El viaje

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Después de una mañana soleada en trineo he parado un momento al pie del pequeño risco que se encuentra a algunos kilómetros de mi casa y me dieron ganas de escalar. Desde la cima la vista es espectacular, la belleza de los rayos del sol sobre la blanca nieve que han dejado las nevadas de invierno, sentir el aire fresco mecer mis piernas que están colgando sobre la orilla del risco. Si mi madre me viera aquí sentada ya me habría hecho bajar dando la vuelta por la vereda que se encuentra a un par de kilómetros.

Llevo ya un rato aquí arriba, mi equipo de mushing se empieza a inquietar aun cuando les solté los amarres antes de subir y comienzan a distanciarse mucho entre sus juegos.

— ¡Growl! —Le grito al perro líder, el cual en cuanto escucha su nombre vuelve su mirada a mí y yo hago sonar el silbato de entrenamiento— ¡Juntos! — la gran masa de pelos comienza una carrera entre ladridos y jadeos al trineo, sus compañeros lo siguen en su carrera.

Una vez que todos se han reunido junto al trineo me dejo caer sobre la nieve. Es maravilloso olvidarse del mundo, cierro los ojos y me concentro en los sonidos del viento entre los árboles del bosque. Empiezo a dormitar un poco dejando que la paz de la naturaleza me invada.

De pronto los aullidos y ladridos de los perros me despiertan, me siento, busco el motivo del escándalo y veo que algo se acerca. El ruido de un motor lejano llega a mis oídos, me levanto y me sacudo la nieve de la ropa. Parece que alguien más ha salido a pasear. Ajusto mi chamarra y mis guantes para iniciar mi descenso. El escalar este risco es pan comido, desde pequeña Frank, mi papá, me enseñó a hacerlo, ahora ni siquiera me tomo la molestia de usar el equipo para escalar. Estoy tan acostumbrada que bajo en poco tiempo.

Al llegar al suelo los perros me rodean felices de tenerme con ellos, después de brincos y caricias me acerco al trineo para ver la hora en mi móvil. Casi las tres de la tarde, vaya que el tiempo se va volando cuando uno lo disfruta.

— ¡FORMACIÓN! —Grito y doy un silbatazo largo para que se coloquen en sus posiciones mientras me encamino a los amarres para atarlos al trineo— Muy bien —les digo cuando cada uno se acomoda.

El entrenamiento duro y la disciplina dieron resultados excelentes.

Cuando Frank me regaló los siete cachorros híbridos de Husky y lobo, mi madre casi lo mata, sin embargo, gracias a mi entusiasmo permitió que los conservara. Él me ayudó con su entrenamiento en cuanto cumplieron los cuatro meses.

Comienzo a amarrar a Kito y Kisha que son mi fuerza base en el trineo.

El motor se escucha más cerca, he amarrado a la mitad del equipo, es curioso que alguien venga por estos rumbos, no le tomo importancia y continúo en lo mío.

— ¡Abby! —La voz de mi hermano Hazael llega a mis oídos después de que apaga la moto— sabía que te encontraría aquí.

Cuando termino con el último integrante, me giro para ver a mi hermano bajar de la moto y quitarse el pasamontaña y los visores dejando al descubierto sus ojos color miel que van a juego con su cabello lacio y dorado que le cubre la frente, su piel es clara con ligeras pecas que se asoman en sus mejillas.

—Sí, pues aquí estoy cabeza de elote —le digo mientras me siento en el trineo y veo como entrecierra los ojos cuando escucha el apodo— ¿para qué me querías?

—Abigail, odio que me estés poniendo apodos, por favor, tienes 25 años, compórtate —pone su casual semblante de adulto serio.

—Sí, sí, como digas ¿para qué me buscabas?

—Creí que estarías entrenando para la carrera.

—Tranquilo, aún hay mucho tiempo para eso, además creí que TÚ no querías que compitiera este año.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora