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  Lo que Alec no imaginaba era que la próxima vez que hablarían no tenía fecha. Esperó cada noche pacientemente, deseando escuchar su voz. Así se pasó una semana, un mes y lo único que logró fue echar de menos mucho más a alguien que apenas conocía.

  Algunas veces se asomaba al balcón tratando de ver la estrella, pero en los últimos días el cielo estaba nublado y no podía verse nada en él.

  Y las cosas en su casa tampoco iban demasiado bien. Isabelle y su madre tuvieron una discusión que se oyó por toda la casa, él trató de poner paz entre ellas pero lo único que consiguió fue que su madre le culpara de su divorcio.

  — Tu padre nos a abandonado por la vergüenza de tener un hijo como tú — La miró en silencio sin dar crédito a lo que oía — Aunque quieras guardarlo para ti sabemos que eres un desviado.

  Isabelle le había abrazado esperando sus lágrimas, pero Alec ya no tenía sitio en su vida para llorar. Sin embargo, en su pecho creció un vacío que se llenaba con ira y dolor.

  — Magnus — Murmuró sentado en el suelo de su habitación —¿Lo has oído, verdad? ¿También te avergüenzas de haberme escogido?

  Lo que más le animaba en los momentos de bajón era una buena tableta de chocolate. Bajó a la cocina con cuidado para no encontrarse a su madre, cogió una sin empezar y regresó a su habitación.

  —¿Alec?

  Alzó la cabeza en dirección a la voz, en el marco del balcón yacía apoyado un hombre vestido de negro. Su piel bronceada, su pelo negro brillante, los ojos verde dorado le contemplaban fijamente mientras en su boca se mostraba una preciosa sonrisa.

  —¿Magnus? — Preguntó a su vez reflejando la alegría en su voz.

  —Me siento algo decaído por tus palabras. Estaba viajando para venir aquí y tú dices que me avergüenzo de ti.

  —Lo siento — Sonrió aún más —No me creo que estés aquí, te he necesitado tanto.

  —Tuve que pedir un persimo para poder venir, dije que te contaría las normas que debemos cumplir ambos. El viaje dura aproximadamente un mes, por ello no podía contestarte aunque si oírte.

  —Te lo agradezco, por favor pasa.

  Alec señaló su cama para que tomara asiento, Magnus le observó serio sin moverse.

  —¿Qué ocurre?

  —Ya conocía esa parte de ti antes de hablarte y no me importó en absoluto ¿por qué piensas que te dejaría de lado solo por eso? ¿Acaso eso te vuelve un delincuente?

  Alec negó despacio.

  —No sería la primera vez que alguien me desprecia por ser como soy.

  —Pues quien no lo acepte no te merece — Volvió a sonreír como si nada, dio unos pasos al interior observando la estancia —Veo que te gustan las estrellas.

  Señaló el telescopio que dormía en un rincón junto a un mapa del cielo.

  —Buena prueba de ello eres tú.

  Magnus le regaló una tierna sonrisa. Mientras éste estudiaba los objetos de Alec, él estudiaba el aspecto del miembro celestial. Esperaba que fuera bajito, con piel azul, antenas y largos dedos huesudos. Pero era todo lo contrario, era tan atractivo con esas facciones asiáticas y masculinas que casi se olvidó de respirar.

  —¿Quieres comer o beber algo? Has dicho que llevabas un mes viajando.

  —Creo que tú si ibas a comer — Movió la cabeza hacia la tableta de chocolate que Alec olvidó que continuaba en su mano.

  El susurro de las estrellas ★Malec☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora