Capítulo 8: El príncipe de las llamas oscuras

34 7 0
                                    

Abrió los ojos de golpe y recorrió con la mirada su alrededor. No estaba en su reino lo supo en cuanto se vio envuelto en paredes de color rosa e imagines de hombres besándose o abrazándose, sin mencionar que era un lugar demasiado pequeño como para ser sus aposentos.

Llevo dos dedos a su sien y apretó con fuerza.

Había un terrible dolor en su cabeza y un zumbido martillando con fuerza sus sensibles oídos. Su mente estaba nublada y no recordaba muchas cosas. Solamente que estaba peleando contra el perro de Albanorth cuando fueron absorbidos por un portal y de un momento a otro aparecieron en un lugar diferente, una habitación para ser exactos, en donde los esperaba una chica.

Poco a poco su mente se fue aclarando y más escenas llegaron. Recuerda que intento matar a la chica por pensar que era la causante de aquel lio y tambien recuerda que cuando lo intentaba el líder de Albanorth se interponía.

-Maldito…- Chasqueo la lengua y bajo de la cama.

Cuando sus pies tocaron el suelo sintió sus piernas débiles, su vista se tornó borrosa y de no ser porque se sostuvo con fuerza del borde de la cama hubiera caído. Llevo su mano libre a sus ojos y restregó con fuerza, no entendía porque se estaba sintiendo mal. Él no era así, siempre fue un guerrero fuerte al que las enfermedades le temieron.

Esa era primera vez que se sentía así, como la mismísima mierda.

Sin esperarlo a su mente llego un último suceso. La última escena que vio antes de desvanecerse.

Los profundos ojos de aquella chica lo miraban con firmeza y odio. Esa mirada era tan intensa que podía sentir romper su armadura y traspasar su alma.

Cuando vio aquellos ojos pudo sentir algo nuevo, algo que jamás experimento.

Tristeza.

Una sensación que se colaba en lo más profundo de su ser y que poco a poco rompía su alma, provocándole el dolor más grande de su vida.

-Esa perra me hizo algo…- Murmuro apretando con fuerzas su puño. –Juró que esta vez si la mato-

Tomo una profunda bocanada de aire y se sentó en la cama, esperando que el malestar pasara. No solo se sentía mareado sino que tambien débil, como si algo o alguien le hubieran robado toda su magia hasta no dejarle nada.

Estuvo de esa forma por un largo tiempo hasta que se sintió mejor por lo que sin darse tiempo a pensar tomo su espada, que en vez de estar en su cintura ahora se encontraba en los pies de la cama y salió de aquella habitación en busca de la chica.

Ahora no habría nada que lo detuviera.
O al menos eso pensó él.

Tuvo que aplazar por un corto tiempo sus planes al sentir su estómago rugir con fuerza, exigiéndole comida.

-Primero comeré algo y después la mato…- Murmuro para el mismo. –No se puede hacer nada con el estómago vacío-

Y con eso en mente recorrió el pequeño pasillo hasta llegar a las escaleras, bajo los escalones con cuidado hasta terminar en lo que parecía ser una sala. Un lugar reducido al igual que el resto de la casa.

Recorrió con la mirada cada rincón de la casa hasta que un pequeño cuarto junto a la sala llamo su atención, un diminuto comedor que en el centro tenía una canasta con frutas entre las que se encontraban manzanas, peras y un racimo de uvas.
Lo primero en desaparecer fueron las uvas seguidas de las cuatro peras y por último se comió tres manzanas más dejando solamente una. 
Pero ni todo eso fue suficiente para detener su voraz apetito.

Sus pies lo llevaron hacia un extraño cajón gris recostado en la pared, no sabía que era pero se decidió en abrirlo. Encontrando en él, algunas carnes crudas, más frutas, huevos y leche.

El Libro De YolotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora