24. El mal está dentro de ti

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Al caer la noche Sofía se acercó a Cristian, lo observaba de cerca, y se detuvo en cada espacio latente en el que veía sangre coagulada y seca. No podía creer que ella hubiese hecho eso, pero lograría aún más. Ahora se sentía capaz de todo, ella tenía el mando. Los papeles invertidos no eran tan malos.

La rabia se apoderaba de ella, le dolía la cabeza, los huesos, las articulaciones y todo lo que emanaba de ella. Lo peor de todo era que el autor de todo su mal rato, su dolor y su tristeza, se encontraba frente a ella, tumbado en el suelo y casi inconsciente por la pérdida de sangre. En un estado en el que nunca creyó verlo.

Se veía cansado, débil y sucio. Sus músculos parecían no tener aquella fuerza brutal que la habían golpeado antes, provocándole aquellos dolores punzantes. Y su rostro no se veía tan atractivo como la primera vez en que no podía sostener la vista sin que él la pusiera nerviosa.

Sin quitarle la vista de encima sonrió con crueldad. Su cuerpo se llenó de un sentimiento que no podría explicar, pero amaba sentirlo, era como si toda la maldad de Cristian se hubiese depositado en ella después de cada insulto, cada golpe y cada gota de sangre que se derramaba de su cuerpo.

Pero ahora era diferente, tenía sed de venganza, y en el fondo también tenía la necesidad de terminar con aquel amor que sentía por él. Se rehusaba a ser parte de aquel Síndrome de Estocolmo.

Ella podía ser todo, una asesina quizá, pero nunca una víctima de algo tan bajo que iba en contra de lo que era, y lo defendería como pudiese. Y si tenía que matar a su secuestrador, entonces lo haría.

"Nunca confíes", pensó.

Su mayor error había sido pensar que Cristian era diferente, que con esa cara bonita también era sano, estable y una persona buena, pero no era así. Había confiado, había fluido junto a él, y había entregado todo de ella para que al final solo estuviese lista para dos cosas: Matar o morir.

No era justo que alguien con metas tan altas terminase ahí, a sabiendas de que su vida se estaba tornando en aquello que quería descubrir en los demás. Quería entender, comprender mentes enfermas, pero al parecer ella ya era uno de ellos, y no lo sabía.

Lo era desde que accedió a salir con él, lo era cuando se enamoró de su secuestrador, cuando después de que la agredieran se había entregado en cuerpo completo a quien más daño le causaba.

Todo el tiempo se estuvo engañando a sí misma. No era un plan, en el fondo sí confiaba en él. En el fondo sabía que estaba mal, y aun así se quedó, como una persona con más problemas mentales de los que creía que podría tener.

Ahí estaba, enfrentándose a ella misma y a sus propios demonios.

-No hay vuelta atrás-Dijo, mientras tomaba el cuchillo con firmeza.

Presionó la punta del filoso cuchillo en el rostro de Cristian y lo deslizó, provocando un grito desgarrador en las pocas fuerzas que quedaban en él. Mientras su pómulo perfecto ahora estaba hirviendo en sangre.

Intentó defenderse, forcejeó y tomó el cuchillo y se lo enterró a Sofía, justo en las costillas donde estaba su herida, ella gritó, pero no se detuvo. Intentó tomar el cuchillo nuevamente, se abalanzó encima de él y presionó la herida que había en su rodilla.
Cristian tenía pocas fuerzas, pero no cedía. Empujó a Sofía y la tiró al suelo, se fue encima de ella y le acercó el cuchillo a la cara, estaba a unos centímetros de rasgarle aquel hermoso rostro, pero ella sacó una fuerza inimaginable. Mantenía la mano de Cristian a escasos centímetros de ella, su brazo temblaba, pero no sentía el dolor, solo sentía esa rabia recorrer por sus venas.

Levantó las piernas y empujó contra Cristian, tomó una leña rápidamente y le golpeó la cabeza una y otra vez. El rostro de Cristian estaba bañado en sangre, pero aun así jadeó y se fue contra ella. Sofía lo empujó nuevamente y le rompió la nariz de un golpe.

No confíesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora