Capítulo 1 "Incógnitas"

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"Es raro, ¿no? Que la mayor parte del tiempo no nos cuestionamos aquello hasta que lo experimentamos. Es decir, no nos vemos tan preocupados por algo hasta que tenemos que enfrentarlo. Y de pronto ya estamos extrañando esa sensación de sosiego y "estabilidad" en la que nos encontrábamos un tiempo atrás."
-A.M

Eran las 2:55 de la mañana cuando escuchó un grito ahogado de desesperación horrorizada. Provenía de la sala del primer piso de la casa, el sonido se quedó atrapado entre las paredes color marrón de aquella habitación cuya apariencia se consumía por los tétricos papeles monográficos relacionados con la desaparición de un joven de 17 años de aquel pueblo ya consumido por el tiempo y sus secuelas.

El prestigioso jefe de alguaciles se mantuvo unos segundos fuera de si antes de albergar en su mente la posibilidad de que fuera solo uno más de sus malos sueños consecutivos desde que aquella desteñida noticia llegó a oídos del pueblo.

Alfred Miller era básicamente conocido por todo el pueblo de Costa Royal por llevar la cabecilla y dirigir la mayoría de los casos de desapariciones, crimen, y homicidios en aquel decrépito lugar. Ya hacía un par de años que su esposa le había abandonado con el fin de renunciar también a aquel lugar lleno de historias siniestras interminables. Ahora vivía solitario acompañado de su fiel secuaz Bruno, su Fila brasileiro que le seguía a cada lugar y rincón de aquel anticuado pueblucho.

Dominado y vencido por el sueño y el efecto de aquella botella de licor que se había terminado aquella noche antes de irse a la cama, Alfred decidió abandonar aquel ruido y lo que sea que lo hubiese causado. Se encontraba Inundado nuevamente en aquel espacio del subconsciente donde los sueños se adueñan de las inquietudes más profundas de la mente.

Lo que le pareció un poco extraño fue que ni si quiera Bruno había reaccionado con alguna especie de gruñido en respuesta a aquel extraño sonido. Así que le fue más fácil dejarse envolver por aquel somnífero que se había ingerido en su totalidad.
Cuando los destellos del sol adornaron su cara bajo las blancas sabanas, el alguacil rezongó ante la encandilante luz y no le quedó más que abrir los ojos y contemplar una vez más aquella diminuta habitación a la que se había incorporado luego de que su esposa se fuera de casa. Se culpaba un poco a si mismo por ser todavía incapaz de volver a la amplia y colorida habitación donde no había tenido la necesidad de dormir solo en ninguna ocasión.

Se dirigió a la planta baja luego de ponerse su uniforme de policía, el cual ya tenía algunos días sin llevar a la tintorería y le eran un poco más notables las manchas de café que tomaba la mayor parte del día, desde que salía de casa hasta que llegaba nuevamente por la noche. La cafeína era una buena infusión a la hora de tener que lidiar con todos los casos que arribaban al departamento de alguaciles.
Alfred se percató de una extraña y sutil diferencia en la cocina, aunque el licor lo había dejado relativamente inconsciente la noche anterior, no recordaba que los cuchillos estuvieran fuera de su estantería, ni que la puerta debajo del fregador donde ponía el veneno para ratas y el insecticida estuviera abierta y con los embaces desenroscados. Hace tiempo que no tenía que lidiar con las plagas de insectos y los nidos de ratas en el sótano, menos porque el invierno estaba por llegar. Trató de abandonar aquel presentimiento de que el ruido que había escuchado en la madrugada estuviese relacionado con este ligero desorden. Probablemente el intruso había sido muy discreto en su acecho, tan discreto que ni el perro se hubiese visto obligado a defender su espacio.

Ahora se encontraba un poco desconcertado ante tal incidente. Pero el tiempo de irse al trabajo lo había alcanzado y no tenía mucha disponibilidad de quedarse a indagar en los hechos. Así que salió de casa asegurándose de dejar todas las ventanas y puertas cerradas, de tal forma que el ladrón no tuviera oportunidad de entrar nuevamente, si es que pensaba volver a acechar. Ahora se cuestionaba con más fuerza su cruda indecisión de comprar cámaras de seguridad, las cuales debió adquirir desde ya hace un tiempo.

Al llegar al departamento notó más movimiento de lo usual, su compañero de oficina le había dicho que no hace mucho habían llegado detectives contactados por el jefe de comandantes debido a que habían descubierto nuevas pistas del caso que ya estaba a punto de cerrarse, de aquel joven.

-Lo más extraño es que por algunos meses no se había escuchado nada nuevo sobre el caso y ahora de pronto se hacen presentes estas incandescentes pistas que cada vez dejan más incógnitas, no lo crees?.- le cuestionó inquieto el alguacil Mathew quien le acompañaba fielmente como mano derecha en la resolución de los casos.

-Lo único que sé, es que todo esto se pone cada vez más bizarro. Y no puedo apartar de mi mente lo que parece ser que ocurrió en mi casa la noche anterior. Esta mañana me encontré con un desorden perfectamente intencionado en la cocina, aunque los efectos del alcohol me inducen a un sueño profundo, no recuerdo haberme paseado por la cocina. Desde que Lauren se fue de casa, poco me relaciono con ello.- mencionó Alfred mientras al lado de Mathew se dirigía a la oficina y recibía un portafolio con documentos relacionados con pistas y evidencias mecanografiadas del homicidio de aquel joven.

-¿Cómo dices?, ¿crees que alguien entró a tu casa a hurgar en tu cocina y luego desapareció solo así sin dejar rastro ni pruebas de querer algo más?-

-Eso no es lo más raro. Me pareció escuchar un agudo grito que parecía provenir de la sala del primer piso. Pero supuse habría sido solo un sueño, pues Bruno tampoco respondió ante aquel sonido, y vaya que hasta el maullido de un gato lo hace rezongar. -

-No lo sé colega. Las cosas en este anticuado pueblo cada vez se muestran más hostiles y misteriosas. Ahora que de nuevo se abrió el caso habrá que indagar más a fondo para que al fin quede resuelto, y tú deberías verte obligado a poner cámaras de seguridad en casa.-

Al cabo de unas horas de tratar de unir puntos y atar cabos, el día se volvió tedioso y agobiante para todos los que llevaban el enigmático caso de Jacob Jones. Alias JJ. El chico que jamás volvió a ver nadie desde que salió del colegio ya llegada la noche. Acostumbraba trasportarse en bicicleta cada vez que salía de casa. Y las diferentes versiones de la gente del pueblo solo hacía el caso más difícil de resolver. Para empezar sus padres decían que Jacob era poco sociable, por lo que su recorrido de día a día se basaba solo de ir de la casa al colegio y del colegio a la casa. Era un chico reservado y pocas veces les contaba sus experiencias escolares a sus padres. Ellos sospechaban que era víctima de acoso escolar, pues en ocasiones llegaba con moraduras a causa de los golpes que sus compañeros le daban en los sanitarios o en el patio del colegio. Esto lo sabían a duras penas por el hermano menor de Jacob, Elías.

Los amigos del joven, en realidad solo Lucas y Noah. Contaron en la declaración que Jacob era un tanto aislado y vivía continuamente en su mundo de espectro solitario. Del cual en contadas ocasiones lograban sacarlo. Aseguraron haberlo visto por última vez al terminar el entrenamiento de soccer. Jacob usó su bici para volver a casa y entonces no volvieron a saber más de él.

Y por último estaba una chica. Samanta Brown. "No entiendo quién se atrevería a hacerle daño. JJ era la persona más noble y divertida que conocí. Es cierto que albergaba un sinfín de secretos y era un chico misterioso, pero le quería y él a mí."

Arribó la noche y con ella la hora de ir a casa. Alfred ya sentía como la espalda le pesaba y no precisamente debido a la edad. Pues en realidad no era muy viejo. Sus 45 años de edad aún le permitían moverse con vigor a la hora de ejercitarse allá cada vez que sentía ganas de hacerlo.

-Vamos amigo, hora de ir a casa.-se dirigió a Bruno que se encontraba recostado a un lado de la puerta de la oficina. Y quien se levantó enseguida al percibir la orden de su dueño.

En cuestión de minutos ya estaba frente a la puerta de la casa con una caja de donas en una mano y con la otra intentando abrir la puerta con las llaves. Lo cual no fue necesario ya que al darle un ligero toque a la perilla la puerta se abrió en un instante.

-¡Carajo! Pero ¿qué rayos?-

En las sombras del crimenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora