Ocho

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Cuando Mew llegó al aparcamiento subterráneo del edificio de oficinas de Saetang, tomó aire y salió del coche.

Tras subir en el ascensor hasta la planta donde estaba el despacho de su jefe y socio, saludó a la secretaria y esta le dio paso pues James ya estaba desocupado.

-Señor, ¿puedo hablarle un minuto?.

-Si, claro muchacho dime.

Este se acercó al escritorio y tomó asiento frente al hombre.

-Verá....emm es que necesito que me adelante el dinero, de los beneficios que me dijo que obtendré.

El anciano empresario arqueó las cejas sorprendido.

-¿Acaso estás en problemas, muchacho?

-No, nada de eso señor-negó-... lo necesito para ayudar a un amigo y que no pierda su casa.

-Oh entiendo...En ese caso te lo daré sin problema-habló este-... La verdad, es que ya quedan pocos hombres leales como tú, no dejas sorprenderme.

-Muchas gracias señor, se lo agradezco.

Al día siguiente, Mew cogió el cheque con la cantidad que James depósito en sus manos y acudió al banco donde estaba la hipoteca de los Kanawut y saldó la deuda.

Lukkade recibió la noticia en su casa pues el banco se lo comunicó con una llamada y aunque ella quiso saber quién había sido el benefactor, el director de la sucursal solo le pudo decirle que había sido un buen amigo pues Mew prefería permanecer en el anonimato.

Gulf no necesitó que le dijesen nada pues sabía perfectamente que había sido el escolta, el que había evitado que su madre perdiese la casa y acabasen todos en la calle.

Eso incentivo que la mujer se decidiese a llevar las riendas de la empresa y aunque lo suyo era escribir y luchar por los derechos de los más necesitados, se armó de valor.

Cuando iba por su tercer día, Lukkade recibió una visita que la dejó muerta de preocupación pues un hombre venía buscando a su esposo y le traía un paquete, el cual ella abrió con extrañeza, encontrándose con una bolsita de terciopelo llena de diamantes junto a una nota.

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Kanawut, las vacaciones se han terminado, ponte las pilas con el negocio o lo lamentarás.

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-No lo entiendo, ¿De qué negocio habla?, ¿para qué son todos estos diamantes?-Preguntó confusa.

-Pen trabaja para mis jefes, distribuyendo la mercancía y ellos están furiosos con él... Le aconsejo señora que hable cuanto antes con su esposo-le dijo el hombre antes de salir del despacho—…vendremos por el dinero en una semana.

La mujer llamó a John y a la secretaria para contarles lo sucedido.

-Señora, esos tipos ya han venido más veces pero el señor Kanawut jamás me contó nada de lo que hacían-habló la chica.

-Lukkade, esto es contrabando—dijo entonces el guardaespaldas—...tu marido está metido en algo muy peligroso y además esto explica muchas cosas.

-¿Qué quieres decir con eso?.

-No estoy seguro pero por su comportamiento, yo diría que estos diamantes son la causa de todos los atentados que habéis estado sufriendo.

La mujer se llevó las manos a su boca abierta mientras rompía a llorar.

-Oh no, ¿Cómo Pen pudo hacernos una cosa así?, ¿Cómo ha podido poner en peligro a los niños por unos malditos diamantes?.

-Esta gente no se anda con tonterías, tienes que exigir que te explique-le dijo el escolta abrazandola.

-Tienes razón, debemos ir a la casa ahora mismo y hacer que ese desgraciado explique todo esto-Habló esta decidida.

La escritora se secó las lágrimas y se separó de su guardaespaldas, luego cogió su bolso y tras meter en él la bolsita de terciopelo y la nota, caminó fuera del despacho.

Tras unos minutos llegaron a la casona y ésta entró furiosa.

-¡Pen!, ¿quiénes decirme que demonios es esto?—le preguntó enseñándole la bolsa.

-Jo-der, ¿q-qué mi-erda te pa-sa?-balbuceó este intentando incorporándose del sofá en medio de su resaca.

-¡Esto!-se le tiró encima.

El hombre la soltó rápidamente al mirar su contenido y negó con la cabeza.

-¿D-De dó-dónde los s-sacaste?.

Lukkade bufó molesta.

-Un amigo tuyo te los envió, al parecer sois viejos conocidos-le dijo tirándole la nota también.

El hombre la leyó horrorizado y luego intentó levantarse pero estaba tan borracho que cayó en el suelo.

-¡Maldito hijo de perra!, ¡Por tu culpa casi se mueren mis hijos!—Le gritó histérica—...¡Eres una basura de esposo y de padre!.

John estaba sorprendido y rió con orgullo pues por fin la mujer le estaba plantando cara al parásito que tenía por esposo.

De repente, Pen se echó a llorar tirado en el suelo.

-Lo si-siento c-cariño...qui-se terminarlo pero les d-debía mucho di-nero...

-¡De nada me sirven tus excusas ya!-le gritó nuevamente la mujer muy decepcionada-... ¡Eres un cobarde y nosotros te damos igual!... ¡Estoy harta de ti y quiero el divorcio!...¡Ah!, más vale que tomes café, te duches, te afeites y termines esto!. ¡Me da igual como lo consigas pero no quiero que mis hijos sufran más por tus malditas idioteces!.

Tras gritarle todo eso, la escritora salió de la casa de nuevo seguida de su guardaespaldas, el cual seguía sonriendo muy satisfecho de lo ocurrido.

El resto del día, esta lo pasó intentando deshacer el desastre que había en la empresa, como ya llevaba haciendo días atrás y aunque habían perdido muchos clientes y también socios amigos por la pasividad de Pen, ella mantenía la esperanza de poder subirla a flote.

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Muchas gracias a los que votais y comentais.
A los demás, deciros que por favor, no seáis fantasmitas pues a mí me  gusta mucho leeros y saber vuestras impresiones sobre la historia.

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13. Guardaespaldas -Segunda parte - Mewgulf TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora