Intervalo 2: Juegos con nieve

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Falta muy poco para sus doce años. Eso a Bakugo le entusiasma, pues significa que dejará de ser un niño pequeño para ser un niño grande. No es mucha diferencia, o eso pensaba al principio de sus once, pero ahora lo entiende. Desde que empezó a juntarse con los adolescentes del orfanato, cambió radicalmente de opinión. Sólo espera que su reputación no cambie y siga liderando al resto de mocosos como siempre lo hizo.

Sin embargo, ahora no es momento de preocuparse por ello. El invierno, aquella estación que odia con todo su ser, sentó cabeza hacia semanas, por lo tanto las tormentas se precipitan como pan de todos los días. Especialmente las de nieve; lo que lleva a su acción de ponerse rápido su abrigo y su gorro de lana, para salir afuera a jugar con los demás niños. En un solo movimiento, salta de su cama y corre afuera de la habitación sin fijarse mucho en su apariencia. En el trayecto del pasillo hacia la puerta principal del edificio escucha algunas quejas de las nanis, diciéndole mayoritariamente que un abrigo más le vendría mejor, pero las ignora.

El frío que se cuela por su cuerpo gracias al borde de las ropas le agrada, no lo siente desagradable. Le gusta la sensación friolenta que presume la evitación de tanta calidez.

Se pregunta entonces por qué odia tanto el invierno.

Llega afuera, viendo el panorama del día. Por suerte no está nevando, así que se prepara entusiasmado para una guerra de bolas de nieve. No cuenta el tiempo, pero siente que ha estado años debajo del frígido ambiente. Se dispone a ver la hora y se sorprende al ver que sólo había estado jugando y correteando por una hora. Ni siquiera son las cinco de la tarde, y la mayoría de gente se ha ido adentro, seguramente pensando en resguardarse del frío que por poco congela. Observa a través de las puertas que las nanis también están decididas a quedarse adentro, pone una mueca desconforme en su rostro. 

¡Qué estúpidos que son todos! 

Suspirando, mira a su alrededor por última vez antes de rendirse a lo que todo el mundo decidió hacer. El cielo se encuentra de un color muy bonito, no lo distingue con claridad pero pareciera una mezcla de rosado con anaranjado. Todos los árboles se encuentran bañados por la capa fina blanca, y el césped y la maleza lo acompañan. Toda la ira acumulada por la soledad repentina se va, baja y sube su pecho tranquilo. Tendría que comentarle eso a la psicóloga. 

Más tarde saldrá para ver las estrellas y quizás (solo quizás) echarle un vistazo a la luna. 

Cuando está dirigiéndose a la entrada del orfanato ve a una esquina del edificio, cerca de su escondite secreto, a una figura medio apoyada en la pared, dándole la espalda. No hace falta mucho tiempo para que llegue a la conclusión de que es el bastardo mitad-mitad. 

No sabe si el pánico, el terror, la risa o el enojo quieren dominarlo con fuerza. Cree que su mente está dividida por esas cuatro cuando frunce el ceño con fuerza y empieza a respirar pausadamente. Se lo queda mirando un largo rato hasta que el otro se mueve y, para su desdicha, se da la vuelta dirigiendo su cuerpo hacia la dirección en donde Bakugo se había parado en seco. 

No quiere hacerlo, pero ya es tarde. Un sonrojo fuerte invade sus mejillas. 

El cabello bicolor se encuentra oculto por un gran gorro de lana blanco, solo algunos flecos blancos y rojos sobresalen levemente. Tiene puesto un abrigo rojo, el cual le llega a las rodillas y las mangas le tapan sus manos. La bufanda también esconde su la mitad de su rostro, lo único vívido de aquella graciosa imagen son sus ojos que lo miran fijo, sin parpadear un segundo. Bakugo piensa que si hubiera sido otra persona mirándolo así, le habría dado miedo. Pero aquella mirada tiene algo que, más que darle escalofríos, le transmite una genuina inocencia, una curiosidad propia del portador de ella. Y eso lo molesta más. 

Hasta que estés en mis brazos de nuevo [BakuTodo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora