El duelo: echarse de menos

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PABLO

Se había convertido en un robot. Pasó días sin sentir absolutamente nada, sólo pensaba en ella y en cómo todo dolía. Había conseguido componer letras con una facilidad que le asustaba. Quién le iba a decir que lo que necesitaba era romperse el corazón.

Estaba en el aeropuerto del Prat esperando al avión que lo llevaría a Málaga. Llevaba tan sólo una maleta pequeña y una de sus guitarras colgada a la espalda. Era raro volver a casa, pero al menos era un lugar en el que su recuerdo no le perseguiría. Durante el viaje revisó letras de canciones a medio componer que tenía en las notas del móvil y luego se puso música con los auriculares mientras veía las olas del mar, sonaba Amarte a la mitad de Josue Alainz. Se acordó de su primer beso en el paseo marítimo de Barcelona.

Me hizo falta detener el tiempo

Y la luna volverte a bajar

Cantarte como siempre solía hacerlo

Y a la playa irnos a escapar

Su madre lo esperaba en el aeropuerto de Málaga preparada para darle el mejor de los abrazos. Quiso hundirse en ella y quedarse siempre en sus brazos, no hay nada más protector que las caricias de una madre. No le preguntó por Marizza, él le había escrito unos días después de la peor llamada de su vida un simple Hemos roto, no me pidas que hable de ella, por favor. Le contó anécdotas de los festivales y lo emocionado que estaba por la gira. Llegar a su casa y ver a su padre y a sus hermanas hizo que pudiera llenar su cabeza de otros pensamientos. Cenaron los seis juntos, estaba también uno de sus cuñados.

Se levantó poco antes de la hora de comer, hacía tiempo que no dormía tanto, quizá era porque en esa cama nunca había tenido a Marizza sobre su pecho. Una parte de él quiso quedarse todo el día en su casa, ya fuera hecho un ovillo en la cama, tirado en el sofá viendo cualquier cosa o tumbado en el jardín tomando el sol, pero cuando todos los miembros de su familia fueron saliendo a pasar la tarde fuera decidió que era hora de avisar a sus amigos de que había vuelto a Málaga a pasar allí lo que quedaba de verano.

Fueron a tomar algo y después a la playa. Le preguntaron por la chica pelirroja que salía a veces en su Instagarm, les dijo que había sido su novia pero que se había terminado, cambiaron rápido de tema, supuso que sonó destrozado. Le dijeron que al día siguiente saliera de fiesta con ellos, no era el plan favorito de Pablo pero accedió, al fin y al cabo cualquier distracción era buena y quería parar tiempo con sus amigos, no los veía desde Navidad.

No se arregló mucho, en Málaga nadie se arreglaba tanto por las noches como en Barcelona. Antes de salir se miró en el espejo de la entrada e intentó peinarse los rizos que le empezaban a crecer de más.

—Qué guapo —le dijo una de sus hermanas, Cristina.

Se sorprendió. No se sentía guapo.

—¿Tú crees?

—Sí, mucho.

Él suspiró dejando caer los hombros. Cristina lo abrazó por detrás.

—¿Estás bien?

—Sí —asintió—. Me tengo que ir ya, que voy a llegar tarde.

Se soltó y le dio un beso en la mejilla, guardó en el bolsillo uno de los juegos de llaves que tenían en el mueble de la entrada y salió. Se había ofrecido a llevar el coche, en Barcelona echaba de menos conducir, y además así tenía excusa para no beber más que una cerveza. Le daba escribirle borracho.

Después de pasar a recoger a Luis, que vivía en su barrio, fueron hasta el centro y aparcó con más facilidad de la que esperaba. En el pub estaban los cinco amigos de siempre, Pablo se alegró muchísimo de estar allí con ellos, los había echado de menos, se estaban poniendo al día cuando entró el grupo de chicas de su mismo curso del instituto, entre ellas estaba Marina, la primera novia de Pablo. Lo habían dejado al acabar el verano de segundo de bachillerato, sabiendo que iba a ser imposible verse. Se acordaba de sí mismo con diecisiete años pensado que aquello era estar enamorado y se rió para su interior, le tenía mucho cariño a Marina y siempre que se encontraban hablaban y se preguntaban cómo les iba al otro, pero, después de Marizza, se dio cuenta de que habían sido dos críos probando a tener una relación; eso sí, jamás habían vuelto a liarse, lo habían pactado al separarse, era una manera de asegurarse de no tener esperanzas de volver. Saludaron y se sentaron en otra mesa.

dos segundos | PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora