Aunque la sangre ya había parado de brotar, había manchado escandalosamente lo que solía ser una camiseta. Se quedó viéndola un instante, era un pedazo de trapo rasgado y sucio, la echó en una bolsa de plástico. No quería recordarla y mucho menos conservarla.
A decir verdad, ni siquiera sabía qué hacer con ella. Así que dejó la bolsa a un costado de la tienda. Verificó si su herida parecía limpia, sin sudor, sin grumos de tierra del bosque y sin nada más que una horrible curvilínea con sangre oscura de fondo.
Se colocó una pequeña gasa de entre todas las cosas que Cristian le había comprado. Pensó que, era una estupidez que alguien te prometa amor y al mismo tiempo te lastime. Peor aún, era demasiado enfermo pensar que él había planeado lastimarla, porque entre las cosas que había comprado, precisamente había todo aquello que necesitaba. Un escalofrió le recorrió por toda la espalda, y sintió miedo, por milésima vez en un día.
Se incorporó y se apresuró a cambiarse. De pronto recordó que tenía que aferrarse a su plan, y no quería que Cristian se molestara por tardarse. Se sintió tonta, pero a la vez desprotegida, así que en realidad no le quedaba otra opción. Cuando al fin hubo terminado, se posó en la entrada de la tienda, y paseó su mirada alrededor.
Él se encontraba sentado acomodando una manta de cuadros negros y blancos, como si de un ajedrez se tratara. La había colocado justo al lado de la leña que ahora se veía perfectamente acomodada para encenderla y hacerla consumir con el fuego en cuanto cayera la noche o el frío aumentara.
En ese momento el aire se coló en sus huesos, era un aire frío, pero ni siquiera intentó ponerse una chaqueta. No se sentía cómoda ahí como para sentirse más débil bajo una cobija.
Sin embargo, posó su mirada en la leña y se la imaginó irradiando en llamas, eso sería aquello que les daría calidez en ese bosque tan oscuro y frío. Aunque también pensó que, esa misma calidez no aminoraba la compañía con su secuestrador. Al contrario, no sabía realmente ni qué pensar.
Odiaba totalmente que le gustase, a pesar de todo lo que ya le había hecho. Se sentía estúpidamente enamorada de su agresor y se dijo que eso era todo, menos sano. Pero en ella se generaba una especie de amor-odio que no podía explicarse si quiera a sí misma, y lo odiaba. Ella no solía ser así. Quería ser psicoanalista, y ahora no parecía merecedora de ser estudiante de la mejor facultad de Psicología. Ahora parecía la paciente de uno de ellos, con problemas mentales más fuertes de los que ella creía.
Posó su mirada en Cristian y dijo para sus adentros, "¿quién está más enfermo aquí? ¿Tú por amarme de una forma incorrecta, lastimándome y secuestrándome, o yo, por enamorarme de quien me hace daño?".
Se encontraba inmersa en sus preguntas y cavilaciones, cuando vio mover los labios de Cristian. Le estaba hablando y ella ni siquiera se había percatado de ello, no lo escuchaba.
—Perdóname, estaba pensando en pedirte un poco de agua, necesito tomar uno de los analgésicos que has comprado, porque el dolor me es insoportable—Parecía un discurso improvisado, pero realmente el dolor iba en aumento.
Cristian tomó una botella de agua que había sacado de otra mochila de acampar que se encontraba afuera. Volvió a cerrarla y se la dio con una sonrisa. La mirada de Sofía fue vacilante, así que él la descifró de inmediato.
—No pasa nada, ¿de acuerdo? Te necesito despierta, al menos por ahora. —Destapó la botella y le dio un gran sorbo-- ¿Ves? —Le dijo con una sonrisita.
Sofía sonrió de inmediato. En su corazón había dolor, desconfianza y a la vez una ligera atracción hacia su rostro y a su determinación. Incluso su arrogancia le parecía atractiva. Se detuvo a analizar sus pensamientos y le dieron náuseas.
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No confíes
Mystery / ThrillerRostros hermosos vemos, trastornos no sabemos... Sofía es una estudiante de la Facultad de Psicología, anhela ser Psicoanalista, pero en el transcurso conoce a Cristian, un pseudo psicólogo aparentemente estable que se convierte no solo en la sombra...