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Agosto 2019

Me levanté a las dos de la tarde, almorcé y después de arreglar un par de cosas con mi viejo, decidí comprarle un regalo a mi novia. Quise sorprenderla, así que me pasé una hora entera eligiendo una torta de chocolate perfecta para ella. Hubiera sido más lindo si la preparaba yo mismo, pero la cocina y yo no nos llevamos bien.

Ya estaba en casa, esperándola con la torta lista y la música de fondo.

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"Enana hermosa!!"

Amor🤰🏼❤️
"¿Qué pasó, amor?"

"Venís o me vas a dejar solito? *Hace puchero*"

Amor🤰🏼❤️
"Ya voy, bebé, me estoy aprontando."

...

Puse música y me quedé acostado en el sillón, esperando. Ella tenía llaves, así que entraba sola. Escuché la puerta abrirse y su risa resonó por el pasillo.

—Ay, amorcito —dijo entre risas—. Te dormiste, bebé —se sentó a mi lado y acarició mi pelo.

—Veni acá vos —la agarré de la cintura, acomodándola sobre mi cuerpo—. No te vayas nunca más así —hice puchero y escondí mi cara en su cuello—. Y, por si te lo preguntas, sí, te extrañé y mucho.

Soltó una carcajada y me separó un poco para mirarme.

—¿Me extrañaste, bebé? —empezó a moverse arriba mío, y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Ya había pasado un mes desde la pérdida de sangre, y el obstetra nos dijo que una vez por semana podíamos estar juntos.

—Sí, te extrañé, pero antes de hacer cositas, te compré un regalo —la moví para que se sentara en mi abdomen—. Está en la cocina.

Sus ojos brillaron y se levantó rápidamente para ir a buscarlo.

—¡AMOR! —gritó desde la cocina, y me reí. Fui hasta donde estaba y la abrazé por la espalda.

—¿Te gusta?

Ella giró sobre sí misma, con los ojos llenos de emoción.

—Sí —hizo un puchero y se cruzó de brazos—. No se vale.

—¿Qué no se vale? —me reí de su carita de enojada.

—Que yo quería estar enojada y vos venís todo tierno así, y me dejas más enamorada que nunca —frunció el ceño, tratando de mantener su expresión seria—. Sos un hijo de puta —suspiró y negó con la cabeza.

—¿Y ahora qué hice? —puse cara de confusión, con un falso puchero.

—Que sos muy lindo —bufó y me hizo señas para sentarme. Tomó dos cucharas, se sentó en mis piernas y me sonrió—. ¿Comemos?

Asentí y reímos mientras compartíamos la torta. Su sonrisa iluminaba todo el lugar.

—Te amo, osito mimoso —dijo de repente, recostándose contra mi pecho.

—Te amo mucho más —respondí, acariciando su espalda.

El resto de la tarde fue nuestro, sin preocupaciones. Salimos a caminar de la mano por el barrio, como siempre. Las fotos y las miradas curiosas no nos molestaban; ya habíamos aprendido a ignorarlas.

—¿Sabías que ya estás de un mes? —le recordé, y asintió feliz, dejándome un beso en la mejilla. Al poco rato, un grupo de chicas nos vio y se acercó emocionado.

—¡Mateo! ¿Nos sacamos una foto? —sonreí y asentí.

—Wachas, sí, obvio. ¿Todas juntas? —ellas asintieron y me miraron entusiasmadas—. Amor, ¿la sacás vos? —le pregunté a Simo, que sonrió y asintió, tomando el celular de una de las chicas.

—Listo —dijo al devolver el teléfono, antes de pararse a mi lado y abrazarme por la cintura.

—¿Y para cuándo el casorio? —preguntó una de las chicas con una sonrisa pícara.

Me reí y negué.

—No sé, wachas —hundí los hombros.

—Se hace el re piolita, pero es un cagón —intervino Simo, lo que le ganó una mirada severa de mi parte. Las chicas rieron y nos despedimos.

—Gracias, Mateo. Sos un ser hermoso —una de ellas me dio un abrazo rápido.

—De nada, peques. Nos vemos —les respondí mientras seguían su camino y nosotros retomábamos el nuestro.

—Son lo más lindo —Simo me miró—. Y vos sos re tiernito —agarró mi cachete, y me quejé.

—Son lo más, mis wachas. Siempre están, y eso me re sirve —le dije, sentándonos en un banco mientras ella ponía sus piernas sobre las mías.

—Sabés que no vamos a estar en paz, ¿sí? —me reí, porque sabía que después de esas fotos, todos iban a saber dónde estábamos.

—Bueno, amor, igual nadie va a impedir que te coma la boca —agarré su cara y uní nuestros labios.

Terminamos comprando unos bizcochos y hablando de cosas sin importancia, disfrutando de la tarde. Momentos como estos eran los que más amaba. Aunque las interrupciones fueran parte de nuestra vida, estar con ella lo valía todo

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PAPÁDonde viven las historias. Descúbrelo ahora