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   Se iban formando las primeras constelaciones en el cielo de la segunda noche de enero, iluminando el Valle de Godric, un pueblo agarrotado de magia, donde se celebraba otro año entrante. 

     Había niños jugando y corriendo a los gritos por todo el alrededor. En el cementerio, un pequeño grupo de adolescentes estaban en ronda contándose historias de terror. Adultos riendo y hablando, relajados en sus pequeñas vacaciones, disfrutando de la música que estaban tocando un grupo local de brujas, en un escenario que flotaba en el aire. 

  Draco Malfoy, un chico de tez pálida y con un cabello naturalmente rubio platinado, observaba por la ventana de su casa, preguntándose si salir le serviría de algo. Los dos años que estuvo con su novia Astoria viviendo en esa pequeña casa que él compró, habían formado parte del festejo y se habían divertido mucho. Pero Astoria había fallecido hacia cinco meses.

  Optó por salir a dar una vuelta y encontrarse con su amigo Adrien. Tomó su abrigo, que colgaba justo al lado de la puerta. 

  A penas puso un pie en la vereda, recibió un golpe de una bola de nieve en su pecho. Miró hacia el frente, en busca del origen del golpe, y allí vio al pequeño Silvan. Draco se agachó para tomar una pequeña cantidad de nieve del suelo y se la lanzó. 

  El niño riendo, corrió hasta las piernas de su madre, Katie Bell, a la que se aferró fuertemente. Draco la saludó con un gesto de mano, y la mujer lo correspondió. 

 El rubio se subió la bufanda para evitar que su respiración le quemara las fosas nasales por el aire helado. Comenzó a caminar, frotando sus manos. Ya empezaba a pensar que no había sido buena idea salir. 

  Dobló en la esquina, sus ojos grises se movían en busca de su amigo pero había más gente de la que solía haber en las fiestas. Levantó un poco su barbilla para extender su visión por sobre algunas cabezas. 

  Cuando llegó a la otra esquina, había una señora en un puesto vendiendo bebidas. Draco se pidió un vaso de hidromiel, se alejó un poco y decidió apoyarse sobre las rejas de una casa con la esperanza de que su amigo apareciera. De ese lado de la calle, había menos gente y la música no se oía tanto. 

  En la acera del frente, estaba el trío de oro; Harry Potter, Hermione Granger y Ronald Weasley. Cuando vieron a Draco, Harry no pudo sacarle la vista de encima porque hacia unos minutos, Ron le había contado de la muerte de Astoria. 

—Quiero acercarme a darle mis condolencias —habló Harry. 

—¿Te parece? —preguntó el otro.

—Está muy solo —agregó —, me da un poco de lastima.

—Quizás está esperando a alguien —habló Hermione, riendo —, ¿tú que sabes?

 Potter se encogió de hombros y se aventuró hacia Draco Malfoy. 

—Hola, Draco. 

El chico de ojos grises se había sentido un poco aturdido ante la repentina aparición de Harry Potter, su enemigo de la escuela. Después de la Segunda Guerra Mágica no habían vuelto a hablar, ni para pelear ni para hacer las pases. 

De todas formas, Draco seguía enterándose de la vida de Potter, porque era imposible no tener novedades sobre quien había sido el Elegido. Aún sino las quería, ellas llegaban. 

—Potter, tanto tiempo, ¿cómo estás?

—Muy bien. ¿Estás viviendo por aquí? 

—Así es. Me mudé hace dos años. 

—Me alegra verte bien, Draco. Quiero que sepas que si necesitas algo, puedes mandarme una lechuza cuando quieras, ¿sí? Siento mucho lo de Astoria. 

Cielo gris | DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora