El verano: verse

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Volvió al piso destrozado, quién le iba a decir hace dos meses que iba a estar loco por una amiga de Manuel. Las primeras semanas sin Marizza las llevó bien, estaba acostumbrado hasta cierto punto, al fin y al cabo apenas se habían visto durante los exámenes. Aún así aquello era distinto, no estaba a un par de kilómetros de distancia, no podía ir a verla si la necesitaba. Estaba en Pamplona, a horas en tren, le parecía una eternidad, y no se verían hasta el primer festival de los chicos, que cuadraba unos días antes del cumpleaños de la chica, y luego de nuevo a principios de agosto. Iba a costar, pero podían superarlo.

Por su parte, Marizza había llorado la primera media hora en el tren, escuchando su playlist de canciones tristes, como cualquiera hace cuando está de bajón. Consiguió recomponerse y leer un rato.

Al llegar a Pamplona su padre la recibió con los brazos abiertos y ganas de estrujarla. En el corto trayecto en coche la vaciló un poco con el hecho de que tuviera novio, pero no menos que sus hermanas pequeñas cuando llegó a su hogar. Su madre la abrazó y le pidió que le hablara de aquel chico y, en general, de todo lo que no le había ido contando por teléfono los últimos meses.

Le entusiasmó ver a sus amigos de toda la vida después de tanto tiempo. Como para Pablo las primeras semanas fueron bien, hacían videollamadas con frecuencia y se contaban sus días. Entonces llegó el primer festival que tuvo el grupo de los chicos, si ya los días previos no hablaron mucho, ya que ellos ensayaban constantemente y Pablo prácticamente no tenía tiempo para otra cosa, durante el propio festival fue todavía peor. El día de su actuación no tocó el móvil más que para apagar la alarma por la mañana. Los otros días los pasó de fiesta, borracho y durmiendo, en realidad, disfrutando como es debido.

El concierto les salió a pedir de boca, nunca hubieran imaginado ver a tanta gente cantar y saltar con sus canciones era realmente un sueño realidad. Los cuatro se olvidaron de sus vidas y durante una hora sólo existió su música.



Cuando los chicos volvieron a Barcelona, lo primero que hizo al llegar a su piso, después de ducharse, fue llamar a Marizza. Respondió al quinto tono.

—¡Hola! —exclamó al verla en la pantalla, la chica tenía el móvil apoyado en su mesilla contra la pared, parecía ocupada

—Hola, mi amor —respondió sin mirar hacia la pantalla—. Estoy haciendo la maleta, que mañana por la mañana me voy con los del insti a San Sebastián a la playa unos días. Es que son casi las doce y yo empezando esto, ¿puedo ser más desastre? —se giró para mirarlo— no, no puedo.

Él se rió, le dio rabia que no pudiera centrarse más en la conversación.

—Vaya, pues nosotros acabamos de llegar a casa.

—¡Cierto! ¿Qué tal todo? Que casi no hemos hablado —lo dijo un tanto pasivo agresiva, le había molestado que Pablo hubiera pasado tanto de ella, pero no quería demostrarlo y parecer una quejica, además, al mismo tiempo, lo entendía.

—Mmmm... Pues muy bien, la verdad, con ganas de que vengas al próximo. Para poder verte —se dirigió hacia ella de todo corazón—, te echo de menos.

Colocó bien sus bikinis para que no ocuparan mucho y giró la cabeza para observarlo en la pantalla con total adoración.

—Y yo a ti, Pablo —a pesar de estar un poco picada él hacía imposible mantenerse así.  

—Bueno, te dejo acabar la maleta y luego llámame si no se te hace muy tarde, que estoy agotado del viaje y me acostaré dentro de poco.

—Uff, jolín, a ver si mañana en algún momento puedo, que entre el coche y llegar allí y tal lo veo complicado.

dos segundos | PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora