Día Dos: Flores.

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Hizo bolita el papel de sus apuntes y lo tiró al piso, lanzado un suspiro lleno de frustración. Llevaba cuatro horas calentando una de las bancas de la plaza. Ya eran las nueve de la noche, y hasta los dientes de león eran más productivos que él. Leo se refregó los ojos y cayó en cuenta de que entre más se quedaba aguantando frío no iba a lograr hacer funcionar su cerebro y de paso se ganaría un catarro que ni los remedios de su nana Dionisia le hacían efecto.

Se levantó y se fue directo a su casa, protegido únicamente por un abrigo que sacó del armario de su difunto padre y que le quedaba hasta las rodillas. Pasó por frente de varios locales que estaban cerrando, entre ellos, la floristería de una amable señora criolla de cabellos canosos y vestido rojo holgado, quien también lo vio y le sonrió. Ella lo conocía de verlo pasar todos los días con los panes y le había cogido cariño.

—¡Eh, chiquillo! ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? Ven, hijo, antes de que te enfermes.

—¡No se preocupe, doña Carmen! ¡Ya mismo iba a mi casa! —él le respondió.

—¡No inventes, Leito! ¡Ven y por lo menos te ofrezco un chocolatico! ¡Estás todo tembloroso! —la señora insistió, por lo que Leo sonrió resignado y caminó hasta el local, dónde la señora lo recibió apretándole la mejilla izquierda—. Estás hecho un hielo. Ven para que no vuelvas a tu casa como un muerto. Ya mismo prendo la candela —avanzó varios pasos, dejando a Leo en el local ya cerrado. Este tomó asiento en una silla de madera.

—Gracias, espero que no sea mucha molestia.

—Para nada, Leo. ¿Qué haces en la calle tan tarde? Creí que la panadería no trabajaba los domingos. Tu familia debe estar muy preocupada por ti —cuestionó desde otra habitación.

—Nada, doña. Solo pensando…

—¿En algo o en alguien? —volvió minutos después, con una alegría y una taza de chocolate sobre una bandeja de plata. Se la tendió a Leo, quien le agradeció con la cabeza.

—Una amiga…

—Ah, ya estamos en esa etapa, ¿Eh? —el castaño negó riendo suavemente

—No, solo es una amiga, pero quería llevarle un detalle especial, pero no es que sea muy… Apasionada a lo cursi,

—¿Y no sabes que darle?

—No...

La señora sonrió con ternura. El amor adolescente era tan pendejo pero a la vez lleno de ilusiones y expectativas.

La vela se iluminó y, dejando al menor masticando, tomó un ramo de vainillas y se las tendió.

—Eh, doña Carmen, ¿Qué es esto? —las tomó en sus brazos.

—¡Ish! ¡Cada día los jóvenes son más ignorantes! —dijo en broma —.  Esas son vainillas, mi niño. Estas florecitas amarillas, más allá de darle olor y sabor a las comidas, son perfectas para describir lo que sientes por tu amiga. 

—¿Ah, sí? —él le preguntó.

—Por supuesto. Infortunadamente, este ramo ya está reservado, pero creo que te puede aportar algo.

—¡Claro que sí! —emocionado, se incorporó, le entregó las flores a la dama y dejó la bandeja sobre el mostrador (la cual tenía de más unas monedas que Leo dejó). Tenía una fabulosa idea—. ¡Muchas gracias, doña Carmen! ¡De veras! ¡Con permiso! —abrió la puerta del local.

—¡Espera, chiquillo! ¡Está haciendo mucho frío! —intentó en vano retenerlo.

—¡Tengo que irme! ¡Nuevamente, gracias! —salió corriendo, dejando a la mujer más que encantada por su actitud.

Valeo Week 2020.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora