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Julio 2019

Mateo

Bufé enojado. Está bien, me mandé miles de cagadas con Simona, pero, ¿nunca me va a creer?

—¡MATEO! —me paré rápidamente y corrí hacia el baño, sintiendo que el corazón se me aceleraba.

—¿Qué pasó? —entré y la encontré llorando, su rostro entre lágrimas.

—Me manché —murmuró entre sollozos, y la miré sin entender.

—Cálmate, amor, y explícame qué te pasa —acaricié su espalda, tratando de tranquilizarla.

—Me manché, Mateo, y no estoy menstruando. Necesito que me lleves al hospital —reaccioné al ver su tanga llena de sangre en el piso; no la había visto antes. La angustia me invadió.

—Vamos, amor —la agarré de la mano y la ayudé a caminar hasta la pieza—. Te cambiás y vamos, ¿sí? —asintió y, con manos temblorosas, se puso una tanga limpia y un pantalón.

Me terminé de calzar, agarré su mano y bajamos las escaleras hacia el auto de aplicación que habia pedido hacia unos minutos.

—Ya llegamos, bebé —la miré de reojo y le apreté la mano, dejándole un beso en ella.

Apenas llegamos, corrimos hacia la recepción y, después de explicar lo que pasaba, nos hicieron esperar unos minutos.

—¿Cómo te sentís? ¿Querés que les diga que se apuren? —le pregunté, preocupado, y ella negó acariciando mi mejilla.

—Necesito que me hagas mimos y te quedes acá conmigo hasta que nos atiendan —me sonrió, y me acerqué a darle un pico.

Entró una doctora con un ecógrafo, le puso el gel a Simona y empezó a pasar el aparato por su pancita. Miré atentamente la pantalla, buscando esos dos puntos que se veían la última vez.

—¿Está todo bien? —preguntó mi novia nerviosa. La doctora nos miró y sonrió.

—Sí, mamá. En embarazos de riesgo, es normal tener pérdidas. Te recomendamos hacer reposo hasta que pases el primer trimestre —le pasó un papel para que se limpiara—. Igualmente, te recomiendo que hables con un obstetra.

—No nos dijeron que era de riesgo —murmuró preocupada, la angustia reflejada en su rostro.

—Ah, pensé que se los habían dicho. Al ser dos bebés, hay más riesgos que en un embarazo de un solo bebé —la miré a Simona y ella asintió, visiblemente más tranquila, pero aún inquieta.

—¿Tú sos el papá? —preguntó la doctora. Asentí, feliz; qué lindo suena que me digan "papá".

—Acompáñenme a firmar unas cosas y después se pueden ir —asentí y me fui con ella.

—Gracias —le sonreí antes de volver a buscar a mi novia.

—¿Vamos? —me estiró la mano y asentí.

—¿Cómo te sentís, amor? —hablé acostándome a su lado y abrazándola por la cintura.

—Bien, Osi —sonrió—. Igual estoy asustada —susurró lo último, y su tono me desgarró el corazón.

—Acá estoy yo para espantar todos tus miedos —sonreí, tratando de hacerla sentir mejor—. No te voy a dejar hacer nada —se rió, negando.

—Te amo, osito —se acurrucó en mi pecho—. Bebito hermoso —me besó—. Durmamos un rato y después nos levantamos para tomar unos mates.

—Como quieras, mi vida —la abracé y cerré los ojos.

[...]

Agosto 2019

—Porfa, amor —murmuró, sentada sobre mi panza.

—¿En serio a esta hora se te ocurre querer comer? —bufé frustrado. Acababa de llegar de un show en Buenos Aires y eran las 4:30 de la mañana; me había quedado con Camilo tomando y conversando.

—Son las 4:30 de la mañana, boluda. Cuando me despierte, voy a comprar —salió de arriba de mí y se levantó de la cama.

—¿A dónde vas? —me miró y me sacó el dedo medio.

—Me voy a pedir un remis para ir al McDonald's —se cambió y salió de la habitación. Agarré el pantalón y la remera que tenía en una silla y me vestí para ir a buscar la comida.

—Voy yo —negó, mandando un mensaje.

—Viene Alma a buscarme y me voy con ella —fruncí el ceño—. No le voy a pedir que vuelva hasta acá, todavía que me lleva —hizo una mueca.

—Voy yo, Simona —me acerqué a ella, pero me miró negando.

—No, Mateo. Acostate a dormir o no se hace lo que se te cante el orto —suspiré, sintiéndome impotente.

—Se me canta ir a comprarte lo que me pediste, dale, boluda —me pasé las manos por la cara, frustrado.

—Anda a acostarte —murmuró y agarró una campera mía que había arriba del sillón—. ¿Te jode que me la lleve? Porque, por las dudas, esta es la única remera que tengo acá y se me re marca la panza —negué, sintiéndome culpable.

—Dale, amor —la agarré del brazo y la pegué a mi cuerpo.

—No, Mateo. Quedate tranquilo, después a la tarde vuelvo si querés —hice puchero, intentando hacerla cambiar de opinión.

—No te vayas, amor. Vamos juntos —le sonreí y ella se mordió el labio—. Dale, decile a Almi que se te fue lo caprichosa y te quedás acá —le hice puchero y ella negó.

—No te quiero molestar más —murmuró bajito.

—¿Qué decís, bebé? No me molestás —acaricié su cara—. Sabés que me encanta tenerte acá conmigo.

—Te molesto sí, ¿viste cómo me hablaste, boludo? Jamás me habías respondido así —susurró, con una mirada triste—. Capaz dejarte solo unos días te hace bien. No quiero que me dejes. Cuando me extrañes, me llamás y vengo a verte —me sonrió a medias.

—No quiero. Quiero tenerte acá conmigo, despertarme abrazado a vos —la abracé más fuerte—. Perdón por cómo te traté, estaba de mal humor y me la agarré con vos —le di un pico.

—Vuelvo a la tarde —me acarició el pelo, dándome varios picos—Te amo, bebé, ¿me acompañás? —asentí, soltándola y dándole la mano.

—Te amo, sabés —le di un beso—. Eso no lo dudes —le di otro beso—. Cuiden a mamá, bebés —acaricié su panza—. Venís a la tarde, ¿eh? Me lo prometiste —la apunté con el dedo.

—Sí, bebé, vuelvo después —me dio un último beso antes de subirse al auto. Suspíré mientras la miraba alejarse, sintiendo un nudo en el estómago. Volví a entrar, cerré la puerta y fui directo a la habitación.

Me saqué la ropa y me tiré en la cama. Miré la almohada donde ella dormía y suspiré. No puedo ser más estúpido, no me costaba nada ir a comprarle una hamburguesa y complacerla. El sentimiento de culpa me invadía, mientras me preguntaba si estaba haciendo lo correcto al dejarla sola.

La ansiedad por su bienestar y la presión de ser papá me pesaban, y a pesar de que intentaba mostrarme fuerte, sabía que dentro de mí había un miedo latente que no podía ignorar. La idea de perderla, de no estar a la altura de lo que ella y el bebé necesitaban, me consumía. Me quedé mirando el techo, intentando calmar mis pensamientos y esperando que la tarde trajera consigo un poco de claridad.

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PAPÁDonde viven las historias. Descúbrelo ahora