· Two Ghosts ·

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Cualquiera diría que retomar una vieja amistad era algo sencillo

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Cualquiera diría que retomar una vieja amistad era algo sencillo.

Parecía fácil comenzar a hablar de todos los momentos que habían vivido en su juventud. Tenían mil anécdotas que rememorar, estupideces que solían hacerles reír. Era tan fácil como decir palabras que para los demás no tenían sentido y que para ellos en algún momento lo habían significado todo. "Bromas internas" se llamaban.

Bromas. De eso solían saber mucho.

Hay amistades que no importa cuántos años pasen que se mantienen intactas. No es necesario hablar todos los días para mantenerlas, porque son tan fuertes y verdaderas que el tiempo no las deteriora. Ellos tenían ese tipo de amistad.

Solo que nunca habían sido solo amigos. Y por eso no era tan sencillo.

Cuando por fin se habían reencontrado todo había sido felicidad. Se habían abrazado como los dos viejos amigos que eran y luego se habían separado y todo había vuelto a ser raro otra vez. Entre ellos siempre había sido todo raro pero extrañamente natural. Al final la rareza había sido muy familiar entre los dos.

Se habían alejado y ahora por fin se habían vuelto a juntar, escondidos en aquella casa antigua que uno de ellos solía odiar. Ahora era su refugio y ahora era testigo de su silencio.

Estaban sentados en la mesa de la cocina, demasiado larga y espaciosa para solo dos personas. Remus pensaba que era irónico, que parecía una broma del destino y una especie de metáfora. Esa mesa era tan grande como el espacio que ahora los separaba.

Era de noche y los dos estaban bebiendo whisky a oscuras. La luz de la luna entraba por el gran ventanal y los iluminaba.

Remus odiaba la luna. Sirius pensaba que Remus estaba hermoso bajo ella.

Quería decírselo. Se moría de ganas de alargar el brazo y atraerlo por la camisa y decírselo. Que el tiempo había pasado por él y solo había hecho que mejorarlo. Las cicatrices en su rostro y sus brazos solo eran testimonio de lo que había vivido y lo hacían, si cabía, más atractivo.

Él había cambiado mucho tras doce años en Azkaban. Tenía el cuerpo lleno de tatuajes, tenía cicatrices de sus propias uñas en la piel. A veces no conseguía dormir al recordar lo horribles que habían sido esos años, pero recurría a la misma imagen a la que recurría cuando se encontraba allí encerrado para tranquilizarse.

Recordaba el primer beso con Sirius en la Casa de los Gritos. Recordaba haber sentido por primera vez los nervios de no saber si él le correspondería, porque no había forma de que alguien tan maravilloso como Remus pudiera sentir algo más que amistad por Sirius Black. A los ojos de Sirius, Remus era sencillamente perfecto. Le encantaba verlo enfrascado en un libro aburridísimo sobre poesía muggle, le encantaba verlo devorando chocolate encima de su cama en la Torre de Gryffindor. Le encantaba cuando hacía las cosas más estúpidas, como cortar la carne en trozos simétricos o golpear la pluma contra el tintero un total de seis veces antes de comenzar a escribir.

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