3. Espaguetis con tomate sin espaguetis ni tomate.

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3. Espaguetis con tomate sin espaguetis ni tomate.


* * *

Pelayo


—¿Te parece bien si esta noche nos vamos a cenar a algún restaurante? —me propone Jimena en el ascensor, tras haberle dado un paseo a Chanel.

—Vale.

Cuando llegamos a nuestra planta, nos encontramos en la puerta al tal Nil, sosteniendo una cuchara de madera, ataviado con un delantal de corazones y unos calzoncillos.

Este individuo no tiene ni pizca de vergüenza, porque nada más se pasea con esas pintas de exhibicionista.

—¿Qué haces tú aquí? —exige saber Jimena mirándolo con animadversión, y Chanel comienza a ladrarle, queriéndolo descuartizar.

—Es que he decidido preparar espaguetis con tomate, pero me faltan los espaguetis y el tomate. ¿Vosotros tenéis?

—No —le responde mi prometida de mala manera, y me mira para hacerme un ademán con su cabeza—. Abre, osito.

—Me parece que sí tenemos —intervengo, y abro la puerta con la llave—. Chayo hizo la compra ayer.

Jimena suelta un suspiro, molesta, y Chanel se pone agresiva y le enseña los dientes a Nil.

—No te enteras de nada, Pelayo.

—Oye, que yo iría a la tienda de chinos a comprar las cosas, pero lleva cerrada varias semanas —comenta Nil con sus ojos azules clavados en Jimena, por encima de los ladridos de nuestra perrita—. Además, hoy es domingo y a Anastasia le ha apetecido zampar espaguetis con tomate. —Apunta con la cuchara de madera a Chanel—. Y controlad a vuestra rata.

—¿Quién es Anastasia? —inquiere Jimena.

—Su hija de dos años —me adelanto para que se ablande—. Es padre soltero.

—¿En serio? —Ella mira a Nil de arriba abajo con desagrado—. Pues pobre criatura... Cualquiera puede ser padre a día de hoy. —Y se mete en el piso con Chanel, negando con la cabeza, indignada.

Me percato de que Nil no se ofende, tan sólo se rasca la espalda con la cuchara de madera con desinterés.

—Espérame aquí. Ahora te traigo los espaguetis y el tomate —le digo.

Sin embargo, como el vecino es un maleducado, entra en mi piso sin haberlo invitado y me persigue hasta la cocina, fisgoneando cada rincón como un cotilla.

—Te he dicho que esperaras fuera. Nadie te ha invitado a entrar —le espeto.

—Claro que sí. Yo mismo me he dado permiso —me responde con toda la chulería que desprende.

—Idiota —murmuro para mis adentros, y rebusco por los armarios de la cocina lo que me ha pedido—. ¿Tomate frito o natural?

—Frito.

Al girarme hacia él con los alimentos entre los brazos, descubro la nevera abierta y a Nil hundiendo su dedo en la mermelada de fresa para después llevárselo a la boca.

—¿Qué estás haciendo, pedazo de grosero?

—Como no me has ofrecido nada, me he servido yo mismo. Eres un mal anfitrión. —Vuelve a hundir su dedo en el tarro y me lo enseña, lleno de mermelada—. ¿Quieres chupar?

—Puaj, qué asco. —Frunzo la nariz.

—Pues más para mí. —Se encoge de hombros con indiferencia y se chupa el dedo con su mirada azulada, del tipo «todas caen rendidas a mis pies», clavada en mí.

El yin, el yang y el maldito virus que nos unióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora