3.- Primera misión.

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Un atardecer de violáceos colores otorgaba a París las últimas horas de luz.

A unas cuantas calles del palacete del Duque Montpellier, nuestra joven aspirante a Asesina se encontraba subida a uno de los tejados, junto a Guillerme.

—Está será tu prueba de acceso —Dijo con su áspera voz —. Roba los documentos, no seas vista y solo "silencialos" si es necesario ¿todo claro?

—¿Y el Duque?

—Nos informaron de que pasará fuera todo el día.

—Entendido.

Amélie se lavantó y comenzó a andar por los tejados. Saltó un gran espacio, quedando colgada al borde del barranco de mármol, pero consiguió subirse a este.

Continuó trepando, saltando y pasando desapercibido, hasta llegar al palacete del Duque.
Desde el verde tejado oteaba el patio, buscando cualquier modo para entrar. Una ventana abierta o una puerta que poder forzar. Encontró una ventana en el tercer piso, muy cerca de donde se guardan los documentos; pero antes debía "silenciar" al guarda que vigilaba atentamente el patio.

Caminó hasta estar encima de la susodicha ventana. Se abalanzó sobre el hombre y al tiempo que sacaba una daga de su manga, se la clavó en el cuello, perforandole la yugular. La sangre corría como un reguero.

Amélie entró en el palacete con sumo sigilo. Antes de llegar al despacho donde se encontraban los documentos, vió al Duque Montpellier junto a un guardia, hablando de temas triviales y acercándose al pasillo donde estaba ella.

¡Merde! Guillerme necesita revisar sus fuentes —Pensó.

Sus pasos eran cada vez más próximos. Amélie reaccionó abriendo la puerta más cercana y escondiéndose detrás de ella. Aguantó su cuerpo en la puerta y normalizó su respiración, no debía estar nerviosa o las cosas no saldrían bien.

Mientras aguardaba a que se alejasen lo suficiente, observó la habitación; era pequeña y lujosa, con cuadros de los monarcas. La muchacha se aproximó al retrato del Rey Luís y su esposa Marie Antoniete, y rajó sus cuellos diciendo: 《Algún día pagareís por vuestros crímenes》

La joven no volvió a oír pasos y salió de sus escondrijo. Avanzaba a paso rápido y con cautela hasta el despacho. Una vez allí, forzó la cerradura, entró y rebuscó entre los cajones. Localizó los documentos, se los guardó bajo la casaca, abrió el gran ventanal y el fresco viento le acarició la cara. Con decisión se agarró al marco del ventanal. Con otro impulso se colgó del borde del tejado y escaló hasta la parte alta. Luego se deslizó por el otro lado y buscó una forma de salir, vió un carro llenó de paja y, menos inquieta que la anterior vez, realizó el Salto de Fe. Una voltereta en el aire y aterrizó perfectamente. Salió del carro y echó a correr por las calles parisinas, bajo la curiosa mirada de algunos ciudadanos.

Regresó al punto de partida, escaló el edificio y le entregó a Guillerme los documentos.

—Estoy gratamente sorprendido, Amélie —Ella sonrió—. ¿Fuiste vista?

—No.

—¿Tuvo que silenciar a alguien?

—Solo a un guardia.

—Estoy fascinado —Amélie ríe dulcemente—. Pues... viendo su dedicación y su esfuerzo, he de decir que... ¡es apta para entrar en nuestra Orden!

La muchacha abrió los ojos como platos, tenía sus dudas sobre si era capaz de entrar, pero Guillerme la sacó de toda incertidumbre. Ella le abrazó, bastante fuerte.

—S-suelteme. Que no me deja respirar —Rogó él con un hilo de voz.

—¡Ups! Perdone —Dijo soltandolo.

Amor parisino. [One-shot/Vegetta777 y tú] |Editando|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora