|ride|

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Después de varias horas sentada frente al ordenador, decidí que ya era suficiente.

Me alejé del escritorio, estirándome, y apagué las luces de mi estudio antes de dirigirme hacia las escaleras. Bajé con cuidado los peldaños, ya que apenas había luminidad que me ayudará a evitar una caída.

Al llegar a la planta baja, me fijé en que solo estaba la televisión encendida. El salón se encontraba a oscuras por completo exceptuando el televisor y eso me hizo desviar la mirada, topando con San, que descansaba en el sofá más espacioso. Con su pierna en alto, parecía muy concentrado en la serie que estaban echando, así que no dije nada y continué mi camino a la cocina en silencio.

Me preparé una infusión y tomé otra para mi novio.

San llevaba todo el día muy callado y en el fondo sabía cuál era la razón.

La tarde anterior, mientras practicaba la nueva coreografía con los chicos en la empresa, dio un mal paso y terminó haciéndose un esguince de primer grado. Cuando llegaron al hospital tuvieron que escayolarle a pesar de su terquedad. él repetía todo el rato que estaba bien, que no lo necesitaba, pero el médico se negó y acabaron haciendo lo que tanto había rechazado.

Su humor no era el mejor debido a su baja temporal. Le conocía y estaba segura de que se culpaba por haber sido tan patoso. No acostumbraba a tener ese tipo de accidentes durante las prácticas, por lo que debía sentirse todavía peor.

Siempre que se frustrabawconsigo mismo, le dejaba espacio y tiempo para reflexionar. Era casi un ritual. Pero ya había pasado la mayor parte del día y sabía perfectamente que ni siquiera San aguantaba solo tantas horas. Ahora me tocaba a mí hacerle compañía.

Agarré las dos tazas y abandoné la cocina.

Los humeantes recipientes llamaron su atención, olvidando brevemente la interesante serie que le tenía tan ocupado.  Me acerqué a él y le tendí su taza con una pequeña sonrisa. San la aceptó sin decir una sola palabra y volvió a concentrarse en el discurso que un hombre estaba dando en la pantalla.

Yo aproveché para coger una manta más del sillón contrario y así poder cubrir me con ella. Me senté a su lado, pendiente de cómo daba cortos sorbos el té caliente.

En cuanto sintió que me pegaba a su cuerpo y me arropaba, se pronunció.

—¿Has terminado tus informes? —preguntó, con la vista fija en la televisión—. Es tarde.

Me recosté contra su hombro, bebiendo mi té, y esperé a que acabara la escena para responderle.

—Sí. No eran muchos —dije—. ¿Quieres cenar ya?

—No —murmuró.

Me se paré ligeramente de él, analizando su serio semblante. Tenía el ceño fruncido y sus labios muy pegados. Podría haberlo achacado a que estaba bastante atento a lo que estaba viendo, pero no era tan sencillo. Seguía enfadado por lo ocurrido y no podía ocultármelo. No estaba acostumbrado a fingir y su transparencia tampoco ayudaba.

Así que, un poco apenada, terminé de tomarme la bebida y la dejé en la mesa que teníamos frente a los sofás. San me pasó el suyo, también vacío, y lo dejé al lado del mío.

Escuché cómo suspiraba y dejaba caer la cabeza en el respaldo del asiento, a lo que yo me acomodé nuevamente a su izquierda. Me apoyé en su hombro otros vez y depósito un par de besos en su cuello.

San se removió. Sin embargo, no rechazó mi roce.

—No tengo ganas de mimos.

—¿Seguro? —dije, dudosa.

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