Capítulo 1

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Cualquiera pensaría que el gran felino negro que asomaba la cabeza desde una azotea en el medio de Manjatan sería algo que todos notarían.
Sin embargo no era así.
Y Jacques lo agradecía.
- Un poco alto para alguien de tu familia, ¿no crees?
Jacques escuchó la voz a la perfección a pesar del retumbante sonido del aire que soplaba en sus orejas, pero no se sobresaltó. Era exactamente lo que había estado esperando.
La pantera se volvió con lentitud, con el sol brillando directamente sobre su piel y haciendo relucir su pelaje azabache. Se sentó sobre sus patas traseras sin apartar la vista del individuo que había llegado.
Apenas un segundo después en su lugar se econtraba un muchacho arrodillado y desnudo.
El individuo levantó la mano y el bulto de ropa que estaba tirada de cualquier manera sobre el piso impermeable de la azotea flotó hasta Jacques.
- Gracias. Padre - respondió este en tono sarcástico.
- No tengo tiempo para tus niñerías - respondió el hombre mientras miraba con gesto desaprobatorio la chaqueta de cuero negro y las botas con cadenas de su hijo, seguramente comparándolas con su traje de alta costura, pensó Jacques.
- Entonces.¿Cuánto más voy a tener que esperar por ella? - preguntó.
- Si quieres que vaya por voluntad propia todavía falta. Sino has tu magia y llévala a la fuerza. - respondió Jacques mientras se abrochaba el cinto con hebilla en forma de zarpa.
El hombre comenzó a moverse de un lado a otro de la azotea empequeñeciendo el espacio y Jacques pensó que no dejaba de ser atemorizante ni siquiera cuando estaba preocupado, aunque claro, nunca bajaba la guardia, ni siquiera cuando estaba con él.
- Si tu fuerza no es suficiente para enfrentarte a una niña no entien...
No pudo terminar. La mirada antinaturalmente púrpura de su padre ardió sobre él y al segundo siguiente se encontró flotando en el aire sobre el vacío, su cuerpo no respondía y desde abajo le llegaba el bullicio del tráfico. En su defensa: no gritó, apretó los dientes y clavó la vista en el macho de pelo negro y ojos morados que rellenada una pipa de madera oscura con los pies bien clavados en el piso.
Aspiró una bocanada de humo y la soltó. Luego vino una segunda, y después hablo con voz engañosamente tranquila.
- No entiendo tu afán en insubordinarte. Sabes bien que esa "niña" es una maldita bomba de relojería que por lo menos yo preferiría que no me reventara en las manos. Claro que si dicho suceso llegara a pasar podría contenerla, pero perderíamos un activo precioso y una gran aliada. - llegado a este punto el macho chasqueo los dedos y Jacques cayó con fuerza sobre el piso duro. Con la cara al nivel de la tierra escuchó los pasos firmes acercarse a su cabeza antes de que esta fuera levantada de un tirón por el pelo hasta que su mirada obsidiana estuvo clavada en la púrpura de su padre, lo cual le sorprendió porque rara vez el hombre lo tocaba directamente.
- Así que espero gran dedicación por tu parte en la tarea que se te ha encomendado.¿Estamos de acuerdo?
Jacques lanzo un gruñido que al parecer fue entendido como un asentimiento pues su cabeza volvió a caer contra el piso.
- Espero resultados - dijo su padre y luego escuchó como sus pisadas se alejaban y luego la herrumbrosa puerta de acceso chirrió. - Pronto.
Entonces Jacques se quedó nuevamente solo en la azotea, y recuperó el movimiento de su cuerpo. Le sangraba el labio inferior, lo cual no era importante porque sanaría en poco más de media hora.
Miró su reloj de muñeca que marcaba las 7:15. Debía cambiarse de ropa. A las 8 tenía una cita y no había porque asustar a el objetivo.

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Triane se observó con determinación en el espejo de cuerpo entero de su cuarto. Se sentía endemoniadamente molesta consigo misma por su total ignorancia en asuntos del tipo "como lucir bien" o "que me resalta más los ojos". Pero bueno, en realidad esas cosas nunca le habían importado.
Hasta hace más o menos un mes.
Cambió de ángulos varias veces y se observó de arriba a abajo con el ceño fruncido. Bien, no le habían salido mas curvas durante la noche lo cual no la sorprendía: hacía tres años que su cuerpo no cambiaba en absolutamente ninguna medida.
Bueno, el uniforme le quedaba ancho por todas partes y llevaba la saya cuatro dedos más larga que todas las chicas de su aula pero esto no era negociable. Dios sabía bien que la libertad de movimiento que esto le permitía era lo que le había salvado el pellejo. En muchas ocasiones.
Y en cuanto a la cara... Nunca había soportado el maquillaje, y aunque hubiera decidido ponérselo hoy no hubiera sabido por donde empezar. Probablemente el pelo fuera lo único que se escapaba de su miserable aspecto, eso si se olvidaba de su incapacidad para hacerse algo además de una coleta.
Sintió ganas de patear a su reflejo, y el muy dichoso solo se salvó por el sonido inconfundible de la voz de su madre que le llegó desde la planta baja.
Miró hacia el reloj en la mesita de noche junto a la cama.
Sip. Iba a llegar tarde.
Se tiró la mochila al hombro y bajó la escalera de dos en dos. Le dio un beso fugaz a su madre en la mejilla, se bebió la taza de café con leche de un trago y salió como un bólido por la puerta principal, con el emparedado de jamón en una mano y la voz de su madre deseándole un buen día a sus espaldas. Elevó una silenciosa plegaria a quien sabe quien, ya que era atea, para que por una vez su madre tuviera razón.
Diez minutos después estaba resoplando frente la entrada de la escuela pero no entró como el resto de los uniformados. En cambio siguió por la línea de la verja hacia la izquierda, dobló en la esquina y entró en un callejoncito que había mas adelante.
- Hola - dijo una voz desde debajo de una escalera de incendio. El tipo de voz que probablemente habría hecho a un nerd empezar a tartamuder, pero a ella no.
- Hola. Disculpa el retraso. - respondió acercándose.
Cuando pudo observar con detenimiento al chico que tenía delante se maravilló por quintoagésima vez de su suerte.
El chico vestía una sudadera gris con un abrigo de capucha negro y pantalones de mezclilla, las zapatillas eran negras con las letras en planteado y lo único que realmente resaltaba era el cinto con hebilla en forma de zarpa de felino que siempre llevaba. Aunque por algún motivo extraño a ella le parecía que un vestuario de tipo cuero y cadenas era lo más acorde a él.
- Ven aquí - dijo él extendiéndole la mano con la palma hacia arriba y ella no se hizo de rogar. Apenas su mano hizo contacto con la de él se vio arrastrada contra su pecho y un fuerte olor masculino se le metió en la nariz.
- Te extrañé - dijo él enterrando la mano en su cabello para soltárselo. Luego la tomó por la barbilla hasta que sus miradas hicieron contacto y poco después el espacio que separaba sus bocas desapareció.
Como siempre que lo besaba, Triane se sintió completamente arrasada. Literalmente su cerebro estaba fuera de función así que simplemente se dejó llevar derritiéndose contra los fuertes músculos de sus brazos y pecho.
Ni idea de cuanto tiempo había pasado cuando un sabor cobrizo invadió su lengua. Primeramente le pareció que era lo más delicioso que había probado pero entonces su cerebro decidió entrar en la ecuación y le recordó que era el mismo que sentía siempre que, por una costumbre extraña, se lamía sus propias heridas.
- ¿Te hice daño? - preguntó apartándose de él. Por un segundo observó como él fruncía el ceño y se limpiaba con las manos el labio inferior. Pero justo como la expresión llegó así mismo desapareció y este simplemente le sonrió.
- Para nada, solo fue un pequeño accidente que tuve en mi casa antes de salir - rió - Me golpee con el marco de la puerta.
- Bueno, en ese caso déjame probar una cosa - dijo ella acercándose despacio y poniéndose de puntillas para llegar a su altura.
Cuando quedó claro que su brillante idea consistía en lamerme la herida él se apartó bruscamente.
- Yo.. Eh lo siento. Es solo que .... - balbuceó.
- No te preocupes - dijo ella recordando que no todo el mundo eran bichos raros como ella - Creo que debería irme - se apresuró a decir para escapar de la vergüenza.
- Si está bien - respondió él - Yo te llamo después.
- Ok - dijo Triane alegrándose de que por lo menos no fuera a cortar todo con ella después de su metedura de pata. - Nos vemos - dijo saliendo del callejón. Tendría que apresurarse si quería entrar a la primera clase.
No llegó. En cambio pasó la primera hora sentada en el pasillo rebobinando una y otra vez lo sucedido en el callejón de al lado. Motivo por el cual cuando sus compañeros empezaron a salir del aula tenía sinceras esperanzas de que alguien se metiera con ella solo para poder justificar el lanzarle su mochila y quizás también que la suspendieran por el resto del día.
Sin embargo milagrosamente decidieron ignorarla por completo demostrando así que el universo no sentía ningún aprecio por su persona.
- Hola Tri - dijo una voz desde arriba.
- Hola Katia - respondió evitando mirar a su mejor amiga a los ojos. Sabía muy bien el tipo de expresión que iba a encontrar allí: una sincera preocupación.
- Supongo que volviste a llegar tarde - dijo Katia y como no obtuvo respuesta siguió- No puedes seguir así, vas a lograr que te expulsen de una vez por todas. Ni siquiera sé como no lo han hecho ya.
Triane se levantó aún sin mirar a la chica, aunque no por eso dejó de verla en su mente. Habían tenido demasiadas veces la misma conversación.
- Solo vayamos a la próxima clase ¿ok?
La respuesta de Katia fue un sonoro suspiro. Se sentía mal por preocupar a su amiga pero tampoco es que pudiera cambiar su forma de ser. En realidad si estaba allí era por no decepcionar a su madre ya que estudiar o no le importaba bastante poco. Hiciera lo que hiciera nunca iba a ser aceptada. La vida se lo había demostrado demasiadas veces.
Se tambaleó y tuvo que apoyarse en la pared a fin de no caerse al piso. Que demonios. La cabeza le daba vueltas y por un segundo la visión se le empañó hasta prácticamente la ceguera.
- ¿Tri? ¿Qué pasa? - escuchó la voz de Katia desde debajo de su hombro. Se había metido allí para poder sujetarla - ¿Quieres que vayamos a la enfermería?
Triane sacudió la cabeza lo que le provocó una nueva punzada en la sien.
- Ok, eso no va a ser discutible. Vamos - ordenó Katia empezando a caminar - Un pie delante del otro.
Claro. Como si ella no supiera como caminar. Solo que al parecer lo había olvidado y casi se va de boca.
- Despacio - dijo Katia agarrándola con más fuerza.
Tomando una honda inspiración Triane comenzó a caminar por el pasillo. Menos de un minuto después el dolor de cabeza comenzó a remitir y para cuando llegaron a la enfermería había desaparecido por completo. Aún así a insistencia de Katia tuvo que dejarse examinar por una enfermera que no encontró absolutamente nada fuera de lo normal. Simplemente le dio unas aspirinas por si el dolor volvía y le dijo que si ese fuera el caso debía ir a un hospital para un chequeo más amplio.
Y de esa manera ambas se perdieron la mitad de la segunda clase.
El dolor de cabeza no volvió. Y aunque su humor no daba señales de mejorar el resto de la mañana transcurrió normalmente. Hasta la hora del almuerzo.
Llegaron a la cafetería un poco antes que el resto de los grupos porque el profesor de mates estaba de buen humor y había decidido hacer su acto de bondad del día soltándolos 10 minutos antes. Así que pudieron ocupar su mesa favorita junto al ventanal.
A Triane la bandeja no le parecía especialmente apetitosa así que simplemente se dedicaba a mover los guisantes de un lado a otro de la bandeja bajo la fija mirada de su amiga.
La chica tenía todo el aspecto de una profesora. Con su pelo castaño rojizo cortado a la altura de los hombros y sus espejuelos de pasta marrón. Comía con elegancia y demostraba buenos modales y buenas intenciones todo el tiempo. No tenían nada que ver la una con la otra y Triane se preguntaba que había visto la chica en ella. Salvo que quizás simplemente el hecho de que fuera su amiga era una extensión de su bondadosa personalidad. Seguro esa era la única explicación. Había visto un caso perdido y trataba de salvarlo. Si debía ser eso.
- ¿ Estás bien? - le preguntó.
- Uhm - respondió Triane.
- Sabes que puedes hablar conmigo.
- Lo sé , solo que no me pasa nada.
- Si tiene que ver con ese chico también puedes contarme, el hecho de que no me agrade no quiere decir que no puedas contar conmigo.
Y como siempre, había dado en el clavo. Definitivamente ella era tan transparente como el vidrio, pensó Triane.
- Bueno, en realidad ... - se dispuso a contarle lo del callejón pero no llegó a nada. En ese momento la interrumpió una voz especialmente molesta a sus espaldas.
- Así que la ratita tiene novio.¿Qué les parece chicas?
Esta intervención vino seguida de un coro de risitas agudas del tipo que te dan ganas de vomitar. Triane se negó a darse la vuelta.
- Ese chico debe ser indescriptiblemente feo y tonto para salir con alguien como ella - intervino una segunda vocesilla, que identificó como la de Mónica - seguro que es un gordito friki que nunca ha conocido a una chica de verdad.
Más risas y Triane cerró las manos en puños sobre la mesa. No podía pelearse, la última vez le habían dado un ultimátum. No podía pelearse. Repitió como si fuera una consigna mientras un zumbido molesto comenzaba a instalarse en su cabeza.
- En realidad probablemente sea una chica - intervino la tercera voz, Bonny. Bien eso quería decir que el maldito trío estaba completo.
Sin peleas, sin peleas, no es la primera vez que te dicen lesbiana. Apretó los puños hasta que los nudillos se volvieron blancos.
Y luego volvió a hablar la cabecilla del grupo, Trixie .
-Pobre Katia, no me sorprende que no le agrade la afortunada, después de tres años tratando de enamorarla y se va con otra.
Okkkk, hasta aquí llegamos. Una mirada a la cara de su amiga y supo con certeza que no era la primera vez que se metían con ella.
El dique reventó.
La bandeja salió volando estrellándose en la cara de Bonny y esparciendo la comida sin tocar por todo el piso,seguida vino la silla plástica en la que Triane había estado sentada que golpeó a Mónica en las costillas haciéndola perder el equilibro sobre sus sandalias de tacón.
Triane estaba parada frente a Trixie que ya no se encontraba flanqueda por sus amigas y la miraba con expresión aturdida.
Sorpresa, sorpresa. De seguro la iban a botar por esto pero se iba a sentir maravillosamente bien.
- Tri, por favor no... - hasta ahí llegó el sonido de la voz de Katia porque el zumbido que había empezado poco a poco había ido en crescendo hasta lograr apagar el resto de los sonidos a su alrededor.
Cuando dio el primer paso hacia delante la visión empezó a emborronarse hasta que solo vio a la rubia tipo Barbie que la miraba con los ojos como platos. A algún nivel de su subconsciente notó que algo no estaba bien en su reacción, pero esa voz fue rápidamente extinguida. Y con ella todo pensamiento racional.
La levantó por el cuello. Trixie era más alta que ella y probablemente más pesada pero aún así solo necesitó una mano para alzarle del piso.
La chica pataleteaba en el aire y le arrañaba el brazo en un intento por soltarse y respirar.
Esa faceta duró poco. Mientras se iba quedando cada vez más floja Triane simplemente apretó más su gancho en el cuello de la rubia hundiéndole las uñas y la atrajo hasta que estuvieron cara a cara. Entonces gruñó mostrando cuatro brillantes incisivos.
El golpe vino por la espalda y fue lo suficiente fuerte para que Triane se tambaleara y soltara a su presa que cayó contra el suelo como una muñeca rota.
Detrás de ella Katia sostenía una silla plástica con ambas manos.
- Oh Dios. Tus ojos...
Y esas palabras de su amiga fueron las que marcaron a vuelta a la realidad.
Y no fue un aterrizaje suave.
Su visión se aclaró por completo y el zumbido desapareció. Por primera vez notó la gran cantidad de personas que se habían reunido a su alrededor y la miraban con ojos horrorizados, incluyendo a su mejor y única amiga. Se volvió y miró a Trixie. Estaba despatarrada, con la cara enrojecida y contusiones oscuras e hilos de sangre en el cuello donde le había enterrado las uñas. Pero respiraba. Entonces la asaltó la certeza.
Si Katia no la hubiera detenido ahora Trixie no estaría viva.
Salió corriendo atravesando la multitud. Corrió sin parar derrapando en las esquinas y tropezando en las escaleras. Pero no paró, ni siquiera cuando salió de la escuela y tuvo que cruzar la calle. En algún momento de su frenética carrera recordó la mochila que había dejado en el comedor pero no podía importarle menos.
Llegó a su casa viva de puro milagro y como no tenía llave simplemente se lanzó contra la puerta con tal ímpetu que la sacó del marco. Patinó en la alfombra y se cayó de bruces mientras subía la escalera. Llegó a su cuarto jadeando y cerró la puerta tras de sí. Luego empezó a temblar.
La ropa le ardía sobre la piel así que se la sacó, o se la arrancó hasta quedar completamente desnuda. Una ola de calor le atravesó el cuerpo mientras caía sobre la cama. Las sábanas se le pegaban por el sudor frío que la cubría. Cuando el dolor la recorrió desde los pies a la cabeza se contrajo en posición fetal y se desmayó.

La Sangre de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora