Príncipe de soledad

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Llagas en sus manos de bronce. Acariciar el trono frecuentemente. Armadura impenetrable, con un orificio en el pecho, en la mirada, en la entrepierna. Labios de oro, pestañas de cristal y piel más oscura que el petróleo.

Corona de inmensurable convicción, cuello de suspiros, heridas de nieve, de caricias de muerte y deseos malditos. Neblina de codicia, terrenos de ansias, árboles con frutos de hambre y ríos de sed. Caprichos de plata y rubí acompañan el inexistente atardecer.

Plumas de antojos y apetencia. Ilusiones de lo que existió, afanes desgarrados del pasado y aspiraciones de grandeza opacadas por la destrucción del infortunio. Duda, de ser una estatua, o algo más. Pies clavados en indecisión y respirar, y sentir la voluntad como piedras en los pulmones.

Lágrimas de oscuridad se secaron milenios atrás, y nadie llegó más a estas tierras lejanas de desiderátum. Sentado en su trono blasfemo, la espera se vuelve inexistente. Lo que es, es y existe. Lo que no, nunca pasó.

Horizonte talante y gris. El futuro es incierto, y él descansa en su infausto trono, el príncipe de soledad.

Nostalgia de NeónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora