05

1K 52 0
                                    

Se habían formado unos tres centímetros de hielo sobre los tanques y la presa. Aquel era una señal inequívoca de que el tiempo estaba cambiando. Harry rompió el hielo y empezó a distribuir pienso ya que la hierba era demasiado corta para engordar al ganado.

A media tarde, entró en el patio con tres vacas y sus terneros que tenía que destetar. Los mugidos todavía le resonaban en la cabeza cuando entró en la casa para limpiarse y empezar a poner al día el libro de cuentas.

____ estaba en la cocina, amasando algo. Tras saludarla, fue a darse una ducha. Cuando bajó a la cocina veinte minutos más tarde, ella todavía seguía amasando.

—¿Es la masa para un pastel? —preguntó él, esperanzado.

—No, para una empanada de carne. Mi tía solía prepararla.

—¿Tu tía? —preguntó Harry, con curiosidad. ____ casi nunca le había hablado de su infancia.

—Después de la muerte de mi madre, ella solía llevarme a su casa de vez en cuando. No tendría ni idea de cocinar de no haber sido por ella.

—A juzgar por lo bien que se te da, tiene que ser una estupenda cocinera. Tú lo haces muy bien.

—Gracias —respondió ella, sonrojándose.

—Nunca me hablas de tu familia. Si te gustaría invitar a alguien, no hay ningún problema.

—Mi tía murió. Ella era la única familia que tenía aparte de mi padre —dijo, poniéndose a amasar de nuevo con aire melancólico.

—No quería hacerte pensar en cosas tristes —afirmó él, colocándole las manos encima de las suyas, sobre el rollo de amasar.

Efectivamente, solo sentía curiosidad. Le había dicho muy poco más de lo que ya sabía: que había crecido en un rancho aislado, con un padre alcohólico.

—No pasa nada —susurró ella, empezando a amasar de nuevo—. Los recuerdos que tengo de mi tía son maravillosos. Era divertida y afectuosa y solía hacerme galletas con trozos de chocolate cada vez que iba a verla.

—La señora Stryker solía hacer galletas muy a menudo. Yo nunca tuve nada como eso dado que estábamos solos mi padre y yo. Ir a su casa era como ir al paraíso. Tendría que haber aprendido a cocinar…

—Efectivamente. ¿Quién dice que un hombre no puede aprender a cocinar?

—Ahora sí que sé. En Nueva York vivía solo en un apartamento. No me quedaba más remedio que cocinar o comprar comida preparada.

—¿Cómo es? Me refiero a Nueva York.

—Todo va muy deprisa. Es como un hormiguero. La gente, mires donde mires, va corriendo. Es imposible imaginárselo a menos que lo veas con tus propios ojos. Los edificios son tan altos que uno se siente como si no pudiera conseguir suficiente aire o luz. Es también muy emocionante, pero yo nunca me acostumbré a estar allí.

—Sin embargo, estuviste…

—Seis años. Y nunca dejé de mirar por la ventana esperando ver una pradera. Cuando decidí regresar, me sentí como si finalmente hubiera dado el paso que había estado considerando mucho tiempo, aunque nunca me había dado cuenta.

—Supongo que te alegró mucho saber que tu antigua casa estaba a la venta —afirmó ella.

—Sí. Y a ti, ¿te alegra haber vuelto a esta casa?

—Los recuerdos que tengo de este lugar no son… tan buenos. Me pasaba mucho tiempo en el granero, limpiando caballos y haciendo cosas por el estilo.

Un Amor DistintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora