Día Tres: Oscuridad (Parte uno de "Lágrimas").

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Valentina no entendía nada de lo que estaba pasando. No era 1812. No estaba en la hacienda de su familia en Puebla. No estaba con su tía. No. Estaba en 1810, en la mina de los Siete Dolores, Guanajuato, con su padre.

Su padre...

—¿Papá?

El hombre la miró. Lucía perfectamente igual a cuando estaba vivo. Una sonrisa se formó al ver a su hija.

—¿Papá, eres tú? —la joven de cabello ondulado dio dos pasos cortos hacia su progenitor, que le abrió los brazos lentamente, como si quisiera darle un abrazo.

—Valentina...

—¡Papá! —corrió a los brazos de su padre, con lágrimas resbalando por sus mejillas. El hombre la presionó contra su cuerpo—. ¡Estás...! ¡Eres...!

—Pequeña... Yo...

Fue cuando la zona del suelo donde ambos estaban comenzó a temblar y a agrietarse.

—¡Terremoto! —la chica gritó, separándose del abrazo pero jalando a su padre de la manga de la camisa—. ¡Rápido, papá! ¡Tenemos que irnos!

Mas don Gaspar no se movió.

—¡Papá, no tenemos tiempo! ¡Rápido!

Fue cuando él, en un acto que Valentina no supo describir, empujó a su hija con tanta fuerza que voló por los aires, para luego caer cerca a la salida.

—¿¡Qué haces!?

—Cara de lombriz... Hija... Nunca lo olvides... Plata de ley... Te quiero...

Y cayó...

—¡No! —Valentina intentó acercarse, pero sintió que la agarraban de los hombros—. ¡Suéltenme!

—¡Vale, despierta! ¿Qué te pasa? —una voz femenina hacía eco—. ¡Valentina!

— No, no, ¡NOOOOOO!



Despertó, sudorosa y sollozando en silencio. Estaba a oscuras y llovía a cántaros. No había ni una pizca de luz, hasta que notó el cuerpo adyacente que la alumbró con un farol. Era su tía, que pasaba una mano por su húmeda mejilla y la miraba preocupada.

—Sobrina, gracias al cielo despertaste. ¿Todo bien? ¿Tuviste una pesadilla?

—Sí, tía, pero estoy bien. Fue un tonto sueño —se secó el sudor de su frente.

—Ay, mi niña. ¿Segurisima? Porque si quieres puedo...

—Estoy bien. Gracias.

La señora de blusa blanca y falda púrpura suspiró. La niña era igualita a su padre.

—Leo está en el primer piso. Vino de visita.

—¿Qué? Pero si es de noche.

—Es mediodía, nena. Que esté oscuro es otra historia. Voy a decirle a Leo que suba.

—¡No, tía! ¡No-! —intentó retenerla, pero sabía que su tía era terca por naturaleza.

—¡Leo, sube por favor!

Varios pasos se escucharon subir las escaleras de mármol, y en menos de un minuto, ya tenía a un empapado Leonardo San Juan asomándose desde la puerta de su habitación. Estaba cubierto por una cobija azul y con la nariz enrojecida. Se había resfriado el pendejo.

Valeo Week 2020.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora