.
—¡No! ¿Por qué iba a tirarlas?
—No sé. ¿Las tirarás ahora que has llegado? Tendrás que hacer una buena limpieza para vivir aquí.
—¡No!-se queja abrazando aquellas cartas.


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