6. No abras puertas que no conoces

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Sofía encendió el estéreo y sonó Blink-182 con What my age again. Cristian enloqueció de la emoción y comenzó a cantar junto a ella, quien lo miraba sorprendida de que supiera la letra.

Los dos se vieron un par de segundos y rieron en el auto, mientras se seguían reproduciendo las canciones.

Llegaron a una cafetería que estaba cerca del centro de la ciudad, Sofía aparcó el auto en la esquina y bajaron. Caminaban por la acera mientras platicaban sobre el colegio, en cómo él había llegado hasta ahí con esas buenas notas. Mientras ella le contaba que esa facultad era su sueño desde pequeña, al igual que ser psicoanalista.

Entraron juntos, se sentaron y platicaron un gran rato, hasta que ella reparó en la hora y vio que ya era bastante tarde. No acostumbrara pasar más de las ocho de la noche en las calles de la ciudad, y justo ahora estaba a punto de ser media noche.

No se lo podía permitir este tipo de cosas. En primer lugar, porque sentía que tenía que ocuparse de ella, de sus planes y del orden que tenía en su vida. Era su tiempo, era celosa con él, por eso amaba tanto su soledad y su monotonía. Aquella vida rutinaria de la que siempre se había rehusado a salir.

Desde siempre había sido una jovencita ordenada y muy planificada en cuanto a todo. Cada cosa que hacía era por horas determinadas, tomar el desayuno, el entrenamiento, las horas de películas o de permanecer en redes sociales. Siempre se dictaminaba en todo y se la pasaba poniéndose alarmas todo el tiempo. Así su vida había transcurrido con exactitud.

Sofía era una persona que no había tiempo para distracciones, así la había criado su papá. Impecable. Y, en segundo lugar, era peligroso, podían asaltarla o si pasaba algo con un neumático sería terrible aparcar sola a media carretera y sin luz. Sólo de pensarlo le aceleró el corazón y le dio un pequeño ataque de ansiedad.

Odiaba que las cosas se salieran de sus manos, que olvidara sus horarios y que estas cosas pasaran y más si era por un chico. Lo pensó y se recriminó por ello, ¿cuándo se había retrasado en llegar a casa sólo por salir con alguien? Nunca, se espetó. De pronto quiso salir corriendo, pero se contuvo.

Con la mirada clavada en ella, Cristian la notó preocupada, nerviosa, molesta. Él no sabía por qué, pero en un instante ella cambió el semblante y se tensó.

—¿Pasa algo? ¿Te sientes bien? —Preguntó Cristian en tono preocupado.

Es hora de irnos—. Dijo ella rápidamente—Se nos ha pasado el tiempo y tengo que llegar a casa a estudiar, lo he olvidado—. Decía mientras se levantaba de su asiento.

Nunca miró a Cristian, tenía la vista levemente hacía abajo, tratando de ocultar su molestia.

—Perdóname no me he dado cuenta—dijo, intentando conseguir que ella levantara la vista, pero no ocurrió. Así que, se apresuró a sacar dinero de la billetera y lo depositó en la mesa junto a una buen propia para el mesero que los había atendido amablemente.

Salieron de la cafetería y ella se preguntó si tendrían una segunda cita o esto sólo había quedado ahí, en si serían amigos o al fin tendría un novio formal. Odiaba sus cambios repentinos de humor, de pronto se sentía atraída por alguien y después el miedo lo hacía desechar todo. Se giró y vio a Cristian, seguía pensando que era lo más atractivo que se había acercado a ella y sonrió. Sólo pasó un instante cuando cerró los ojos y sacudió levemente la cabeza, se dijo que no tenía que pensar esas cosas, lo desecho. No quería idealizar nada, no era correcto. Siguió caminando y se fue directo a abrir la puerta de su Cadillac.

—Bueno, señorita, es hora de que vaya a casa—dijo Cristian mientras se acercaba a ella para darle un beso en la frente, después se reincorporó—Tengo que ir a la parada e irme a casa. Cuídate, ¿sí?

No confíesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora