Capítulo 7: Noiz

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Noiz

—¿Cómo me voy de aquí? —Pregunté finalmente cuando ambas estábamos con la ropa puesta, bueno, ella seguía en ropa interior, lo que parecía ser su pijama.

—¿Te vas?

—Pues sí.

No sabría cómo mirarte a los ojos mañana por la mañana, no podría siquiera hacerlo después de todo lo que ha pasado esta noche, después de que haya tenido el orgasmo más fuerte de mi vida, que me haya atado y escuchado mis gemidos a altas horas de la noche.

—Ah —Se limitó a decir, se levantó del sofá y se dirigió hacia la puerta, yo la seguí. Luego de darme unas pocas indicaciones, agregó—. Puedes quedarte con esa ropa, recoge la tuya, ya debe estar seca.

Señaló hacia donde habíamos colgado mi ropa junto a unas prendas de Mink. Volteé a mirarla, ella lo notó y me dedicó una pequeña sonrisa, estuve a punto de darle las gracias pero ella cerró la puerta, dejándome descalza e iluminada únicamente por la luna.

“Vaya mierda, hace unos minutos estaba gimiendo gracias a mi y ahora...” Sentí mis mejillas sonrojarse por recordarla. A pesar que no podía ver, me ayudó mucho a poner a prueba mi imaginación, me encantó saber como ella se retorcía de placer gracias a mi, me encantó escucharla gemir gracias a mi, me encantó y no me gustaría que otras personas tuvieran el privilegio que yo tuve de tenerla así.

Tomé mi ropa, no hacía frío, pero tampoco hacía calor. Me empecé a desvestir donde me encontraba, no iba a aparecer en la ciudad vestida de esta manera. Miré una que otra vez hacia la puerta o la ventana que daba hacia afuera, para saber si ella se asomaba para verme, pero no. Cuando estuve totalmente vestida, dejé la ropa que ella me había dado a un lado de la de ella, no la iba a necesitar nunca más.

Caminé por donde me había indicado la rosita por casi una hora hasta que llegué al inicio de la ciudad, edificios pequeños empezaban a aparecer a mi alrededor, las calles se encontraban desiertas. Solté un bufido, ya me empezaban a doler las piernas, dos orgasmos seguidos y una hora de caminata no era algo que acostumbraba a hacer.

Escuché unos ruidos detrás mío pero no hice mucho caso, solo quería salir de ahí. Una mano se posó sobre mi hombro.

—¿Qué hace una jovencita indefensa como tú a estas horas de la noche? —Preguntó una voz masculina.

—¿Indefensa? —Dije con bastante ironía. Giré sobre mi eje para quedar frente al muchacho, separé mis piernas y levanté mis puños a la altura de mi pecho, preparada para cualquier movimiento que fuera a hacer.

—Hey hey —Levantó los brazos en forma de defensa, sonriendo para disculparse—. Soy solo yo.

—¿Qué haces aquí? —Solté con un suspiro, bajando la guardia.

El albino me dedicó una pequeña sonrisa, sacando un paraguas transparente, ¿de dónde sacaba eso? Saltó, y pareció volar hasta el tejado de un edificio cercano. Observé que el movimiento de su cabeza me indicaba que fuera hacia allá. Paseé la mirada por alrededor, una rejilla se elevaba tras un basurero, era lo suficientemente alta como para llegar al tejado con facilidad. Cuando estuve a su lado, algo agitada, pude notar con mucha claridad el color de sus ojos, unos ojos brillantes con la luz de la luna, color rosado.

—¿Qué haces tú aquí? —Dijo finalmente, apartando la mirada hacia el horizonte.

—Mmm no sé —Callé por un momento—. Creo que iré a la casa de Aoba.

Noté sus ojos iluminarse al escuchar su nombre, no pude evitar sentir una punzada de celos, cuando volvió su mirada a mi, forcé la mejor sonrisa que pude.

Mundos opuestos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora